Las hermanas Brontë, tesoro literario del siglo XIX
Charlotte, Anne y Emily Brontë se enfrentaron a las convenciones de su época y, a pesar de no provenir de una familia adinerada, apostaron por desarrollar su talento literario.
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«Libertad de pensamiento, libertad de pensamiento». En una escena de la película Emily (2023) basada en la vida de la escritora Emily Brontë, no dejaba de resonar esa frase elocuente. Y es que quizá fuera la apuesta férrea por el libre albedrío –creativo y vital– uno de los soportes que le permitió tanto a ella como a sus hermanas Charlotte y Anne convertirse en figuras insoslayables de la historia de la literatura mundial.
Nos situamos en Yorkshire, al norte de Inglaterra, en las primeras décadas del siglo XIX. Una casa de ladrillos oscuros y ventanas blancas en medio de un paisaje rocoso. Estas tres hermanas –las menores de cinco y un hermano– nacen con apenas dos años de diferencia cada una: Charlotte, en 1816; Emily, en 1818; y Anne, en 1820. Su madre, Mary Branwell, falleció cuando eran muy pequeñas y quedaron a cargo de su padre, el autoritario pastor Patrick Brontë, que decide enviar a toda su descendencia a un internado. Allí vivieron en condiciones deleznables; tanto, que sus dos hermanas mayores fallecieron. Luego, junto a su hermano, regresan a casa y se dedican a la lectura, la escritura y la pintura para intentar dejar atrás sus vivencias en el centro y el dolor por esas muertes precoces.
Interesadas en continuar con su desarrollo intelectual, y reacias a la tradición de lo que se esperaba de ellas como mujeres, las hermanas trabajaron como profesoras para los hijos e hijas de algunas familias bien posicionadas, pero la labor no les duraba demasiado, ya que se sentían menospreciadas. Ellas querían aprender, dedicar su tiempo a leer a los clásicos y escribir. Paseaban juntas, declamaban poemas, reflexionaban sobre la existencia. Sabían que no podrían acudir a la universidad, ni convertirse en médicas, arquitectas o juezas, pero querían alimentarse del conocimiento de los libros.
Resulta impresionante que en la Inglaterra victoriana, donde el papel de las mujeres estaba relegado a una categoría inferior, estas hermanas lograran que su actividad literaria tuviera tanta repercusión, llegando a convertirse en tres de las figuras más destacadas de la época. Sobre todo, teniendo en cuenta que no pertenecían a una familia adinerada y necesitaban ingresos económicos. ¿Cómo lograron forjarse ese camino?
Trabajando juntas en su salón, Charlotte dio forma a ‘Jane Eyre’; Emily, a ‘Cumbres Borrascosas’; y Anne, a ‘Agnes Grey’
Las hermanas tenían claro que no querían separarse ni volver a trabajar como institutrices, pero tampoco querían tener la sensación de desaprovechar su vida, por lo que tomaron una decisión trascendental: probarían a publicar sus libros. Escribían desde muy jóvenes y llevaban cientos de páginas de trabajo. En 1846, publicaron una compilación de sus poemas bajo seudónimo, ya que no querían despertar suspicacias. Se llamaron Ellis, Currer y Acton Bell. Pero solo vendieron un ejemplar –la poesía no generaba demasiado rendimiento económico– por lo que decidieron probar con la narrativa.
Tomada esta decisión, lo siguiente que emprendieron fue una puntillosa organización: dedicarían las mañanas a las tareas domésticas y por las tardes, en su salón comedor, escribirían juntas. De este modo, Charlotte Brontë dio forma a Jane Eyre; Emily, a Cumbres Borrascosas; y Anne a Agnes Grey: las tres primeras creaciones que vieron la luz.
Aunque seguían firmando bajo seudónimo, estos libros fueron vorazmente cuestionados por los críticos, puesto que los personajes femeninos que representaban sorteaban los imperativos machistas. Los calificaron como «folletines de amores tormentosos». La realidad es que las mujeres de sus novelas eran seres complejos, inconformistas y desbordantes de pasión e inquietudes. En cierto modo, eran proyecciones de ellas mismas. Emplearon sus experiencias vitales para crear obras rebosantes de vitalidad y de imaginación, pese a no haber ido lejos de su pueblo natal.
A pesar de los juicios, sus libros lograron captar la atención de un público considerable. Sin embargo, Emily decidió dejar a un lado la escritura y volver a sus poemas, al cuidado del hogar y a los paseos por el campo. Sus hermanas, por su parte, continuaron desarrollando su talento. En el caso de Charlotte, elaboró Shirley y después Villete; Anne escribió La inquilina de Wildfell Hall, considerada como uno de los primeros referentes del feminismo.
Emily y Anne murieron en 1848 y 1849, respectivamente. Solo quedó Charlotte, que continuó escribiendo y desveló los verdaderos nombres de sus hermanas. Con cuatro libros finalizados –Profesor es, quizás, el más desconocido–, tuvo la oportunidad de disfrutar de un merecido reconocimiento. Se casó a los 37 años, pero falleció al poco tiempo. Sin embargo, su talento y el de sus hermanas ha llegado hasta nuestros días a través de hermosas palabras generadoras de historias que pocas figuras han sabido crear como lo hicieron las Brontë.
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