Cambio Climático
Siglo XXI: claves para la eficiencia energética
La eficiencia energética no es solo la forma más rentable de reducir las emisiones de CO2 y, por tanto, hacer frente al cambio climático. También resulta estratégica para reducir la dependencia de la UE.
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La eficiencia energética no es solo la forma más rentable de reducir las emisiones de CO2 y, por tanto, aspirar a cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible y las metas fijadas en París para detener el calentamiento global . También resulta estratégica para reducir la elevada dependencia de la Unión Europea, que cada año se gasta más de 400.000 millones en importar energía para asegurar el abastecimiento.
«Europa no es autosuficiente energéticamente y dependemos de lugares que padecen la inestabilidad de la maldición de los recursos naturales. Si Europa quiere decidir qué quiere ser, necesita autonomía energética. Esta situación se hace cada vez más evidente en cada crisis del gas», explica a Ethic el responsable de Cambio Climático y Sostenibilidad de KPMG, José Luis Blasco.
El crecimiento de la población mundial y el consecuente aumento del uso individual y colectivo de energía supondrán, según la Agencia Internacional de la Energía, duplicar en 2030 la energía consumida en 2004. «España, con una dependencia energética exterior de aproximadamente el 80%, mucho mayor que la media europea del 50%, será más vulnerable a estos factores de costo, lo que afectará en mayor medida a su competitividad», apunta José Longás, presidente del Club de Excelencia en Sostenibilidad.
El reto que se ha marcado Bruselas en el horizonte 2020 es aumentar en un 20% la eficiencia energética, «un objetivo que, de momento, no lleva camino de cumplirse», según reconocen distintos papers publicados por la UE, entre ellos la propia Directiva Europea de Eficiencia Energética. Este documento dedica especial atención al impacto de los edificios, lo que resulta bastante razonable si tenemos en cuenta que el parque inmobiliario «representa el 40% del consumo de energía final de la UE». No parece que en España –donde nueve de cada diez viviendas derrochan energía, según un estudio de WWF y la Fundación Reale– exista actualmente un plan de acción que nos permita conseguir avances significativos en eficiencia energética.«La eficiencia energética es algo tan relevante como la buena gestión de los recursos públicos. Hemos aprendido la importancia de ser exigentes en las decisiones de buena gestión de los recursos públicos y lo somos con respecto a la política fiscal que genera los ingresos. Y, sin embargo, consentimos pasivamente el despilfarro energético y la pobreza de las medidas públicas orientadas a lograr una mayor eficiencia energética», apunta Teresa Ribera, ex secretaria de Estado de Cambio Climático.
Ribera pone sobre la mesa un dato más llamativo: España no es capaz de presentar proyectos que obtengan la financiación disponible en el Banco Europeo de Inversiones para facilitar grandes programas de eficiencia energética. «El despilfarro es triple: de energía, de recursos económicos propios destinados a la importación de combustibles y de recursos disponibles para cofinanciar programas a los que no aplicamos». Paradójicamente, lamenta Ribera, la adopción de políticas de estímulo a la eficiencia energética en nuestros edificios supondría grandes ventajas, tanto a corto plazo, al reducir la factura energética en hogares y generar empleo en los sectores más castigados por la crisis (hasta 130.000 nuevos puestos de trabajo, según la asociación Green Building Council España); como en el medio y largo plazo, ya que supondría un ahorro neto muy significativo.
Competitividad y ahorro
Vayamos a los datos económicos. Si España hiciese sus deberes en eficiencia energética de aquí a 2020, «la reducción de energía primaria permitiría alcanzar unos ahorros anuales de unos 25.000 millones de euros», explica Fernando Ferrando, director de la Unidad de Eficiencia Energética de Endesa. Este ahorro supondría un impacto positivo muy fuerte en términos de balanza comercial, que solo en 2012 presentó un déficit de 45.503 millones de euros por productos energéticos.
Según Ferrando, las medidas necesarias se basan en la aplicación de tecnologías probadas como la rehabilitación de la envolvente de edificios; la instalación de bombas de calor en climatización con eficiencias que superan en tres y cuatro veces a las calderas de combustión; la introducción de iluminación eficiente con tecnologías fluorescentes de bajo consumo o LED o la progresiva implantación de la movilidad eléctrica. José Luis Blasco, de KPMG, se muestra optimista de cara al cumplimiento por parte de España de los objetivos marcados por la UE –«los planes de los sucesivos gobiernos han dado como resultado una disminución del 2,75% anual de energía primaria consumida, lo que nos situaría cerca del objetivo»– y reivindica la eficiencia energética como un factor fundamental de competitividad: «Es clave desde el punto de vista de reducción de nuestra dependencia exterior, lo que protegería a nuestras empresas de la volatilidad del mercado de la energía fósil».
Por otro lado, los datos de la Encuesta Industrial de Empresas reflejan que los consumos energéticos suponen hasta un 15% y un 20% de los gastos de explotación en sectores como el textil, el papel o el de los materiales de construcción. «Si tenemos en cuenta que los costes del mercado se han incrementado en los últimos diez años entre un 40% y un 100%, disminuir la intensidad energética por producto o servicio se convierte de nuevo en una variable clave de competitividad», explica el responsable de Cambio Climático de KPMG.
Durante 2016, el ministerio de Industria estableció en 206 millones de euros la cantidad que las empresas debían aportar al Fondo Nacional de Eficiencia Energética, para lograr un ahorro de energía equivalente a un 1,5% anual de sus ventas. Pero eso no es suficiente, ya que las compañías deben acompañarlo con iniciativas internas, por más que no estén obligadas a ello. Es el caso de Endesa (por cierto, la segunda empresa que más aporta al mencionado fondo), que ha integrado el concepto de ‘car sharing’ (movilidad compartida) en su funcionamiento. Así , a través de su acuerdo con Taksee, el 91,4% de las carreras que han sido reservadas a través de su plataforma, compartidas entre los empleados. Las carreras eliminadas suponen 6.760 kilómetros eliminados de recorrido en coche y 2.704 metros cuadrados de espacio ocupado por el automóvil, ahorro que también es una contribución a menor tráfico y congestión. El 75% de su flota es híbrida o eléctrica en Madrid y Barcelona. Además, la propia empresa tiene su servicio de car-sharing en sus seis sedes principales de de la compañía, com vehículos eléctricos para que todos los empleados puedan realizar sus gestiones laborales en entornos urbanos de una manera sostenible y no contaminante.
Ciudades eficientes
En la actualidad, el 52% de la población mundial es urbana, un porcentaje que asciende al 72% en la Unión Europea y al 82% en Latinoamérica. El éxodo rural que tuvo lugar en los países occidentales en el siglo XX se ha acelerado en el siglo XXI en los países emergentes: cada día más de 180.000 personas se trasladan a una ciudad para vivir. La cifra se repite en informes, simposios y conferencias, pero no por ello deja de ser apabullante: en 2050 la población mundial ascenderá a 9.000 millones de habitantes. El 70% vivirá en ciudades que, hasta la fecha, solo han ocupado el 2% de la superficie terrestre.
«Esto significa que habrá que abastecer unas necesidades energéticas crecientes en un entorno territorial muy reducido, con una alta dependencia energética del exterior y con la exigencia social de un comportamiento energético más sostenible», explica Ferrando, de Endesa. Para este ingeniero industrial y economista con más de 30 años de experiencia en energías renovables a sus espaldas, «la eficiencia energética y la electrificación de la demanda son las únicas políticas que permiten afrontar este reto al ser la electricidad el vector energético más eficiente y respetuoso con el medio ambiente».
Desde la Fundación Ecología y Desarrollo sostienen que «la profundidad de la transición que debemos realizar hacia una economía baja en carbono exige realizar una auténtica revolución energética, una transformación radical de nuestro modelo energético». «Eso exige cambios regulatorios, cambios tecnológicos y cambios culturales. Es muy difícil que las empresas avancen con fuerza si la política pública no empuja en esa dirección», apunta su director, Víctor Viñuales.
Innovación sostenible
La caída de la inversión pública en I+D+i no dibuja tampoco un paisaje alentador en lo que respecta al papel de las administraciones a la hora de impulsar la innovación sostenible en España. «Se está poniendo en riesgo una parte importante de nuestro sistema de innovación y la posibilidad de que la economía y la sociedad española construyan unas bases más sólidas y sostenibles», advierte Josep Comajuncosa, profesor de Economía de la escuela de negocios Esade.
«Falta, sobre todo, una política de incentivación que promueva la utilización de una tecnología más eficiente y menos contaminante frente a la realidad actual basada en combustibles de los que además no disponemos», nos explica el director de Eficiencia Energética de Endesa cuando le preguntamos por las barreras que están obstaculizando la movilidad eléctrica. «El precio todavía no se ha equiparado a los de las tecnologías convencionales y tampoco existe una amplia red de puntos de recarga».
En España en 2012 se matricularon unos 440 coches eléctricos; en 2013, la cifra llegó a unos 800 y se calcula que actualmente circulan alrededor de 5.000. Sin embargo, las perspectivas en cuanto al precio son positivas, ya que dependen principalmente del desarrollo de la tecnología de las baterías cuyas prestaciones mejoran continuamente. «Teniendo en cuenta el desarrollo tecnológico y reducción de precio del vehículo eléctrico, la Comisión Europea estima que en España habrá cerca de 2,5 millones de vehículos eléctricos en 2020», añade el directivo.
Golpe a las renovables
Para impulsar la eficiencia y reducir la dependencia exterior es necesario que las renovables ganen más peso en nuestro mapa energético. Hay ejemplos que llaman poderosamente la atención, como que Alemania, con menos de la mitad de horas de sol que España, invirtiese en energía fotovoltaica en 2012 más que España en toda su historia. El sistema eléctrico alemán cuenta en la actualidad con 32.698 megawatios (MW), frente a los 4.516 MW instalados en España, según los datos de la asociación de productores Anpier.
Así y todo, el Gobierno ha asestado un duro golpe al sector de las renovables con el real decreto que aprobó el 6 de junio y con el que pretende revertir el controvertido déficit de tarifa, que en 2013 superó los 4.000 millones de euros. El decreto del ministro Soria se traducirá, solo este año, en un recorte a los incentivos a las renovables de 1.700 millones de euros, de acuerdo con los datos que maneja la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC). Desde el sector acusan a Industria de romper la seguridad jurídica y preparan la batalla judicial en un momento en el que España ya se enfrenta por sus cambios en materia de renovables a seis arbitrajes en el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (CIADI).
«En materia energética es donde este Gobierno está mostrando su cara más alejada del sentido común. Primero desmantela las energías renovables, y revienta cualquier posibilidad de recuperación del sector, que era un motor en la generación de empleo; para ahora hablar de la vulnerabilidad de nuestro país por la dependencia energética del exterior», opina el fundador de Equo, Juantxo López de Uralde.
El poder ciudadano
Si hay algo que nos está enseñando el arranque del siglo XXI es que el ciudadano tiene más poder del que pensaba y, por tanto, también más responsabilidad y capacidad de transformación. Este axioma es totalmente válido ante el desafío de la eficiencia energética. «En las nuevas tarifas eléctricas, que permiten al consumidor repartir el consumo diario en función del precio horario de la electricidad, se fomenta la eficiencia en el consumo y, por tanto, es el propio ciudadano el que tiene la opción de llevar a cabo medidas de gestión de la demanda», explica Ferrando.
Asimismo, la paulatina implantación de las energías renovables en casa del consumidor conlleva una inevitable descentralización en la generación. «De este modo pasa de ser un mero consumidor a actuar como un agente activo, es decir, como un consumidor con capacidad tanto de consumir como de producir energía e interactuar con la red eléctrica», concluye.
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