«Los españoles somos resignados pero no resilientes»
Dijo el poeta aquello de que la primera tarea de la educación es agitar la vida, pero dejarla libre para que se desarrolle.
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COLABORA2014
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Dijo el poeta aquello de que la primera tarea de la educación es agitar la vida, pero dejarla libre para que se desarrolle. Algo de eso ha incorporado la Universidad de Padres (UDP) que, hace ya cinco años, impulsó el filósofo, ensayista y pedagogo José Antonio Marina (Toledo, 1939), un proyecto de aprendizaje continuo para encarar y resolver las vicisitudes de una de las tareas más apasionantes y complejas, la de la paternidad.
Uno de los valores en los que se sustenta la Universidad de Padres es el talento. ¿Cuánta parte de ese talento proviene de la técnica y cuánta de la intuición?
Como dijo ‘Jack el destripador’, vamos por partes… Primero, déjame que defina el talento, una palabra muy usada pero que no tiene categoría científica y, por tanto, carece de una definición clara. Talento es el buen uso de la inteligencia. Una persona puede ser muy inteligente pero no tener talento porque no sabe qué hacer con su inteligencia. La inteligencia es una capacidad teórica y el talento es siempre en acto, remite a la acción. Desde la Universidad de Padres hemos elaborado un modelo de desarrollo del talento, que no está antes sino después de la educación, de manera que es un producto de la educación que tiene que ver con los dos grandes niveles de la inteligencia humana. Un primer nivel, riquísimo, prácticamente inconsciente, vinculado a las operaciones del cerebro, que produce ocurrencias, y un segundo nivel ejecutivo, que evalúa esas ocurrencias, las suscita, las dirige siempre hacia metas. Del buen uso de esos dos niveles aparece el talento.
El aprendizaje es otro de los motores de esta universidad para padres. ¿Nos cuesta aceptar que durante todo el proyecto vital tenemos que asumir una actitud de discipulado permanente?
Nos está costando mucho porque la idea que tenemos del aprendizaje es de castigo, confundimos aprendizaje con estudiar. El estudio es la parte dura, pero aprender es un entrenamiento con el que se consigue la capacidad, la agilidad, la fortaleza; el afán de aprender es una constante humana, todos tenemos deseo de aprender. En las universidades de la tercera edad hay una alegría por aprender, un disfrute del aprendizaje similar al de la etapa infantil. Los niños disfrutan muchísimo aprendiendo, para ellos resulta una experiencia alegre. Como hacemos las cosas mal, ya en Primaria amortiguamos ese disfrute porque el deseo por aprender queda sustituido por el deseo de aprobar. Eso cambia por completo el tipo de experiencia y empezamos a no valorar ni cuidar la sensación de aprendizaje en los niños. Debemos insistir constantemente en que aprender es bonito. No tenemos que poner el acento en el aprobado. Baste un ejemplo, porque el lenguaje revela muchas cosas: ¿qué quiere decir la expresión ‘te voy a dar una lección’? Algo negativo, cuando no tendría que ser así, ya que disciplina viene de la misma raíz de discípulo.
Es decir, no aprendemos…
Somos una sociedad muy inerte, y la inercia va en contra del afán del aprender. Si no cambiamos eso lo pasaremos mal, porque el aprendizaje es la solución que tiene la inteligencia para poderse acomodar al entorno; antes, cuando el entorno cambiaba poco, aprendías un oficio, una carrera, y se acababa el aprendizaje porque eso te servía, más o menos, para toda la vida, con pequeñas modulaciones, pero el cambio del entorno ahora es acelerado e imprevisible, y vamos a tener que estar aprendiendo siempre para poder sobrevivir. Aprender hoy por hoy no es un capricho ni un adorno. O aprendes y te reciclas continuamente o descenderás en la escala social hasta que te margines. Los aprendizajes quedan obsoletos en seguida. Por eso terminará implantándose la cultura de los másteres, porque una carrera no servirá para nada.
Lo de los másteres ¿no es como aprender un poco de muchas cosas pero no profundizar en nada?
No, en absoluto. Hay másteres, digamos, lujosos, que satisfacen la necesidad de algunas personas de obtener un título, pero hay algunos de calidad que son muy eficaces para cosas muy concretas y muy actuales; los grados o carreras o doctorados son lo fundamental, pero requieren procesos de actualización continuos. También hay másteres espontáneos, que son lo que hacen nuestros adolescentes cada vez que aparece un nuevo móvil. Ojalá pudiéramos copiar la efectividad con la que aprenden ese tipo de cosas para llevarla al sistema educativo. ¿Cómo aprenden tan rápido? Se lo cuentan unos a otros, ensayan, cuando no saben preguntan, uno descubre algo y rápidamente lo comparte a la vez que los demás lo incorporan… No quieren quedarse atrás. Había algunas profesiones en las que siempre había un constante aprendizaje, como la de médico, por ejemplo, por las técnicas y medicamentos que van apareciendo, las definiciones de enfermedades nuevas… Ahora, esa actualización de conocimientos se requiere en cualquier profesión.
¿Se requiere pasión para aprender?
Ésa es una de las cosas importantes en la UDP, intentamos mantener o despertar en los chicos la pasión por aprender. Si conseguimos despertar esa pasión, el proceso educativo será muchísimo más sencillo. Si han experimentado no tienen una experiencia gozosa de la escuela, como ocurre a casi todos, hay que enmendar esa experiencia, y reflexionar, porque está claro que algo hacemos mal… lo mejor para azuzar esa pasión por aprender es darse cuenta del progreso; la sensación de progresar es algo tan fantástico que siempre se quiere repetir.
¿Es necesario en el aprendizaje, tanto de padres como de hijos, una cierta dosis de fracaso, de frustración?
Sí, también es algo que tenemos muy en cuenta en la UDP. En este momento es importantísimo educar para la frustración y el fracaso porque, en algunos momentos de su vida, irremediablemente van a fracasar y sufrirán frustraciones. A los muchachos los hemos protegido demasiado y les hemos procurado una educación permisiva que los ha hecho tan vulnerables que, en cuanto aparece una dificultad, se vienen abajo. En España se ha hecho tradicionalmente tan mal que no tenemos ningún tipo de tolerancia al fracaso, lo que elimina muchas iniciativas y oportunidades. Se dice de una persona que ha fracasado: ‘eres un fracasado’, con lo que se le está exhortando a no seguir intentándolo. En Estados Unidos, en cambio, es importante destacar en el currículum los fracasos, porque eso indica que la persona no se ha rendido, sino que ha perseverado. La perseverancia, la tenacidad, la capacidad de superación, se valora mucho allí. De hecho, uno de los propósitos del Departamento de Educación norteamericano es desarrollar la perseverancia como virtud nuclear en el sistema educativo. Se han dado cuenta de que empieza a haber mucha gente joven que se rinde con demasiada facilidad, en contra de su cultura. Y lo consideran una patología. En España contamos con la cultura de la resignación, pero no con la cultura de soportar el fracaso, de la resiliencia. Somos resignados pero no resilientes.
El propósito de la UDP es “asegurar el éxito vital de los hijos”. En ocasiones, las condiciones externas son más que adversas (trabajos ajenos a los estudios realizados, mal pagados, horarios voraces… por no hablar de cuestiones que tampoco dependen de nosotros en su totalidad, como el desamor..) aún así, ¿el éxito se enseña?
No podemos –ojalá- modificar aspectos económicos, sociales o políticos, así que lo que hacemos es intentar que cada uno de los niños y adolescentes tenga un capital educativo, es decir, un conjunto de recursos acumulados que puedan invertir. No es que tengan una carrera, sino que dispongan de los recursos intelectuales, emocionales y ejecutivos suficientes para enfrentarse con los problemas. El capital educativo no te quita los problemas, pero te proporciona mejores condiciones para enfrentarte a ellos.
¿De qué tipo de conocimientos hablamos?
Por ejemplo, de la capacidad de comprender con rapidez, de comunicarse bien, la pasión por aprender, ser capaz de aplazar la recompensa, resistencia ante el esfuerzo, eliminar el miedo (el miedo es un obstáculo para todo), disfrutar de las cosas buenas, que no es tan fácil como parece, al tiempo que aprender de las malas.. ese tipo de recursos. La inteligencia empieza en la neurología pero termina en la ética. La ética es un gran recurso también, y hablo de ética como capacidad de hacer proyectos innovadores, de tener seguridad de que lo que estás haciendo lo haces bien… En la UDP tenemos una idea muy práctica de educación, tratamos de ampliar los recursos de nuestros muchachos para dirigir en buenas condiciones su inteligencia, para que sean capaces de elegir bien las metas, y enfrentarse con problemas que no pueden evitar. Una finalidad muy pragmática.
¿Y qué margen tiene el ocio, las aficiones, etc.?
Todo. Disfrutar de un buen concierto es necesario. Siembra el placer no consumista, que ya de por sí es importante, por ejemplo. Y respecto a los hobbies, ojalá tuviéramos esa capacidad en España… cuando nos jubilamos no sabemos qué hacer. Mis amigos ingleses tienen todos un hobbie, la encuadernación, su jardín, los animales, pasear… nosotros no hemos tenido la cultura el hobbie y eso es un disparate.
Otro de los aspectos que se enseñan en la UDP es a articular la vida propia con la tarea de educar a los hijos. ¿De qué modo concordar los espacios propios con los espacios compartidos? Da la sensación de que, o bien se establecen familias ‘absorbentes’, en el sentido de que todos sus miembros tienen que hacer todo juntos, o bien se asientan familias ‘ajenas’, en las que sus miembros ‘van por libre’…
Un tema que nos ha preocupado mucho es la comunicación de la familia, no sólo la comunicación hablada, sino la que refiere a las cosas que se hacen juntos. Tenemos talleres auxiliares para resolver los problemas de los padres, como la escuela de parejas, porque si las parejas no van bien, influirá educativamente de un modo claro. Debería ser un objetivo de Estado el que las parejas tengan la mayor estabilidad posible, eso da estabilidad social, la gente está más contenta, se producen menos disfunciones sociales, los niños tienen mejor ambiente… Nosotros trabajamos no con aquellas parejas que tienen claro que no pueden o no quieren seguir, en ese caso les animamos a que se separen cuanto antes, porque está estudiado que lo peor para un hijo es la etapa previa al divorcio, más que el divorcio en sí. Pero hay muchísimas parejas que quieren continuar juntos, que quieren que su relación funcione bien, pero se lían con mucha facilidad, se levantan con muy buenas intenciones y, a los diez minutos, ya la han liado. Lo primero que les preguntamos no es si se quieren o no, sino si les divierte hacer algo juntos, ése es el mejor prescriptor de la pareja, aunque parece accidental. Hasta la adolescencia, las actividades comunes y los juegos compartidos tienen una importancia educativa vital. En la adolescencia cambian las cosas, sobre todo porque surge un problema de incomunicación, ahora agravado por las nuevas tecnologías. Es común ver a una familia sentada a la mesa cada uno consultando su móvil. ¿Están juntos? Sí, pero cada uno a lo suyo. Les cuesta ya a los padres dejar al lado el móvil, conque a los hijos, figúrate. Conseguir que un chico apague el móvil en clase es un triunfo…
¿Es recomendable una cierta dosis de improvisación a la hora de educar?
Completamente. Nosotros no damos recetarios, sólo ciertas orientaciones, porque las circunstancias son tan variadas que los invalidan, lo que sirve para un niño no sirve para otro. Estudiamos muchos casos concretos, y así aprendes cosas exactas que te sirvan para otro caso; de ese modo desarrollamos el talento educativo de los padres, y lo que van aprendiendo por sedimentación al final les sirve, porque están entrenados para resolver. Adquieren, además, un tipo de talento que podrán utilizar en otros ámbitos de su vida, como el laboral. Por ejemplo, cuando les enseñamos a trabajar los miedos de sus hijos, también les estamos dando herramientas para que ellos afronten sus propios miedos. Otra cosa importante que tratamos de sentar en la UDP es que uno no es, ante todo, padre o madre, sino que es muchas cosas, entre otras padre o madre, lo que ocurre es que, durante un periodo de tiempo, esa faceta requiere mucha dedicación. Eso, en España, también lo hemos estado haciendo muy mal; las madres eran, ante todo, madres, y a ello dedicaban toda su vida, lo cual tampoco aseguraba el éxito de su tarea. De hecho, se ha comprobado, en el caso de las chicas, que salen mejor educadas aquellas que han tenido una madre que trabaja, porque aprenden pautas importantes, como la libertad o la independencia.
¿De qué modo se armonizan nuestras propias aspiraciones proyectadas sobre nuestros hijos con la necesidad de concederles la libertad necesaria que ellos deben ejercer en contra, incluso, de nuestros consejos?
Es un equilibrio entre los valores morales que se transmiten y el respeto a los derechos del propio niño. En la lección introductoria explicamos a los padres los cuatro tipos de relación posible con sus hijos: autoritaria, que transmite el sentido del deber, la responsabilidad, pero que no valoraba la libertad ni el disfrutar de las cosas de la vida; la educación permisiva, que es muy cálida, lo cual es bueno, pero no exigente, lo que suele originar niños narcisistas, egoístas y con poco aguante, es decir, vulnerables; los padres que son fríos y no exigentes, aquellos que no se ocupan de sus hijos, un tipo de educación plagada de problemas; y, por último, el modelo más acertado a nuestro juicio, el que implica afecto, cordialidad, y exigencia.
¿Cuáles son las virtudes y vicios de una y otra edad (la adulta, en el caso de los padres, la efervescente, en el de los hijos)?
Ahora mismo los jóvenes suelen ser padres en torno a los 37 ó 38 años, cuarenta como mucho. En esos casos, los primeros años de la educación de los niños provoca un enorme desgaste físico, que conlleva un problema de agotamiento; en la adolescencia, el problema es que los padres suelen pensar que lo que funcionó con ellos funcionará con sus hijos, y no es así. Además, el recuerdo de la educación es selectivo, las cosas fueron más complicadas de lo que se recuerda, y la educación se da en un ambiente distinto cada vez, con estímulos y problemas nuevos. Por ejemplo, ¿les dejo que vengan con su amiga a casa o no? Por no hablar de otros asuntos de mayor trascendencia, como el rebrote de machismo adolescente que se está produciendo. Cerca del 40 por ciento de las chicas adolescentes consideran que el que su chico las controle (el móvil, sus movimientos, etc.) es un síntoma de amor…
¿Cómo incide el ideario ético, los valores religiosos, políticos, humanistas en la educación de los hijos?
Decisivamente. Sobre todo la educación religiosa, que se da en la infancia, como el resto de materias, por adoctrinamiento. No explicas al niño por qué es así la tabla de multiplicar, tiene que aprenderla y ya está. Lo mismo con el catecismo. Después, lo que enseñamos de forma doctrinal lo podemos recuperar en la adolescencia justificándolo racionalmente; sin embargo, en la cuestión religiosa se produce un corte abrupto, porque los adolescentes tienen mucha dificultad en este asunto y los padres no saben qué deben recuperar de esas enseñanzas ni cómo plantearlas. A esto se suma el hecho de que los adolescentes tienen que reafirmarse y marcar distancias contra los padres, y la influencia religiosa, explícita al menos, se pierde. Sin embargo, la educación religiosa está acompañada por tradiciones morales muy fuertes, que algunas han transmitido virtudes muy poderosas. La educación de las virtudes (formas estables de comportamiento) como no mentir, ser responsable de tus actos, ocuparte del que sufre, etc., no forma parte del dogma, y eso sí suele tener influencia después. Además, los esquemas de las virtudes son muy comunes en todas las religiones y sistemas culturales, hay virtudes morales aceptadas en todas las culturas, como la prudencia, la aplicación del conocimiento para juzgar los actos, la valentía, la justicia, la humanidad, el sentimiento por el otro, algo que tiene que ver con el sentido de la vida, con la trascendencia, la regulación de las emociones, que en el cristianismo se conoce como la templanza… Este tipo de virtudes suscitadas en los niños se convierten en costumbres, en hábitos, y permanecen durante toda la vida. Eso es muy bueno. La importancia de la educación en valores es algo muy moderno; prefiero hablar de educación de las virtudes porque las virtudes, como he comentado, son hábitos psicológicos dirigidos a realizar valores, por tanto llaman a la acción. Los valores son conceptos abstractos. Uno puedo saber mucho de ellos pero ser un sinvergüenza; con virtudes es difícil ser mala persona. Los diputados conocen los valores fundamentales de la Constitución, pero no todos los respetan.
Por cierto, ¿cómo han sobrevivido hasta ahora los padres?
Haciéndolo bien o mal, pero en un entorno menos difícil. Antes, las sociedades eran homogéneas y tenían un consenso sobre valores fundamentales, los padres tenían que tomar menos decisiones y estaban amparados por los demás; además ejercían una educación autoritaria, que parecía funcionar muy bien. Todo ello simplificaba mucho la tarea.
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