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Entre la innovación y el exceso: la paradoja tecnológica de nuestro tiempo

Vivimos rodeados de tecnología que nos promete hacernos la vida más fácil, más rápida, más conectada. Pero bajo esa promesa de progreso late una contradicción incómoda: cuantos más lanzamientos, más residuos generamos.

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22
diciembre
2025

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Vivimos rodeados de tecnología que nos promete hacernos la vida más fácil, más rápida, más conectada. Pero bajo esa promesa de progreso late una contradicción incómoda: cuantos más lanzamientos, más residuos generamos.

Las consecuencias de este modelo son tan visibles como invisibles. Visibles en los más de 62 millones de toneladas de residuos electrónicos que se generan cada año en el mundo, de las cuales ni siquiera un 25% se recicla adecuadamente, según el último informe del Instituto de las Naciones Unidas para Formación e Investigación (UNITAR, 2024). Invisibles porque, detrás de cada aparato desechado, se pierden minerales críticos, energía y materiales valiosos como cobre, hierro o aluminio, junto con las emisiones de CO₂ asociadas a su fabricación.

En España, el ciclo de usar y tirar también pasa factura. En 2023 se vendieron más de 1,5 millones de toneladas de aparatos eléctricos y electrónicos, pero menos de la mitad volvió a aprovecharse: solo un 47% fue recogido para su reciclaje o reparación, lejos del 65% mínimo que marca la Unión Europea.

Y es que el fin del soporte de ciertos sistemas operativos, como la reciente decisión de Microsoft de dejar de actualizar Windows 10, o la dificultad para reparar un dispositivo son ejemplos cotidianos de una práctica tan extendida como silenciosa: la obsolescencia programada. A menudo basta una simple actualización que ralentiza el rendimiento o un componente imposible de sustituir para empujar al consumidor a comprar el siguiente modelo. Todo ello, eso sí, bajo el envoltorio del progreso tecnológico. La paradoja es evidente: mientras la tecnología avanza a una velocidad sin precedentes, la vida útil de los dispositivos no deja de acortarse.

Mientras la tecnología avanza a una velocidad sin precedentes, la vida útil de los dispositivos no deja de acortarse

Sin embargo, quiero pensar que aún hay margen para el cambio. Iniciativas como el Right to Repair, el Derecho a Reparar, están empezando a mover las piezas de un sistema que parecía inamovible. En Europa, la nueva legislación que entra en vigor este año obligará a los fabricantes a facilitar la reparación de móviles, tabletas y baterías. Y al otro lado del Atlántico, más de 40 estados en Estados Unidos ya trabajan en leyes similares. No son simples normas técnicas: son señales de que algo está cambiando. Porque garantizar que podamos reparar lo que compramos no solo empodera al consumidor, también obliga a la industria a asumir su responsabilidad y repensar el modelo de consumo que nos ha traído hasta aquí.

Lo que ocurre con la tecnología no es tan distinto de lo que vemos en otras industrias. La fast fashion, por ejemplo, produce cerca de 100.000 millones de prendas al año, y se estima que un camión de ropa termina en un vertedero cada segundo. Apenas el 1% de todo lo producido se recicla en nuevas prendas, mientras el resto alimenta desiertos textiles como el de Atacama, convertidos ya en monumentos al exceso.

Algo parecido sucede con la comida rápida. El sector genera alrededor de 160 millones de toneladas de CO₂ al año, y su packaging representa más de un tercio del plástico mundial, casi todo destinado a un solo uso. Son industrias distintas, pero comparten el mismo patrón: productos diseñados para caducar más rápido, márgenes que dependen de la sustitución constante y un coste ambiental que nunca se refleja en el precio que pagamos.

En el caso de la tecnología, la obsolescencia programada no siempre se declara, pero se percibe: en componentes imposibles de reparar, en repuestos inaccesibles o en actualizaciones de software que dejan fuera a equipos perfectamente funcionales. Este diseño intencionado de la caducidad convierte la innovación en desecho, y al consumidor en rehén de un modelo que confunde progreso con reemplazo.

Si queremos un futuro verdaderamente sostenible, debemos empezar a aplicar a la tecnología el mismo escrutinio que ya exigimos a la moda, a la alimentación o a la aviación, por ejemplo. Porque al final, estrenar no siempre es avanzar. Y si de verdad queremos innovar, quizá el primer paso sea dejar de tirar lo que todavía funciona. La tecnología del mañana no debería levantarse sobre montañas de residuos electrónicos.


Marta Castillo es responsable de marketing y marca de Back Market

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