Energía
No hay lugar donde esconderse de la descarbonización
La información obtenida por satélite facilita el análisis energético y permite conocer datos como los niveles de monóxido de carbono, dióxido de azufre o metano, que ayuda a saber cuántas fábricas continúan empleando combustibles fósiles.
Artículo
Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).
COLABORA2019
Artículo
¿Sabemos cómo funcionan las fábricas del sector industrial? ¿Cuántas de esas instalaciones siguen empleando combustibles fósiles? ¿Cuáles son sus pérdidas o ganancias económicas? Probablemente no. La mayoría de los datos disponibles suelen estar desfasados unos tres años –tiempo que se tarda en recabar tales datos, analizarlos y publicarlos– y, en zonas fuera de Estados Unidos o la Unión Europea, la información tiende a ser poco fiable o difícilmente accesible: no es pública o no está disponible. «Esto hace que la toma de decisiones de políticas bajas en carbono no sea todo lo precisa que pudiera ser», afirma Matt Gray, director de Energía y Servicios Públicos de Carbon Tracker, un think tank que analiza el impacto del cambio climático en los mercados financieros y las inversiones en combustibles fósiles.
Pero eso está cambiando. La revolución de la detección espacial permite ahora captar a diario imágenes en alta resolución de todas partes del mundo. No solo esto, sino que los innovadores satélites proporcionan múltiple información muy útil para el análisis energético, como los niveles de monóxido de carbono, de dióxido de azufre o de metano. «La detección espacial es una potente herramienta para monitorear los combustibles fósiles y las tendencias energéticas. Esta información, junto con el conjunto de datos que ya existe, nos proporciona una visión a nivel de activos de las compañías en cualquier parte del mundo, dejando al descubierto a los que siguen empleando combustibles fósiles», explica Laurence Watson, científico de datos de Carbon Tracker, organización que además traza un mapa de riesgos, oportunidades y la mejor ruta hacia un futuro bajo en carbono. Porque ya no hay ningún lugar donde esconderse, como afirman.
China cuenta con más de mil plantas de carbón que emiten alrededor de 4.300 toneladas de CO2 al año
Esta entidad utiliza los sistemas de detección espacial para procesar las imágenes y obtener datos y análisis mucho más certeros, estimando así la actividad diaria de las plantas de carbón y calculando las pérdidas y ganancias económicas. Los resultados y conclusiones se han publicado precisamente en el estudio bautizado como Nowhere to hide, un documento que explora el potencial para estimar los factores de capacidad de las plantas de carbón en lugares del mundo donde los datos disponibles son insuficientes o inadecuados. Con ello, los inversores y encargados de diseñar políticas pueden entender mejor el mercado energético y tomar decisiones adecuadas.
China ha sido de los primeros en quedar al descubierto. El país asiático cuenta todavía con más de 1.000 plantas de carbón en operación que emiten 4.300 millones de toneladas de CO2 al año. A través del análisis de estas imágenes satélite se ha podido detectar que el 40% de sus centrales eléctricas de carbón pierde dinero: si las cerrasen, además de alinearse con el Acuerdo de París, podría ahorrarse hasta 390.000 millones de dólares. Uno de los objetivos marcados precisamente por el de París, el mayor acuerdo vinculante firmado hasta la fecha sobre cambio climático –y ratificado por 197 países–, es eliminar el carbón como fuente de energía antes del año 2040. Si además queremos mantener la temperatura global de la Tierra por debajo de 1,5ºC como piden los expertos, el cierre de las fábricas de este tipo se vuelve algo urgente.
«Entender la utilización de las plantas es fundamental para realizar un análisis económico de los activos de generación de energía», explica Gray. Es necesario para entender la rentabilidad económica y la competitividad que ayuda tanto a inversores como a encargados de políticas a desarrollar agendas de cierre progresivo de plantas y previsiones de desarraigo de activos. Algo indispensable en el camino hacia un futuro bajo en carbono que garantice la supervivencia del planeta.
COMENTARIOS