Internacional
Oriente Medio, Oriente roto
Marcada por divisiones étnicas, políticas y religiosas, en la región potencias mundiales y regímenes locales dirimen sus diferencias a través de terceros y florecen grupos terroristas como amenazas globales.
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COLABORA2017
Oriente Medio no es la única zona caliente del planeta, ni mucho menos, pero sí la que no falta en las secciones de Internacional. Marcada por profundas divisiones étnicas, políticas y religiosas, en la región las potencias mundiales y los regímenes locales dirimen sus diferencias a través de terceros países, y florecen grupos terroristas que han llegado a erigirse en amenaza global, como Al Qaeda o Estado Islámico. En el libro ‘Oriente Medio, Oriente roto’ (Península), el reportero de guerra Mikel Ayestaran relata su experiencia en territorios como Siria, Irak, Afganistán, Pakistán, Egipto o Israel.
Siria es el conflicto más complicado y peligroso al que me he enfrentado, una guerra en la que es imposible hacer pronósticos y en la que hemos tenido una sorpresa tras otra. Me lo creo todo y no me creo nada, por eso trato de ceñirme a lo que veo y a lo que ven otros colegas de cuyos ojos me fío. Si los propios sirios no saben lo que está pasando en su país, ¿cómo vamos a saberlo nosotros?
Llevo más de dos años escribiendo y hablando casi a diario de Irak y Siria, del califato, un lugar vetado para la prensa, tanto occidental como local, al que solo he tenido acceso cuando los combatientes del califa se han visto obligados a retirarse. Dos años con unas ganas enormes de pisar estas calles, ver estos carteles e intentar saber más. Igual que ocurrió con los talibanes en el sur de Afganistán, hablamos del califato sin haber estado allí.
Todo el nuevo sistema implantado para regir el día a día de millones de ciudadanos llegó acompañado de medios brutales, como la exhibición pública de asesinatos en plazas y por medio de las redes sociales, lo que poco a poco se volvió en contra de los nuevos legisladores.
La ONU reconoció las matanzas de yazidíes por parte de ISIS como «genocidio»
A las atrocidades que se cometían en las plazas de cada localidad conquistada había que sumar la estrategia de limpieza sectaria y cultural. Tras proclamar el califato en Mosul, los yihadistas lanzaron un ataque sorpresa contra la ciudad de Sinjar; era el principal feudo de la minoría yazidí, religión preislámica vinculada al zoroastrismo a cuyos seguidores los yihadistas consideran adoradores del diablo. Al menos cinco mil hombres y niños fueron asesinados, y más de siete mil mujeres y niñas, secuestradas para utilizarlas como esclavas sexuales, según los datos de la ONU, que tras investigar los hechos calificó lo ocurrido de “genocidio”.
El adoctrinamiento empezaba en las aulas; en los libros de texto abandonados en la escuela —fotocopias a color encuadernadas con espiral— los primeros capítulos se dedicaban siempre al islam, y poco a poco iban entrando en materia. En matemáticas, los niños aprendían a contar con dibujos de balas de Kaláshnikov. Esta arma era también el recurso gráfico que empleaban para llenar cualquier página en la que quedara un espacio en blanco.
Fuera cual fuera la asignatura, los libros arrancaban con una introducción en la que se explicaba que el califato era «un oasis fresco en medio de una región invadida por diablos», y que tenía por delante «un enorme trabajo para alejar ideologías como el socialismo o el capitalismo». Le pedí al oficial que me diera las cajas, que me las quería llevar a Damasco para estudiar mejor su contenido, pero solo accedió a entregarme aquellos libros y panfletos que estaban repetidos. Los guardé bajo el asiento del conductor, y mientras me despedía pensaba en cómo sacarlos del país.
En matemáticas, los niños sirios aprendían a contar con dibujos de balas de Kaláshnikov
«Podemos seguir bombardeando, arrasando sus aldeas y matando a miles de combatientes; podremos incluso liberar Mosul más tarde o más temprano, y Raqqa, en Siria. Ahora nos alaban y abrazan, pero esto se llama ‘supervivencia’. No podemos matar sus ideas», me dice Mohamed mientras yo trato de tomar notas, hacer fotos con el móvil, grabar el éxodo de civiles y desenredar el cable del micrófono para tener algunos cortes con el logo de la televisión. La maldición de ser un periodista multimedia.
Entonces paro un minuto y pienso en lo que me acaba de decir. Tiene razón, toda la razón: no se puede acabar con las ideas a bombazos, no se puede acabar con las ideas a bombazos. Irán, Líbano, Georgia, Irak, Afganistán, Pakistán, Egipto, Túnez, Libia… Pedazos imprescindibles de una vida de nómada guiada por la brújula de la actualidad por una región que se desangra como una enorme herida abierta.
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