Diversidad

¿Cómo es la vida de una persona discapacitada en la España de hoy?

Luis Cayo, presidente del Comité Español de Representantes de las Personas con Discapacidad (Cermi), disecciona la realidad de este colectivo en la España del siglo XXI.

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03
octubre
2011

En España hay casi cuatro millones de personas con discapacidad, un 9% de la población total. En uno de cada cinco hogares hay una persona con discapacidad. Se trata de una minoría, sí, pero muy cualificada, con la que una cuarta parte de la población española mantiene una relación directa. Pero más allá de los fríos datos estadísticos, ¿cuáles son las condiciones de vida de este grupo social? La verdad es que después de más de 30 años de vida democrática, la situación no es demasiado halagüeña, a pesar de los innegables avances.

Las personas con discapacidad –y sus familias, pues esta circunstancia afecta también a su entorno– siguen adoleciendo de dificultades severas para el acceso a bienes, servicios y derechos básicos, que se consideran habituales y corrientes para la población sin discapacidad. Todo esto determina una menor participación social y comunitaria y un déficit de ciudadanía que hay que reparar. Un potencial de talento, de creatividad, de esfuerzo y de aportación a la vida está retenido y forzosamente ocioso por las restricciones que la sociedad impone a este grupo.

Los factores que determinan este estado de cosas son múltiples, pero, en buena parte obedece a la exclusión educativa que han soportado y soportan las personas con discapacidad. Como condición de “éxito”, el sistema educativo ha tenido la de gestionar elementos humanos homologables, por lo que la diversidad (aquello que comportaba diferencia) siempre ha sido considerada, expresa o tácitamente, un elemento perturbador.

Esta mentalidad indujo, primero, a que la enseñanza les fuese negada o vista como no necesaria y, pasado un tiempo, a admitirlas pero siempre que estuvieran en estructuras paralelas o, dicho con toda crudeza, en estructuras segregadas (y segregadoras): la educación especial. “Juntos pero no revueltos” era la consigna. Esta tónica histórica ha cambiado hasta el punto en que hoy más del 80% del alumnado con discapacidad está en enseñanza ordinaria.

Esta anómala posición educativa, en unión de otros tantos condicionantes, ha hecho que arrastren carencias formativas importantes que los colocan en una situación de desventaja aguda al acceder a bienes sociales como el empleo digno y de calidad. Ahí las personas con discapacidad lo tienen peor, entre otras cosas, porque su legado educativo es tan inidóneo como precario.

No es nada novedoso, más bien es común afirmar que el empleo es uno de los factores preferentes de socialización y de participación en la vida comunitaria. Para las personas con discapacidad, la importancia del acceso al mercado de trabajo se multiplica. Sin una ocupación es harto difícil llevar una vida autónoma, independiente, y decidir por uno mismo. Sin empleo, las mujeres y hombres con discapacidad se colocan en posiciones de dependencia, al arbitrio de instancias ajenas al propio sujeto.

El empleo es un bien escaso y precioso para la discapacidad en tiempos de expansión económica, y también en los de crisis. Por este motivo, la acción movilizadora del tejido social de la discapacidad se ha centrado en la mejora del marco normativo; en la concienciación activa, y en la creación de empresas sostenibles, cuya justificación última ha sido la generación de empleo de calidad.

Dentro de la toma activa de conciencia por parte de la sociedad están las empresas y los empresarios como generadores de empleo. Las empresas se solían relacionar con la discapacidad como el resto de instancias: con desconocimiento, indiferencia y sospecha. Escribo en pasado porque hoy afortunadamente no es tan así. Hay cada vez más empresas que por persuasión, convicción o por probar (y errar) han dado una oportunidad a la discapacidad. Ante la diferencia, lo otro, no se han cerrado en banda, sino que han sido porosos: han visto en la diversidad un reto y lo han arrostrado. El resultado en esta parte de las empresas, llamémoslas “más audaces”, no ha debido ser malo porque han repetido.

Estos empresarios, conscientes o no, han descubierto que la discapacidad aporta a la sociedad y que su inclusión genera un cambio social positivo. Tienen para sí que la discapacidad es un elemento de diversidad humana que agrega valor allí donde encuentra un ámbito propicio a la apertura. Han sabido conciliar la diferencia.


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