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El trauma heredado, el dolor a remolque

El sufrimiento no resuelto se transmite de una generación a la siguiente a través de distintos mecanismos emocionales, conductuales y narrativos.

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13
mayo
2025

Se denomina «trauma intergeneracional», también «trauma transgeneracional o heredado». Lo que se esconde tras estos términos son situaciones que revisten una seria complejidad. El efecto a largo plazo de las tragedias y eventos traumáticos tiene un profundo impacto, no solo en las personas que atraviesan estos episodios, sino también en sus descendientes. Es la conclusión a la que han llegado distintas investigaciones que se han llevado a cabo en los últimos años en el campo de la psicología y la psiquiatría. Opresiones históricas, guerras y genocidios, así como otros tipos de violencias, han dejado y siguen dejando una huella profunda en la psique de miles de personas, pero también en las de sus hijos, hijas, nietos y nietas.

Basándose en un artículo de la revista Frontiers in Psychology, el Consejo General de la Psicología de España –INFOCOP– destaca la relación entre este tipo de trauma y el apego. En su página, explican que «los padres traumatizados pueden estimular directamente el trauma en sus hijos y estos pueden desarrollar síntomas que están contenidos en las experiencias traumáticas de sus padres. El contenido inaceptable, inconsciente y sin nombre se transfiere a la psique del otro, provocando que el sujeto actúe como si estos miedos y fantasías le pertenecieran. Se observa, pues, cómo los hijos e hijas de padres con traumas graves presentan los mismos problemas (ansiedad, fobia, depresión, reacciones de pánico, sentimientos de culpa…) y los mismos estilos de crianza que tuvieron sus padres». Desde este organismo mencionan también la «corrección del error», es decir, la asignación inconsciente de roles relacionados con el alivio del sufrimiento o de la ansiedad, lo que puede terminar derivando en un bucle infinito: «Esto implica lealtad a los padres y antepasados, formando así un fuerte vínculo entre generaciones, expresado a través de las llamadas “cuentas familiares”, donde la siguiente generación tiene “una deuda” con la anterior. Cuando estas “deudas” se acumulan a lo largo de las generaciones, cada nuevo miembro de la familia “ya carga con una pesada herencia desde el nacimiento”».

Los hijos e hijas de padres con traumas graves presentan los mismos problemas y estilos de crianza

En el libro Este dolor no es mío (Gaia Ediciones, 2017), Mark Wolynn habla de la epigenética, un nuevo campo de investigación centrado en el estudio de los cambios heredables de la función genética que se producen sin cambios en la secuencia del ADN. «En un principio se creía que la herencia genética se transmitía únicamente por el ADN cromosómico que recibíamos de nuestros padres. Ahora que los científicos entienden mejor en genoma humano, han descubierto el hecho sorprendente de que el ADN cromosómico (el responsable de la transmisión de los rasgos físicos como el calor del cabello, de los ojos y de la piel) solo constituye menos de un 2% del total de nuestro ADN. El 98% restante está compuesto por el llamado ADN no codificante, responsable de muchos de los rasgos emocionales, de conducta y de personalidad que heredamos», explica Wolynn.

Pero además de la epigenética, la transmisión del trauma se produce entre padres, madres, hijos e hijas a través de otros mecanismos, como los emocionales y conductuales. El sufrimiento no resuelto se perpetúa a través de patrones de crianza abusivos y dinámicas familiares poco saludables. Cuando una figura de referencia adopta una actitud de distanciamiento, de sobreprotección, no controla sus impulsos o ejerce violencia, el desarrollo emocional de los hijos e hijas se verá afectado. Otro de los elementos que influyen en la herencia del dolor no es otro que la narrativa familiar. Las historias que se cuentan y, sobre todo, las que se callan, tienen consecuencias directas sobre las siguientes generaciones. Cuando no se habla del pasado traumático familiar y se opta por el silencio, este se prolonga y termina convirtiéndose en una grieta, pues ocurre algo en el ambiente a lo que no se le pone nombre, y esa incertidumbre y tensión se perpetúan, al igual que la herida.

Las historias que se cuentan y, sobre todo, las que se callan, tienen consecuencias directas sobre las siguientes generaciones

La toma de conciencia de estos daños arrastrados se convierte en el primer paso para detener la sucesión de su derrame a través del tiempo, aunque la puesta en práctica encuentre multitud de escollos, en muchos casos de tipo familiar, social y estructural. La psicóloga experta en trauma generacional Mariel Buqué aborda la figura de la persona «rompeciclos» en su libro Esta herida no me pertenece (Editorial Diana, 2025): «Ser quien rompe ciclos es una búsqueda de paz que abarca múltiples niveles, múltiples tareas y múltiples generaciones. Supone paz para ti, para los que llegaron antes que tú, para los que vendrán después, para tu comunidad y para la cultura global. Convertirse en alguien que personifica esta mentalidad es convertirse en alguien que posee la certeza interna de que vale la pena luchar por esta paz».

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