Opinión

La ‘futbolización’ de la política

«La democracia ha perdido su halo de mejor sistema o, al menos, del menos malo, en la medida en que los comportamientos no éticos de determinados políticos han dañado la estética de la misma», escribe Ricardo Gómez, profesor experto en Reputación.

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20
diciembre
2018

¿Qué está pasando con las formas en política, que se parecen cada vez más a las del fútbol o son incluso peores? ¿Por qué hoy podemos encontrarnos con diputados que se insultan, exhiben impresoras, camisetas o pancartas? ¿Estamos viviendo una tiranía de las emociones por encima de las razones? ¿La estética está enfrentada a la ética en la política -y la sociedad- del siglo XXI?

Está escrito muy cerca de donde se ubica el Senado en Madrid y apenas a un kilómetro del Congreso, donde hace unas semanas se celebraba el 40 aniversario de nuestra Constitución. Se encuentra en la fachada del edificio que alberga hoy la Fundación Isaac Albéniz y la Escuela Superior de Música Reina Sofía.

«Hoy parece que todo está basado en decir enseguida a qué pertenecemos y a qué no»

La frase la escribió en la pizarra -al despedirse de su clase en la Facultad de Letras de la Universidad de Barcelona tras apoyar a otros profesores represaliados por el régimen- el catedrático José María Valverde: «Nulla aesthetica sine ethica». Pero los filósofos clásicos decían, asimismo, lo contrario: «Nulla ethica sine aesthetica». Y Wittgenstein decía que ambas son uno, es decir, dos caras de la misma moneda, la misma cosa. El imperativo categórico kantiano tiene mucho que ver con eso.

Hoy parece que todo está basado en la exhibición aparente de una supuesta identidad. Mostrar las emociones rápidamente. Decir enseguida a qué pertenecemos y a qué no. Las redes sociales y el mundo digital están muy relacionados con ello. También la soledad creciente en las personas, física o psicológica. Y, por supuesto, la falta de sentido de propósito -sentido de la vida-.

Personajes como Gabriel Rufián -una especie de alumno aventajado de Risto Mejide en versión política- representan bien ese infantilismo extremo en el que todo se fundamenta en llamar la atención de la manera que sea y hacerse la víctima de todo echándole la culpa de los tres asesinatos de Kennedy, Luther King y Lennon al primero que se le pone por delante. Por no hablar de Pablo Iglesias en España o, a nivel internacional, de Donald Trump, Boris Johnson, Nigel Farage o Matteo Salvini. Todos ellos comparten un doble desprecio preocupante por la estética y por la ética. De hecho, sus formas delatan sus principios, o la falta de ellos.

La imagen y lo simbólico lo son todo y las palabras y lo lógico han dejado de ser importantes, para dar paso a la tiranía de los impactos que generan las fotos, los vídeos y los memes en todo tipo de medios y canales en Internet.

«Sin la palabra, la democracia pierde su sentido, porque no hay diálogo ni acuerdo»

Pero sin la palabra -que también tiene su poder y su magia y con la que podemos conseguir llegar al corazón de las personas de la forma más bella posible, más aun que con las imágenes-, la democracia pierde su sentido, porque no hay diálogo ni acuerdo, y con la pura imagen, la democracia está en riesgo, porque todo se convierte en batalla e imposición de lo que yo siento y quiero por encima de lo que tú sientes y quieres, que es aniquilado.

¿Qué se puede hacer frente a ello? ¿Cómo recuperar la reputación de la política y de los políticos? ¿De qué manera volver a tener la confianza de los ciudadanos? ¿Cómo evitar que el populismo arrase con las formas y con el fondo de la democracia? ¿Qué hacer para recuperar la razón de los sólidos argumentos e impedir la sinrazón de las meras pulsiones?

A mi juicio, todo esto pasa por huir de la ‘futbolización’ de la política y practicar una política basada en la unión de la ética y estética, es decir, en volver a hacer bella la democracia, máxima expresión de la ética en política (el respeto y reconocimiento del otro y de su valor).

La democracia ha perdido su glamour, su aura o halo de mejor sistema o, al menos, del menos malo, en la medida en que los comportamientos no éticos de determinados políticos -permitidos por sus partidos- han dañado la estética de la misma, la han hecho fea.

Recuperar una política construida sobre el pilar de la doble unidad entre la ética-estética y la estética-ética, de hacer las cosas bien y hacerlas al mismo tiempo bonitas/buenas para las personas porque es el primer paso para hacerlas bien, resulta esencial.

«Es crucial que los políticos que creen en la regeneración del sistema apuesten por una política que no parezca un circo»

Si queremos que la ola de banalización de lo vulgar no se lleve por delante la playa de la democracia y del bienestar, es crucial que los políticos -y los partidos- que creen en la regeneración del sistema apuesten decididamente por hacer que la política no parezca un circo ni un plató de televisión o un estadio de fútbol. Que abandonen la discusión y recuperen el debate, que olviden el show y sean más serios -que no aburridos-, en definitiva, que se dejen de trampas y se centren en las soluciones a los verdaderos problemas de los ciudadanos.

Solo así conseguiremos que los que, inmadura y egocéntricamente, buscan la atención y su propio beneficio tengan mala reputación como políticos y que los que, madura y modestamente, buscan el beneficio de la sociedad tengan buena reputación como políticos.

Una casa ha de ser bonita, pero se tiene que sustentar; las cicatrices de una operación han de ser invisibles, pero la operación tiene que salvar al paciente; una clase tiene que ser divertida, pero la formación tiene que enseñar cosas de utilidad a los alumnos.

Y es que ser político no es como ser un futbolista, artista o humorista, sino ser como un médico, maestro o arquitecto: las consecuencias de su trabajo no son solo para ellos, sino para todos, y estas pueden llegar a ser afortunadas y positivas o negativas y catastróficas. De nosotros depende que sean una cosa u otra.

*Ricardo Gómez es consultor y profesor experto en Reputación

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