Opinión

Puerto Rico: una batalla por el paraíso

«Puerto Rico ha sido un laboratorio viviente para prototipos que luego se exportan alrededor del mundo», escribe la periodista Naomi Klein en ‘La batalla por el paraíso’, un ensayo en el que desgrana el entramado de casos de corrupción y explotación que han marcado el archipiélago desde el período colonial.

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02
agosto
2019

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El sueño de un lienzo en blanco, de un lugar seguro para probar las ideas más alocadas, tiene un historial largo y amargo en Puerto Rico. Durante su extensa historia colonial, este archipiélago ha servido de manera ininterrumpida como un laboratorio viviente para prototipos que luego se exportan alrededor del mundo. Hubo destacados experimentos sobre control de la población que, a mediados de la década de 1960, causaron la esterilización coercitiva de más de una tercera parte de las mujeres puertorriqueñas. Muchos medicamentos peligrosos se han aprobado en Puerto Rico durante años y años, incluida una versión de alto riesgo de la píldora anticonceptiva que contenía una dosis de hormonas cuatro veces más concentrada que la versión que finalmente se introdujo en el mercado estadounidense.

Vieques —que tenía dos terceras partes ocupadas por instalaciones de la Marina de Estados Unidos en las que los marines practicaban maniobras de guerra terrestre y culminaban su entrenamiento de tiro— era un campo de prueba para todo, desde el Agente Naranja hasta el uranio empobrecido y el napalm. A día de hoy, los gigantes del negocio agrícola, como Monsanto y Syngenta, usan la costa sur de Puerto Rico como un campo de experimentación, que continúa en expansión, para miles de pruebas sobre semillas modificadas genéticamente, en su mayoría de maíz y soja.

Durante su extensa historia colonial, Puerto Rico ha servido de manera ininterrumpida como un laboratorio viviente

Muchos economistas puertorriqueños también han argumentado convincentemente que en la isla se inventó todo el modelo de la zona económica especial. En los 50 y 60, mucho antes de que la era del mercado libre arropara el mundo, los manufactureros estadounidenses se aprovecharon de la fuerza laboral de salarios bajos y de las especiales exenciones de impuestos de Puerto Rico para reubicar la industria ligera en la isla y así probar efectivamente el modelo de deslocalización laboral y las fábricas de manufactura textil.

La lista no tiene fin. El atractivo de Puerto Rico para estos experimentos se basó en una combinación tanto del control geográfico que brinda una isla como de racismo puro y duro. Juan E. Rosario, un organizador comunitario y ambientalista desde hace muchos años, me contó que su propia madre fue sometida a la experimentación con la Talidomida, y me lo explicó así: «Es una isla que está aislada y llena de personas que no tienen ningún valor. Personas desechables. Durante muchos años nos han usado como conejillos de Indias para los experimentos de Estados Unidos».

Estos experimentos han dejado cicatrices indelebles sobre la tierra y el pueblo de Puerto Rico. Son visibles en las ruinas de las fábricas que los manufactureros estadounidenses abandonaron cuando consiguieron salarios aún más bajos y regulaciones más laxas en México y más tarde en China, después de que se firmara el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y se creara la Organización Mundial del Comercio. Las cicatrices también han dejado su marca en los materiales explosivos, las municiones que no se limpian, en el cóctel diverso de químicos militares, que se tardará décadas en purgar del ecosistema viequense, así como también en la actual crisis de salud que vive la pequeña isla. Y han marcado también las franjas de tierra del archipiélago que están tan contaminadas que la Agencia para la Protección Ambiental ha clasificado dieciocho de estas en la lista de sitios contaminados con desperdicios tóxicos, lo que incluye todos los efectos en la salud local que acompañan a esta toxicidad.

Los materiales explosivos, las municiones que no se limpian, tardarán décadas en purgar del ecosistema viequense

Pero las cicatrices más profundas pueden ser incluso más difíciles de percibir. El colonialismo en sí es un experimento social, un sistema de varias capas de controles explícitos e implícitos que está diseñado para desposeer a la gente colonizada de su cultura, su confianza y su poder. Con herramientas que van desde la fuerza bruta militar y policíaca para acabar con huelgas y rebeliones o una ley que en algún momento prohibió la bandera puertorriqueña, hasta los dictámenes impuestos hoy por la Junta de Control Fiscal, los residentes de estas islas han vivido bajo esta red de control durante siglos.

En mi primer día en la isla, asistí en la Universidad de Puerto Rico a una reunión de líderes de uniones obreras en la que Rosario habló fervosamente sobre el impacto psicológico de este experimento que aún no ha concluido. Dijo que este momento en el que tanto había en juego —cuando tantos extranjeros están llegando con sus propios planes y grandes sueños— «tenemos que saber hacia dónde vamos. Tenemos que saber dónde está nuestro objetivo final. Y no el tipo de paraíso que «prospera» para los corredores de divisas cuyo pasatiempo es el surf, sino un paraíso que en realidad sirva a la mayoría de los puertorriqueños.

El problema, continuó, es que «la gente en Puerto Rico tiene mucho miedo a pensar «en grande». Se espera que no soñemos, se espera que no pensemos, ni siquiera en gobernarnos a nosotros mismos. No tenemos el hábito de ver la imagen completa». Esto, dijo, es el legado más amargo del colonialismo.

El mensaje degradante que subyace en el experimento colonial se ha reforzado de maneras innumerables por la respuesta (y la falta de respuesta) oficial al huracán María. Una humillante vez tras otra, los puertorriqueños reciben ese mensaje familiar sobre su valor relativo y su condición, al fin y al cabo, desechable. Nada ha confirmado esto más que el hecho de que ninguna esfera del Gobierno ha considerado necesario contar los muertos de forma fiable, como si la pérdida de vidas puertorriqueñas tuviera tan pocas consecuencias que no hay necesidad de documentar su extinción en masa. En el momento de redactar este libro, el recuento oficial de personas fallecidas como resultado del huracán María se mantiene en sesenta y cuatro, aunque una investigación exhaustiva del Centro de Periodismo Investigativo de Puerto Rico y The New York Times situó la cifra en mil. El gobernador de Puerto Rico anunció que una investigación independiente reevaluará las cifras oficiales.

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