Cosificación y deseo sexual: ¿cómo interpretar al otro?
Se entiende como cosificación la situación en que una persona es usada como un cuerpo que simplemente existe para el uso y placer de otros. No obstante, esta también puede ser moralmente aceptable (y deseable) cuando la reciprocidad, el respeto mutuo y el consentimiento forman parte del juego. ¿Cómo hemos de interpretar el intrincado laberinto del deseo sexual?
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Nadie discute que los medios de comunicación, la publicidad y la cultura del entretenimiento presentan a las mujeres como meros objetos en muchas ocasiones, ya sea resaltando exclusivamente su imagen –es decir, su atractivo físico– o prescribiendo roles y estereotipos de género dirigidos a la satisfacción sexual de los varones. Este fenómeno es conocido popularmente como ‘cosificación sexual’.
Tal como exponen Fredrickson y Roberts en su teoría de la cosificación, este tratamiento es más frecuente en mujeres y niñas. En ese sentido, la investigación sobre género, representación y comunicación ha explorado profundamente la influencia de la industria cultural en la identidad de las mujeres, su participación como sujetos en el proceso de significación, la hipersexualización de las niñas, la vigilancia estética, la insatisfacción corporal o la auto-cosificación, entre otros.
A grandes rasgos, en la teoría feminista se entiende por cosificación sexual el acto en el que una persona es tratada o representada como un cuerpo que existe para el uso y placer de los otros, desmereciendo sus habilidades y su capacidad de agencia. El concepto, tomado de la filosofía de Inmanuel Kant, apela asimismo a la noción de humanidad. Para las teóricas feministas, al igual que lo era para el filósofo alemán, la humanidad es un valor que nos diferencia de los animales y los objetos inanimados y, por tanto, debe ser respetado tanto a nivel social como individual.
En el feminismo se entiende por cosificación sexual el acto en el que una persona es usada como un cuerpo que existe para uso y placer de otros
El fundamento ético de Kant, el imperativo categórico, implica que la humanidad nunca puede ser tratada como un medio. Esto incluye tanto el uso del otro como un mero instrumento para el ejercicio del placer erótico, como el ofrecimiento carnal que uno pueda hacer a los demás, pues esto supondría el sacrifico parcial de la propia humanidad. Kant, al fin y al cabo, esgrime que la capacidad de razonar es el atributo que nos permite actuar de forma autónoma, controlando nuestras pasiones: todo lo que vaya en contra de la razón debe ser cuestionado. Es por ello que la sexualidad –más específicamente, el deseo sexual– es un tema de sospecha. Una persona olvida su sentido moral y racional cuando la lujuria le domina, cuando busca satisfacer su deseo centrándose en los atributos sexuales de otra persona.
Kant sostiene que tanto mujeres como hombres son víctimas de la cosificación sexual, pero defiende que ellas son más vulnerables a este tratamiento. La prostitución era, para él, el ejemplo más contundente en lo que respecta al trato de una persona como un medio para un fin; a ojos de Kant, quien no quiera correr ningún riesgo moral debe entregarse a la monogamia, en concreto, a la institución matrimonial.
Aparentemente esto puede parecer radicalmente conservador, si bien, para Kant el matrimonio constituía un derecho para el disfrute y no estaba sujeto exclusivamente a la pura procreación. En el matrimonio las dos personas tienen derecho cooperar, pero también a usarse mutuamente. El matrimonio, por tanto, legitima la vivencia de los placeres: la satisfacción sexual es considerada aquí un derecho en la pareja.
El feminismo actual, especialmente la corriente del feminismo cultural y radical, defiende que la desigualdad está estrictamente ligada con la cosificación sexual. Es decir que, al igual que Kant, consideran que existe una relación de poder y deshumanización entre aquel que cosifica al otro y aquel que es cosificado, el cual termina por ser una víctima impotente. Aunque los argumentos entre Kant y las feministas actuales son muy similares, conviene, no obstante, hacer una distinción. Así, mientras que para el filósofo del siglo XVIII la desigualdad solo tenía cabida en las relaciones no matrimoniales, para las feministas modernas, la desigualdad constituye un fenómeno más generalizado y dinámico.
El feminismo actual defiende que la desigualdad está estrictamente ligada con la cosificación sexual
MacKinnon y Dworkin, por ejemplo, parten de que hombres y mujeres viven en un mundo caracterizado por la desigualdad de género. En este contexto de desigualdad, quien cosifica son los varones, mientras que quienes son cosificadas son las mujeres. Para ellas, esta relación de dominación es legitimada y potenciada por la pornografía: todo contenido pornográfico es presentado como una subordinación de la mujer al varón, donde ellas aparecen representadas como mercancías, siendo reducidas a simples partes corporales, prácticas y posturas eróticas.
Personalmente, rechazo la idea de que la cosificación sexual es, como defendía Kant, moralmente inaceptable salvo en el matrimonio. Las relaciones entre iguales pueden darse fuera del matrimonio y las relaciones de desigualdad pueden, a su vez, desarrollarse en el mismo. Asimismo, acepto la sexualidad y el deseo erótico como atributos naturales y positivos en el ser humano, no como elementos que nos confieren un estatus inferior, meramente animal. Defiendo que el tratamiento de la mujer como un objeto debe tener cabida en la reivindicación feminista actual, pero no creo que resulte estrictamente problemático siempre tratar a los demás como un medio para un fin.
Como sostiene Leslie Green, no solo somos criaturas morales: somos criaturas sociales necesitadas del contacto, las habilidades, los afectos y los cuerpos de los otros. Desde esta perspectiva, lo que es conflictivo y resulta incompatible con el respeto a la persona es el hecho de reducirla simplemente a un medio, sin considerar su integridad, su consentimiento y la capacidad de agencia con respecto a sus propósitos. ¿Podemos utilizar a los otros como medios solo si reconocemos nuestra condición común de seres humanos? Además de lógico, esto me parece bestialmente inteligente. Por tanto, ¿y si la cosificación sexual solo fuera peligrosa cuando las mujeres son despojadas de su autonomía?
La atracción del deseo
El feminismo no se limita a la igualdad. Muchas autoras y activistas feministas han escrito sobre la necesidad de que mujeres y hombres tengan los mismos derechos y oportunidades; estoy plenamente de acuerdo con esta reivindicación. Sin embargo, cabe no descuidar otro de los valores e ideales que acoge el movimiento feminista: la libertad de las mujeres como una demanda de justicia.
Uno de los ideales acogidos por el movimiento feminista es el de la libertad de las mujeres como una demanda de justicia
Como feminista, a mí me parece justo que una mujer pueda tener iniciativa sexual en pleno siglo XXI, que decida vestirse provocativamente y que a través de su estética busque atraer a los hombres. De hecho, yo lo hago a menudo: no temer el deseo y luchar contra la represión sexual han sido dos aspectos centrales de mi militancia como feminista. Reivindico el derecho al placer, el derecho al deseo y el derecho a disfrutar, como mujer, del erotismo y de mi cuerpo, del goce con el otro.
Quizás por ello no me escandalizó la famosa foto de C. Tangana rodeado de mujeres en bikini en un yate. Me pareció sumamente perverso que el debate que había generado la imagen se transformara en una herramienta más de violencia en contra las mujeres, pues las críticas a esas mujeres eran una forma de reproducir y reafirmar el control patriarcal sobre sus cuerpos, sus deseos, su agencia sexual.
Todos los seres humanos, al fin y al cabo, somos objeto y sujeto de deseo. Las mujeres que aparecen en la imagen pueden elegir lo que desean ser al margen de su estatus como modelos, actrices o diseñadoras. No están obligadas a renunciar a su belleza, a su vulgaridad o a su voluptuosidad. El reconocimiento de la igualdad de derechos entre mujeres y hombres no siempre se acompaña de un deseo por cambiar roles y expresiones eróticas. Habrá mujeres y hombres que deseen expresarse desde roles alternativos, ya sea en su vida personal o cuando se expresan como artistas, pero también habrá mujeres y hombres que, desde la libertad de gobernarse a sí mismos, prefieran una expresión diferenciada y explícita. Sin embargo, en un contexto donde las mujeres son reconocidas como sujetos políticos, es importante entender que la expresión diferenciada y explícita de los roles no significa renunciar a ese estatus como sujeto.
La seducción y el coqueteo continúan siendo una situación cotidiana para el género humano. El hecho de que una mujer pueda relacionarse con los demás como sujeto activo en el terreno sexual debería contemplarse como un triunfo del feminismo y no como una suerte de auto-cosificación. No debe desdeñarse que, en ese juego, las mujeres tienen derecho a ser explícitas, a ser ambiguas, a manifestar su deseo y a oponerse y ser respetadas cuando no dan su consentimiento. La violencia sexual no desaparece cuando se amplía la agencia sexual de las mujeres y, sin embargo, ampliar dicha agencia permite que las mujeres desarrollen una mayor consciencia sobre su libertad sexual, sean menos vulnerables al estigma de ser calificadas como ‘putas’ y se atrevan a explorar su condición como seres sexuales desde la responsabilidad personal.
Una caja de Pandora
La propuesta de MacKinnon y Dworkin a la hora de vincular la cosificación sexual con la pornografía presenta importantes contradicciones. En primer lugar, es bastante cuestionable la idea de que la mera existencia de la pornografía –no solo su consumo– provoque que los hombres se comporten de determinada forma. La cosificación sexual es el resultado de la desigualdad social entre mujeres y hombres, pero resulta reduccionista considerar que la pornografía es el fenómeno que potencia esa desigualdad. En segundo lugar, la pornografía es posterior a la dominación masculina. Dicho de otra forma: las violaciones, la obediencia de la mujer en el matrimonio o la mutilación genital femenina han existido antes que el porno; quienes se aferran a la idea de que el porno es la causa de la dominación masculina solo detentan un dogma de fe.
La cosificación sexual puede ser moralmente aceptable y deseable cuando la reciprocidad, el respeto mutuo y el consentimiento forman parte del juego
¿Y si las expectativas familiares, la industria de la cosmética, la cirugía, las telenovelas y las películas románticas tuvieran más influencia en la percepción que se tiene de las mujeres que la propia pornografía? ¿Acaso no resulta francamente sexista considerar que los hombres no tienen capacidad crítica para distinguir el encuentro erótico de la pornografía como un contenido verosímil que resulta ser mera ficción? Si para un varón el sexo es lo que la pornografía dice que es, cabe la posibilidad de que no estemos ante un misógino, sino ante un ignorante. ¿Y si la motivación de los hombres en el visionado de la pornografía no fuera la dominación de las mujeres, sino la búsqueda de la excitación a través de la representación del goce femenino?
Cuando la cosificación sexual es consentida y deseada por la propia mujer, como una opción para explorar libremente su deseo, ¿cuál debería ser el posicionamiento del feminismo? ¿Debe ser la censura y la estigmatización o, por el contrario, cabe la posibilidad de que la cosificación sexual pueda ser positiva en la vida de las mujeres?
En un contexto donde el porno gay se ha globalizado y donde cada vez más hombres muestran una preocupación por su apariencia estética, ¿acaso tiene sentido hablar de cosificación sexual como una cuestión estrictamente relacionada con la dominación masculina?
La cosificación sexual puede asumir valores sumamente alienantes y perjudiciales para la salud de las mujeres, como la vergüenza corporal, la vigilancia estética, la ansiedad social o la pérdida de autoestima. No se puede defender como justas aquellas situaciones donde la cosificación sexual opera en contra de la voluntad e integridad de las mujeres. Cuando la cosificación sexual alienta el narcisismo, el materialismo y la representación idealizada de la belleza, tanto mujeres como hombres pueden imitar un comportamiento que es incompatible con el cuidado personal y las relaciones sanas. Sin embargo, es importante no generalizar al respecto. La cosificación sexual –incluyendo aquí la realizada por una misma– puede ser moralmente aceptable y deseable cuando la reciprocidad, el respeto mutuo y el consentimiento forman parte del juego; en definitiva, cuando no hay ni violencia ni coacción.
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