Cultura

«Los límites de la cultura se definen a futuro: no sabemos qué tendrá valor en unos años»

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Noemí del Val
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19
marzo
2020

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Noemí del Val

Ana Santos Aramburo  (Zaragoza, 1957) tomó las riendas de la Biblioteca Nacional Española (BNE) en 2013. Funcionaria desde hace décadas, esta licenciada en Geografía e Historia,  ya había pasado toda su vida profesional entre libros antes de llegar a la biblioteca más importante del país. Conseguir que el depósito legal recoja todo el magma que se genera en Internet y dotar a la institución de una autonomía ajena a los vaivenes políticos han sido sus principales caballos de batalla. Ahora, la institución se enfrenta el reto de adaptarse al entorno digital para atesorar un presente de valor todavía incalculable para el futuro. Hablamos con la directora de la BNE sobre los límites de la cultura, el reto de la transformación digital y la lucha constante de esta institución  por acercarse a la sociedad. 


Decía María Moliner que la educación es la base del progreso y que por eso cualquier ciudadano en cualquier lugar debería tener a mano el libro –o los libros– que desee leer. ¿De qué manera contribuye hoy a ese progreso la Biblioteca Nacional de España?

Conserva la capacidad de creación de las personas en soportes, libros, revistas o piezas musicales que han ido guardándose desde que se creó el depósito legal en 1711, por el que se obliga a todos los editores a depositar al menos un ejemplar en la biblioteca. Gracias a eso aquí habitan todas aquellas ideas, pensamientos y descubrimientos que han permitido a las personas crecer a lo largo de la historia de nuestro país. Y que todo ese saber se conserve en un lugar común ofrece la posibilidad de acceder de manera libre y democrática a aquello que otros han sido capaces de crear antes. Esa es la manera en la que las sociedades avanzan y progresan.

Existe cierta percepción de que es una institución cerrada y accesible a solo unos pocos ¿Crees que los ciudadanos están realmente familiarizados con ella? ¿Son conscientes del tesoro que alberga?

Tradicionalmente la Biblioteca Nacional ha estado cerrada a la sociedad y permitía el acceso solamente a lectores o investigadores. Era una institución a la parecía que no era fácil entrar; solo hace falta ver la enorme verja que separa el edificio del Paseo Recoletos, la imponente escalinata o las normas que uno debe seguir para entrar a la sala de lectura y de investigación. Ante esa imagen colectiva que se ha creado, llevamos años trabajando para abrirnos y, ahora mismo, como ya habrás visto en el hall, entran personas de todos los sexos y edades. Además, son cientos de miles  los que ya saben que pueden entrar libremente a la Biblioteca Nacional y participan en las actividades culturales que ofrecemos. 

El Beato de Liébana, Cien fórmulas para preparar salsas, Don Quijote de La Mancha o Cantar de Mío Cid se encuentran entre los 10 libros más consultados de la Biblioteca Digital Hispánica desde que se comenzó a ofrecer este servicio en 2008. ¿Qué lectura podemos hacer de ello?

La primera es que en los últimos años se han consultado miles de millones de documentos, más que los que se han consultado en 300 años de historia de la biblioteca. Solo en 2018 fueron 10 millones los documentos descargados, lo que significa que el servicio online permite descubrir cosas que hasta ahora no se conocían. Asimismo, facilita que aquellos que pensaban que no podían acceder a las colecciones lo hagan. De la diversidad de títulos más consultados –¡hasta hay un recetario del siglo XIX!– se puede extraer que el material que aquí se conserva puede ser útil tanto para alta investigación especializada como para satisfacer y fomentar la curiosidad intelectual de cualquier persona.

Según el último Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros elaborado por el Gremio de Editores, el 67,2% de los españoles mayores de 14 años lee habitualmente. Pero hay un tramo de edad que va entre los 15 y los 18 años en el que el hábito casi es inexistente. ¿Qué cree que falla?

Ahora se lee mucho más que antes, pero de otra manera. Con el formato digital y un acceso permanente a la información, que hacen que no necesites memorizar las cosas, se ha conformado una manera de leer y de aprender muy distinta a la de hace unos años. Sin duda creo que el hábito lector se adquiere en la infancia si durante los primeros años de vida se fomenta en el colegio y en las familias. Por eso, si ese hábito existe, no creo que pase nada porque se pierda durante unos años. Estoy segura que en la edad adulta se recupera.

En 2015, un nuevo real decreto contempló por primera vez objeto de depósito legal los sitios web y las publicaciones en línea. ¿Ha atraído la digitalización de fondos digitalizados a un nuevo tipo de lectores?

Sin duda alguna ha atraído a personas que pensaban que nunca iban a poder consultar los fondos de la Biblioteca Nacional porque no tenían titulación universitaria o estudios suficientes para poder acceder e incluso entrar en una institución como esta. Esto nunca ha sido cierto, pero ahora sale a la luz. Lo que se conserva aquí es un patrimonio cultural que hay que devolver a la sociedad, a cualquier persona, independientemente de su formación o de sus estudios. La Biblioteca se debe a cualquier persona que tenga curiosidad intelectual. Y, afortunadamente, son muchas. Solo hay que ver a las personas que vienen a las actividades: niños con colegios, jóvenes, jubilados… Todos ellos quieren satisfacer su inquietud intelectual y aquí, ahora, tienen esa posibilidad. También ha permitido que esos fondos a manos del dominio público se puedan consultar e investigar desde cualquier parte del mundo.

«Si no valoramos lo suficiente nuestra cultura es porque no la conocemos»

Ante esta transformación tecnológica a la que nos enfrentamos, desde la institución habéis propuesto una reforma de la norma que regula el depósito legal para que contemple formatos digitales como los videojuegos o carteles de propaganda. ¿Qué retos plantea esta revolución digital a la hora de albergar o custodiar conocimientos?

Que este fenómeno no solo sea imparable, sino que tenga un crecimiento exponencial, nos exige estar en continuo proceso de adaptación. Desde que esta institución se fundó, el conocimiento se ha ido depositando en distintos soportes: conservamos las primeras muestras que en su momento contuvieron sonido, música o incluso voz, los primeros cilindros de cera, los discos perforados… Y ahora están los videojuegos, que son un formato cultural que alberga la creación artística de este momento. Nos guste o no son un reflejo de la sociedad actual y por lo tanto, hay que guardarlos. Esto nos obliga a adentrarnos en el mundo de preservación digital y apostar por la normalización y la sostenibilidad de proyectos que nos exigen continuas inversiones en tiempos tan difíciles como son estos.

 ¿Dónde está el límite de qué es y qué no cultura? ¿Quién lo define?

Esa pregunta nos la hacemos a diariamente. Hay muchas cosas publicadas que llegan a través del depósito legal que ahora mismo no comprendemos qué valor cultural pueden tener, pero tampoco sabemos el que tendrán en el futuro. Siempre pongo de ejemplo a Juan de la Cuesta, el primer editor e impresor de El Quijote. ¿Qué hubiera pasado si no hubiese conservado y publicado el manuscrito de Cervantes? Seguramente nadie pensaba entonces que iba a ser la gran obra de la literatura española. Y con ese razonamiento actuamos nosotros. La Biblioteca Nacional trabaja para el futuro y es nuestra obligación conservar lo que nuestro país es capaz de crear ahora, aunque no sepamos qué va a ser de eso en los siglos que vendrán. Podemos decir que algunos límites de la cultura se definen a futuro. Hoy no sabemos el valor que tendrá una obra de aquí unos años.

¿Cómo cree que valoramos en España nuestra cultura en comparación con nuestros vecinos europeos?

Tenemos una cultura valiosísima: muchos de nuestros creadores (escritores, pintores, cantantes…) son referentes internacionales. Debemos estar muy orgullosos de la cultura que nuestro país ha sido capaz de generar a lo largo de la historia. Pero sí que es verdad que nos cuesta creer en el valor de nuestro patrimonio cultural y eso es porque no lo conocemos, y hacerlo es el primer paso para poder valorarlo.

¿Están las administraciones impulsando la cultura lo suficiente?

Al tratarse de competencias descentralizadas, el apoyo es evidentemente desigual y está ligado a los presupuestos generales. Pero creo que es importante recordar que, sobre todo a nivel autonómico, se ha impulsado el descubrimiento de culturas propias con una inmensa riqueza y que estaban olvidadas o no eran tan conocidas por un exceso de centralismo de nuestro país. Nosotros esto lo percibimos cuando cada año sacamos la lista de autores españoles que están en dominio público y vemos que son autores nuevos de distintas comunidades autónomas. Me parece muy importante que se pueda conservar no solo el global, sino las culturas propias de cada territorio.

Uno de los primeros proyectos que llevaste a cabo fue el de la Ley reguladora de la Biblioteca Nacional, que fue aprobada por el congreso en marzo de 2015. ¿Qué ha supuesto este cambio?

Es fundamental porque reconoce a la Biblioteca como una pieza clave de la cultura española y la protege de los vaivenes políticos que puedan perjudicar a una institución de estas características, que necesita estabilidad. Evita que sea un proyecto a corto plazo del Gobierno de turno. Además, también marca unas normas internas de funcionamiento que la protegen de los intereses personales. Por ejemplo, ahora se rige a través de órganos colegiados de gestión y no de un órgano unipersonal como antes, que era la dirección. Además, también obliga a la institución a adaptarse continuamente al entorno y ampliar sus fines y sus funciones. No debe únicamente conservar y difundir el conocimiento, sino también aprovechar esa información que se produce para generar nuevo conocimiento en beneficio de otras bibliotecas e instituciones. No olvidemos nunca que la generación de conocimiento, la cultura y la posibilidad de acceder a la educación es la clave del progreso de los pueblos, como muy bien decía María Moliner. Pero además, esa generación de conocimiento tiene un valor económico que otorga a la institución un poder de desarrollo social. Esta nueva ley también permite diversificar fondos

«Cuantas más mujeres sean capaces de escribir, de crear, de publicar más cerca estaremos de la igualdad, también en los premios»

¿Ha supuesto un riesgo el apoyo financiero del sector privado a una institución como esta?

Lo básico viene del presupuesto público que garantiza su sostenibilidad, pero diversificar fondos y obtener ayudas permite que nos podamos adaptar al entorno. Sobre todo ahora en tiempos como estos en los que se necesitan recursos para adaptarse al entorno digital y poder conservar el conocimiento que ahí se crea. Todo lo que sirva para devolverle a la sociedad el conocimiento que aquí se guarda es bienvenido.

La institución tiene más de 300 años de historia y alberga millones de títulos. Sin embargo, la mayoría de ellos ostentan nombres masculinos. ¿Por qué cree que las mujeres han permanecido invisibilizadas en la literatura durante tanto tiempo?

Es evidente que no se las tenía en consideración y muchas tenían que publicar con nombre masculino para que sus obras fueran editadas. La mayoría de ellas ni siquiera pudieron publicar su obra. Escribían, pero su obra no era conocida, no se editaba y por lo tanto no ha resistido al tiempo. Eso, afortunadamente está cambiando, pero todavía nos queda mucho por hacer. Han sido muy pocas y muy buenas las que han podido pasar. Ahora nos toca seguir visibilizando a esas grandes autoras españolas comenzaron a ser visibles a partir del siglo XIX, aunque algunas, ligadas a la religión, como Teresa de Jesús o Sor Juana Inés ya lo consiguieron en el siglo XVI.

Desde la institución habéis promovido el Día de las Escritoras para reivindicar el papel de las mujeres en la literatura. Un mundo que sigue estando dominado por hombres: el Premio Nobel lo han recibido solo 14 mujeres frente a 100 hombres, el Premio Cervantes solo lo han ganado 5 mujeres… 

Podemos combatir la desigualdad, primero, conociendo la obra escrita por mujeres, porque si no se conoce no se valora. Y cuantas más mujeres sean capaces de escribir, de crear, de publicar más cerca estaremos de esa igualdad, también en los premios. Creo que los reconocimientos deben darse por valía y no por género, pero es imposible obviar que hay muchísimos más hombres que han escrito obras y, por tanto, la posibilidad de que lo gane una mujer es mucho menor. Pero tengo esperanza: poco a poco, cada vez son más las autoras que logran publicar sus obras.

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