Innovación
Reciclando en el espacio
La NASA calcula que más de un millón de escombros campan a sus anchas por la órbita terrestre. ¿Conoces las consecuencias de la ‘basura espacial’?
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COLABORA2016
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Un simple tornillo nadando por el cosmos puede convertirse en la peor pesadilla para las agencias espaciales. Pues bien: la NASA calcula que más de un millón de escombros similares campan a sus anchas por la órbita terrestre. ¿Conoces las consecuencias de la ‘basura espacial’?
En 2013 llegaba a las salas de los cines Gravity, en la que dos astronautas en apuros, encarnados por Sandra Bullock y George Clonney, deben emprender un espinoso viaje de vuelta a la Tierra después de ser batidos por una ‘tormenta’ de basura espacial.
Buena parte de los críticos calificaron la cinta del mexicano Alfonso Cuarón de obra maestra. Mientras algunos científicos, siempre más puntillosos, repararon en los «fallos» cometidos, como que casi todos los satélites que orbitan la Tierra lo hacen de oeste a este, y no de este a oeste tal y como se aprecia en la película o como que el pelo de ella no flota libremente sobre su cabeza por la acción de la gravedad.
Pero más allá de los reproches o los beneplácitos, el apocalíptico escenario que plantea Gravity dista mucho del género al que pertenece (ciencia ficción). No eran Bullock y Clonney en una escena del rodaje sino seis astronautas de la Estación Espacial Internacional quienes fueron evacuados el 28 de junio de 2011 y obligados a refugiarse en las naves Soyuz acopladas a la plataforma por alerta urgente de que un objeto chocara con la estación. Unos cuarenta minutos después, el peligro había pasado y los astronautas volvieron a sus puestos de trabajo. El objeto, según informó la NASA al día siguiente, había pasado a unos 300 metros de la gran plataforma, «lo más cerca que cualquier objeto extraño ha estado de la estación espacial».
Un simple tornillo nadando por el espacio puede convertirse en la peor pesadilla para las agencias espaciales. Como consecuencia del campo gravitatorio, alcanza velocidades muy elevadas (entre seis y diez kilómetros por segundo), por lo que, con apenas cinco centímetros de largo, ese pedazo de metal podría hacer un boquete en un transbordador.
Pues bien: 17.385 son los objetos registrados por la NASA en su último recuento, a principios de 2016. La mayor parte de estos objetos artificiales tienen un tamaño igual o mayor a 10 centímetros. De ellos, unos 2.000 son etapas de cohetes casi vacías de combustible que cumplieron su misión de lanzar los satélites que portaban, otros tantos son objetos eyectados por vehículos espaciales o satélites en el transcurso normal de sus operaciones; unos 4.000 son satélites de todo tipo, y cerca de 10.000 son fragmentos resultado principalmente de explosiones de distinta naturaleza y, en menor medida, de colisiones en el espacio.
Por ejemplo: la colisión en 2009 entre los satélites Iridium 33 y Kosmos 2251 generó unos 2.000 de ellos, mientras que la destrucción del satélite Fengyun 1C por parte de un misil lanzado desde China durante una demostración militar (colisión intencionada) generó casi 4.000.
De manera desglosada, de estos 17.385 cuerpos espaciales que rondan el planeta, la Comunidad de Estados Independientes –antigua Unión Soviética– se mantiene como la que mayor cantidad de basura desecha al espacio, con un total de 6.276 objetos; seguida de Estados Unidos con 5.483 y de China con 3.791.
Las piezas más peligrosas son, sin embargo, aquellas de tamaño más reducido, casi invisibles para los sensores. La propia NASA alerta de que el número de objetos de menos de un centímetro que orbita alrededor de la Tierra es superior al millón.
Cementerio de satélites
Desde el lanzamiento del primer satélite en la década de los 50 (Sputnik 1, enviado por la Unión Soviética), el número de satélites y objetos artificiales puestos en órbita no ha hecho más que aumentar. Los beneficios que han proporcionado hasta la fecha son incuestionables: gracias a ellos tenemos un conocimiento más exacto del planeta en el que vivimos.
Sin embargo, todos los satélites y objetos artificiales situados en las órbitas más próximas a la Tierra tienen una fecha de caducidad, que certifica el momento en el que no continuarán prestando servicio a la empresa u organismo internacional encargado de mantenerlo en órbita. Una vez llegada su hora, sus sistemas de comunicación y control se desconectan. Sin más. Y allí quedan, a su suerte (o a su desgracia), abandonados.
Ya en 1978, el consultor asociado de la NASA Donald J. Kessler propuso un escenario futuro en que el volumen de basura espacial alcanzaría unos niveles tan elevados que los frecuentes impactos con otros objetos puestos en órbita generarían un efecto dominó de gravísimas consecuencias. Esta situación, a largo plazo, dejaría la órbita baja de la Tierra (entre los 600 y los 1.000 km respecto a la superficie terrestre) como un rango inutilizable para la puesta en órbita de nuevos satélites. No olvidemos que estos satélites están directamente relacionados con el uso de móviles, internet y televisión de nuestra vida diaria. Las predicciones de Kessler bien podrían haber servido a la trama de Gravity.
El camión (cósmico) de la basura
Los expertos reconocen que hacer frente a este problema es complicado y costoso: básicamente habría que construir basureros espaciales, máquinas capaces de detectar esas piezas y anularlas, bien regresando con ellas a la tierra o lanzándolas contra la atmósfera, donde probablemente se desintegrarían. Pero, si bien con piezas pequeñas podría ser viable, con satélites o piezas de varios kilos de peso sería muy peligroso. Otra opción barajada por gobiernos e instituciones sería una «cordada de basura»: unir con cables los elementos más grandes y con un cohete lanzarlos a otras órbitas más lejanas a la Tierra.
La búsqueda de soluciones a un problema acuciante como el de la basura espacial ha tomado fuerza en los últimos años (aquí una buena recopilación). Gran parte de los prototipos se basan en aeronaves que, de forma sistemática, se dediquen a capturar y a devolver a la Tierra a la infinidad de piezas flotando alrededor de su órbita. Pero, ¿y si se usara la propia chatarra para nutrir los motores? Es la reciente idea de unos ingenieros chinos: una aspiradora espacial que se alimenta de los desperdicios que recoge. Así, este invento propone usar los pedazos para convertirlos en plasma, un combustible de energía eléctrica que ya se usa en la exploración espacial. Los restos primeros serían reducidos a polvo en un molino. En la siguiente fase, el polvo se calienta a altísimas temperaturas y se separan iones positivos y negativos que, al expelerlos con fuerza, impulsan la nave. ¿Entramos en la era de los barrenderos espaciales?
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