Siglo XXI

La llegada del metaverso (y la tiranía del avatar)

El fuerte desarrollo tecnológico abre la puerta a la posibilidad de crear un universo digital que funcione exactamente como un mundo paralelo al de nuestra realidad. La nueva denominación de Facebook, Meta, es otro paso agigantado en una dirección que, si bien ofrece innovaciones interesantes, cuenta con el oscuro reverso de aspectos como la gestión de datos personales.

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02
noviembre
2021

Facebook ha anunciado por sorpresa su intención de cambiar su nombre al de Meta. Se trata de una referencia al ‘metaverso’, ese mundo virtual paralelo al que las películas de ciencia ficción llevan tiempo empujándonos. Mark Zuckerberg explica el cambio de denominación con el argumento de que la actual, hoy, queda corta a la hora de expresar todo lo que abarca su omnipresente imperio. Meta, como se encarga de recordarnos el creador de la red social, significa  «más allá» en griego; un término, por tanto, que representa con mucha mayor precisión su deseo de envolvernos en un entorno paralelo de realidad virtual que multiplique las posibilidades de interacción entre los humanos y las máquinas.

Tal vez Mark Zuckerberg se vea frente al espejo como una versión de carne y hueso de James Halliday, el visionario creador de OASIS, el ‘metauniverso’ de realidad virtual que nos propone Ready Player One; a muchos, sin embargo, puede que les recuerde más al siniestro señor Smith de Matrix. En cualquier caso, la suya es una declaración de intenciones de por dónde desea conducir al mundo en los próximos años. Un planeta, no obstante, que bien puede correr la suerte de terminar siendo siniestro, gris e irrespirable, y al que las nuevas tecnologías quieren ofrecer ahora una alternativa digital hecha de píxeles y múltiples interfaces. En las manos adecuadas, es cierto, el metaverso ofrece posibilidades interesantes: en la educación, por ejemplo, las experiencias inmersivas representan grandes ventajas para la impartición de disciplinas como historia, arquitectura o medicina.

El metaverso puede ofrecer oportunidades: en la educación, por ejemplo, la inmersión representa grandes ventajas para las disciplinas como medicina

Todo a nuestro alrededor parece empujarnos hacia este mundo paralelo. El ultra desarrollo tecnológico, la pandemia, el confinamiento, la contaminación, la explosión del teletrabajo o la superpoblación de las ciudades crean la tormenta perfecta no solo para que no recelemos del metaverso, sino para que lo abracemos como devotos seguidores. Estamos encantados de recibir a este universo paralelo en el que no solo podremos jugar, sino también trabajar, comprar, reunirnos con nuestros amigos y familiares –o, al menos, sus avatares– y ser, en definitiva, todo aquello que siempre quisimos ser. Tal como reza el refrán: a vivir, que son dos conexiones.

¿El ojo que todo lo ve?

Las estimaciones económicas hablan ya de un mercado de 500.000 millones de euros, y eso solo en un universo que se halla en sus albores. Los especialistas en marketing parecen frotarse las manos con todo lo que la nueva tecnología puede llegar a permitir: se traspasará rotundamente las fronteras de la pantalla de dos dimensiones y la limitación de los impactos a los momentos en los que la audiencia elija estar conectada a un dispositivo. Con el adecuado desarrollo tecnológico, por tanto, las andanadas publicitarias podrían ser omnipresentes, llegando a adquirir formatos tan inmersivos –e invasivos– y realistas como la vida misma. No obstante, ¿qué será «la vida misma» tras la llegada de este nuevo mundo?

La aparente impunidad con la que Facebook actuó en el caso de Cambridge Analytica hace pensar que la regulación no detendrá por completo este metaverso

La privacidad es una de las cuestiones que más preocupan en relación con el metamundo. El inquietante uso de datos que nos ‘toman prestados’, será algo completamente insignificante frente a las posibles consecuencias del universo digital. Los sensores con los que los nuevos dispositivos estarán equipados podrían ser capaces de interpretar hasta el mínimo de nuestros gestos, pudiendo rastrear como sabuesos no solo el itinerario que siguen nuestros ojos al recorrer una pantalla, sino las reacciones fisiológicas que cada una de esas paradas nos provoque: sudoración, ritmo cardiaco, excitación sexual. Podrán realizarnos prácticamente un análisis médico completo cada vez que nos conectemos, si bien su diagnóstico llegará en forma de reclamos comerciales –o ideológicos– excesivamente personalizados.

Como de costumbre, la tecnología va muy por delante de la legislación que debe ponerle coto. Las posibles reacciones físicas y cerebrales –determinados videojuegos, por ejemplo, ya advierten de la posibilidad de provocar episodios de epilepsia– a esta sobreexposición de impactos o la siempre peliaguda cuestión de la publicidad dirigida a menores son cuestiones que, si bien se hallan aún en el limbo regulatorio, que se han de acometer con urgencia.

No obstante, cabe no esperar mucha ayuda desde los juzgados. La aparente impunidad con la que Facebook actuó en el caso de Cambridge Analytica o la filtración en 2019 de los datos de 533 millones de usuarios hacen pensar que los obstáculos regulatorios, tal como hoy están concebidos, no conseguirán detener por completo el futuro que representa la llegada del metaverso. Como se suele decir, no se le puede poner puertas al campo (y menos, cabe pensar, a uno virtual).

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