Opinión

La dictadura (im)perfecta

A menudo se ignora la letra pequeña del póster promocional de la dictadura china, donde el individuo es sometido a la arbitrariedad de un sistema sin garantías.

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28
enero
2020

Si el verdadero poder consiste en despedazar las mentes humanas, para después unirlas en la forma que tú quieras, como escribía Orwell en 1984, hay lugares donde el sistema se ha perfeccionado más allá de lo imaginado por el autor británico. El régimen chino, mediante el más sofisticado y tecnológicamente avanzado sistema de control jamás ideado, parece haber conseguido lo más cercano a la dictadura perfecta. La combinación que la hace tan efectiva se sostiene en cuatro pilares: adoctrinamiento desde la infancia, fomento de la uniformidad del pensamiento y exaltación nacionalista, represión de cualquier disidencia sin dar tiempo a que crezca o se organice –Tiananmén enseñó a Pekín los riesgos del contagio democrático– y uso de las nuevas tecnologías para lograr un control absoluto.

Internet y las redes sociales, que en sus comienzos fueron vistas como fuerzas liberadoras, se han convertido en aliados del autoritarismo. El Gobierno chino las utiliza para medir la lealtad de sus ciudadanos, detectar grietas y premiar o castigar a sus ciudadanos, cuyas expectativas dependen de su «buen comportamiento». Son nuevos métodos al servicio de viejas aspiraciones autoritarias. Pero la dictadura china presenta una clave adicional: mientras la mayoría de las tiranías viven entre el caos y la debacle económica, desde Siria a Corea del Norte, el Partido Comunista Chino (PCCh) puede presentar un relato de prosperidad.

«¿Acaso no podía haber conseguido el país sus logros en democracia y respetando los derechos de sus ciudadanos?»

Que el país haya logrado el mayor desarrollo en menos tiempo de su historia, sacando de la pobreza a 850 millones de personas en los últimos 40 años, según el Banco Mundial, incomoda a los defensores de las democracias liberales. ¿Es posible que una dictadura sea más efectiva, garantice mayor estabilidad y promueva mejor el desarrollo económico que una democracia? ¿Y si los defensores de esas democracias liberales estamos equivocados, con nuestros parlamentos bloqueados, nuestras partitocracias corrompidas y nuestros electorados cada vez más descreídos?

La duda cobra especial relevancia en un momento en el que, incluso en las democracias más establecidas, en Europa y Norteamérica, líderes populistas y autoritarios presentan una alternativa que atrae a un número creciente de ciudadanos. Quizá el problema está en que, a menudo, se ignora la letra pequeña del póster promocional de la dictadura china, donde el individuo es sometido a diario a la arbitrariedad de un sistema sin garantías, los mayores índices de desigualdad del mundo o un desastre medioambiental sin precedentes. La fijación en los datos rehúye una pregunta aún más relevante: ¿acaso no podía haber conseguido el país sus logros en democracia y respetando los derechos de sus ciudadanos?

El régimen chino se sostiene gracias a un frágil pacto no escrito: sus ciudadanos aceptan la pérdida de libertades políticas a cambio de una mejora económica continuada. El día que Pekín no pueda cumplir su parte, lo más probable es que el sistema se desmorone. Mientras tanto, China seguirá siendo una influencia negativa para las libertades en todo el mundo al presentar su éxito económico como ejemplo de que se puede levantar la dictadura (im)perfecta.

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