Opinión

El odio de las realidades ignoradas

El odio contemporáneo no surge de la diferencia ideológica, sino de la sensación de que tu identidad está bajo ataque.

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10
mayo
2019

El odio se ha convertido en la moneda de cambio corriente de las transacciones políticas. Empezamos a acostumbrarnos a recibirlo en nuestros debates. ¿Por qué? Los grupos que discuten parecen haber perdido el sentido de pertenencia a una misma sociedad y se dividen de manera visceral en torno a identidades pequeñas. Independentistas contra constitucionalistas, mujeres contra hombres, izquierdistas contra conservadores, laicos contra religiosos: la mayor parte de los debates políticos de nuestro tiempo parecen fomentar las divisiones irreconciliables y premian a quien reniega de su condición de ciudadano para abrazar una identidad esencial. El odio no surge, pues, de la diferencia ideológica, sino de la sensación de que tu identidad está bajo ataque. El «vienen a por nosotros» moviliza más que el «vamos a arreglar esto». Los partidos y la caterva de periodistas activistas de éxito hacen caja mientras alimentan este miedo moral.

«Las realidades ignoradas se reúnen en torno a un victimismo que les permite dar sentido a su frustración enfocando la culpa siempre hacia afuera»

Pero ¿de dónde viene este odio? Ortega y Gasset escribió que «toda realidad que se ignora prepara su venganza» y yo sospecho que el odio contemporáneo está muy relacionado con las realidades ignoradas. En su odioso Manifiesto Redneck, escrito en 1996, Jim Goad vaticinaba el triunfo de Donald Trump. Lo hacía reflexionando sobre las condiciones sociales de la basura blanca, población ninguneada y humillada por el biempensantismo demócrata. La basura blanca era el único colectivo económicamente desfavorecido sobre el que estaba (y está) bien visto hacer bromas mordaces en público. El comentario que sería intolerable sobre cualquier afroamericano se podía dirigir al redneck. Los problemas del redneck eran culpa del redneck: de su vagancia y su depravación. Según Goad, la realidad ignorada de estas grandes masas de población estaba preparando su venganza. Esperarían a que apareciera un líder destructivo y lo elegirían para dar salida a su resentimiento. Tal como pasó veinte años después.

Es fácil pensar en cualquiera de los viveros de odio activos en nuestra sociedad con este ejemplo, que llena de contenido el axioma orteguiano. Las realidades ignoradas se reúnen en torno a un victimismo que les permite dar sentido a su frustración enfocando la culpa siempre hacia afuera. En el ensimismamiento pierden el principio de realidad y abominan de una sociedad que les ha dado la espalda. Por eso, las propuestas que surgen de estos nidos de descontento son siempre rupturistas: puesto que desconfían de las instituciones, proponen destruirlas; puesto que menosprecian lo que tienen, no temen ponerlo en peligro.

En una sociedad fragmentada por identidades que se culpan recíprocamente de todos sus males, los ciudadanos se refugian en nuevas ortodoxias: es fácil entender entonces el surgimiento de las fake news. El proceso de erosión de los viejos consensos ha sido vertiginoso. Lo que era sólido, en palabras de Antonio Muñoz Molina, se viene abajo a la velocidad del rayo. Pero el odio no es la causa, sino la consecuencia de esta disolución.

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