ENTREVISTAS

«Fui un salvaje: no sabía lo que era adaptarse a la sociedad, ni tenía intención de hacerlo»

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
01
febrero
2021

Raimundo Amador ha roto el molde del pop español en más de una ocasión. La imparable fuerza motriz de su guitarra impulsó giros copernicanos para nuestras músicas populares a la vera de Camarón, con Veneno y con Pata Negra. Intuitivo y superdotado, ha desarrollado un discurso de enorme amplitud genérica en el que conviven con naturalidad el flamenco, el rock, el blues o el reggae. Los Enemigos, B.B. King, Enrique Morente, Juan Perro, Rosario, Björk, Mala Rodríguez o Diego El Cigala, Howe Gelb o Lole y Manuel han compartido estudio o escenario con él, y dan cuenta de su imponente hoja de servicios. A sus 61 años, lleva toda su vida aferrado a la guitarra y por eso, quizá, habla como toca: con el instinto como guía y con espíritu indomable.


Tus biografías dicen que te criaste en Las 3000 Viviendas, pero antes de eso viviste en una chabola en Chapina.

Nací en Triana. Mis padres, que eran andaluces pero no de Sevilla, emigraron a Barcelona. Todos mis hermanos y yo nacimos en Sevilla y sí, mi casa era una chabola cuando nací. Estaba en Chapina, donde está lo que ahora es la Expo. Mi hermano Rafaliyo se llama así por Rafael Santisteban, un locutor que trabajaba con mi padre en Radio Sevilla, en la SER. Mi padre de vez en cuando llevaba la guitarra –una Ramírez buena– a casa y me la dejaba. Le salió trabajo en Rota, en la base de los americanos, con Rafael ‘Negro’ y su mujer, Matilde Corral, y con el cantaor Diego Camacho ‘El Boquerón’. Vivía en una pensión donde también había un pianista de color, y mi hermano y yo jugábamos con su hija. Éramos muy pequeños. Allí venían un saxofonista y un contrabajista, y el hombre nos daba un billete de veinte duros para que le dejáramos ensayar. Allí tuve mi primera guitarra, que era de cartón-piedra, roja y con muñequitos del oeste y vaqueros en blanco.

¿Y tu padre qué hacía en Radio Sevilla?

Tocaba la guitarra. Luego estuvo en Los Gallos, en el barrio de Santa Cruz. Era el maestro de la mayoría de guitarristas que pasaron por allí, como José Luis Postigo, que empezó bailando y luego le dio por la guitarra. Su padre tenía una tienda en el Polígono San Pablo, donde vivimos nosotros antes de ir al Polígono Sur. Los cuartos de baño para ducharte o hacer tus necesidades estaban a medio kilómetro de la casa, no había agua y tenías que ir con un cubito si te daba un apretón por la noche. Cuando tiraron esas casas nos tocó un piso, pero estábamos acostumbrados a vivir en un bajo y lo cambiamos por una casita. En la bañera no te podías echar ni nada, pero tenía agua corriente. Hasta los maceteros eran de amianto, pero teníamos ducha, te podías bañar en casa, podías guisar…

De hecho, en la canción ‘Plantitas’ dices esta letra de Pepe Begines: «Andalucía, tierra jodía pa’ criar. Mucha maceta, poquita agua pa’ regar. Ocho plantitas tuvo mi padre, yo tengo seis en el balcón».

Yo soy el mayor y he tenido seis hijos y trece nietos. Éramos ocho hermanos, pero han muerto dos, uno hace años y mi hermana hace unos meses, durante la pandemia, de cáncer de mama. Ha sufrido mucho.

Con esa familia tan grande habrás tenido que regar mucho.

Sí, sí, he regado tela [ríe]. Y seguimos regando. Hace poco estuve en Galicia. Ahora no se pueden llenar los festivales más de un cincuenta por ciento y, claro, no se puede pagar todo. Pero ahí vamos, tirando. El otro día me habrían puesto un avión para ir allí, pero fui en mi furgoneta, me pegué un puñado de kilómetros. Tengo una familia muy amplia y muy bonita como para meter la pata ahora o ser un irresponsable. Veo que la gente lo es, si no esto estaría bastante bien.

A tu padre le dedicaste una canción a modo de elegía. ¿Qué es lo más importante de lo que aprendiste con él?

A tocar la guitarra y a ser como soy. De jóvenes siempre somos más rebeldes. Mi padre estaba muy orgulloso de mí cuando tocaba con la Familia Montoya, pero cuando me fui con Veneno, a sus ojos, le hice una mala jugada. En esa época lo pasé mal porque estábamos muy enfrentados, pero después vio la situación y me dijo «¡aprovéchate, que es la moda de los locos; aprovéchate y gana dinero, niño!». Se fue muy contento conmigo y estoy orgulloso.

«He ganado mucho dinero, pero siempre he defendido a los pobres. Los ricos siempre se salvan»

¿Y de Encarna, tu madre, qué destacarías? En entrevistas y documentales se habla más de tu padre que de ella.

En el disco que estoy haciendo ahora hay un tema para ella y no sé qué nombre ponerle, no sé si llamarlo Encarna. Y en Medio hombre, medio guitarra está El mecánico, para mi hermano el que murió. Se llama así porque él arreglaba motos. Le gustaba Hendrix, pero tocaba y cantaba por soleá y le gustaba el rollo flamenco jondo. Vagabundeaba por los soportales de Las 3000 Viviendas. Son caminos que hemos tomado, ¿entiendes? A lo mejor podía haber cogido otro, pero cogió ese. No murió por la droga, le dio un aneurisma. No llevaba carné de identidad ni documentación y nos tiramos una semana buscándolo… Duró unos quince días. A la semana de morir mi hermano Luis, tenía que tocar en Dos Hermanas y, de impotencia, porque tenía el contrato firmado, me bajé al estudio y grabamos ese tema improvisado, que es facilito pero está con el paquete de tabaco de atrás [se toca en el corazón] como dice Rafaliyo… Por eso suenan martillos, llaves, coches arrancando, un rechine de los que se escuchaban por allí por Las 3000.

¿Cuándo y cómo vamos a poder escuchar tu disco nuevo, 60 aniversario. Directo en casa? Lleva terminado hace mucho tiempo y tendría que haber salido antes de la pandemia.

En breve vamos a empezar a promocionarlo y a ponerlo en las tiendas y en las plataformas digitales. ¡Con el rollo de la pandemia ya serán 61! Estoy muy contento, lo hemos mezclado con mi mesa mi hijo y yo. ¡Estamos ya como los Rolling o como Prince! Mi hijo usa el ratón y yo la mesa, una Trident analógica de esas que tienen unos ecualizadores y unos previos que son la hostia. No tienen ese sonido nasal de la guitarra enchufada, de nylon… Es garagero, como me gusta a mí, no como los discos que he hecho superproducidos. A mí no me pega, no me veo así: he nacido en una chabola.

Hiciste un montón de cosas siendo adolescente, casi un niño.

Ahora uno quiere ser ministro, o se presenta para esto de Autores [la SGAE]… Y ahí pasa como con la política. Todo el mundo llama y yo digo «¿ustedes no saben que yo soy más antiguo en autores que la mayoría de ustedes?» Con la Familia Montoya ya hice El Polígano, es un tema mío pero lo que pasa es que meto una cosa de Emerson, Lake & Palmer, de From the Beginning. Entonces no estaba casado, tampoco cuando Veneno. En La leyenda del tiempo ya, al año siguiente, me casé y de luna de miel nos fuimos a hacer los últimos ensayos del disco a Umbrete. Terminaba los ensayos y me quedaba en el chalet de Ricardo Pachón. Camarón, Ricardo y los demás se iban y yo me quedaba allí con mi señora de luna de miel. ¿Dónde iba a ir, si no tenía ni un pavo?

En ‘La leyenda del tiempo’ grabaste de milagro porque no estabas bien, estabas malo.

En aquel tiempo me dejó mi señora porque era un poco travieso. Me dio un escarmiento. Ahora me alegro, pero lo pasé muy mal. A veces tengo paranoias con aquello, pero me ha venido bien. Era incorregible, salvaje totalmente, no sabía lo que era adaptarse a la sociedad, ni tenía intención de hacerlo. Estaba casado y la gente no creía en mí porque decían que no era formal, pero yo estaba bien. A Romero Sanjuán se le fue el bajista y vino a buscarme a Las 3000, cuando ya tenía yo niños… Le dije que estaba con Pata Negra, pero que no trabajábamos mucho, porque Rafaliyo estaba y no estaba. Incluso dejé Pata Negra y seguí con Romero tocando el bajo y ganando pasta. Por lo menos comíamos. No tenía 15 años, tenía ya cuatro niños.

A tu mujer le cantabas: «Antonia, si no te tengo me siento como un gorrión, con las patitas encima de un cable de alta tensión».

Hombre, es que mi compadre Carlos Lencero era un fiera. Parece que la letra se la he hecho yo para ella. Es un rollo muy gracioso de amor, no es lo típico. A él también le encargué Gitano de temporá por lo que pasó en Mancha Real, que un gitano mató a un payo y echaron a todos los gitanos y quemaron las casas. Si tú matas a alguien, que te metan preso o que te hagan lo que quieran a ti, no a todos. Aunque no iba solo por los gitanos, era por el racismo en general –los negros también ha pasado lo suyo– y sobre todo por la gente pobre, porque los ricos siempre se salvan. He ganado mucho dinero, pero siempre he defendido a los pobres y además, con tanto niño, no soy rico. Mi mentalidad es de persona pobre porque he nacido pobre.

En el documental ‘Papagordo’ decías de ella que tenía «más cojones que tú», dando a entender que ella ha sido el pilar de la casa.

Si no fuese por la Antonia, no estaría aquí contándote esto. No existiría, porque llegó un momento en que me vi muy perdido y muy mal.

Raimundo Amador

Hablas de adicciones, supongo.

Claro. Ahí estaba ella, pero también te digo una cosa: como uno no tenga lo que hay que tener, no hay nada que hacer. Ahora no bebo, ni fumo, ni nada. En la familia de mi padre, de los mayores ya no queda ninguno, porque somos una fábrica de triglicéridos. A mí me dio un yuyu hace años porque los tenía a mil cien. Ahora los tenía igual y he parado.

En 2014, en una conversación a propósito de tu participación en ‘La leyenda del tiempo’ de Camarón, de hecho, decías: «estoy amargado, si no lo dejo es porque me gusta demasiado, porque es muy fuerte lo que está pasando con la música». ¿Qué pasaba?

Siempre hay cosas que te gustan y, normalmente, lo que te gusta es lo que se parece a lo de antes. También algunas cosas de ahora, como SFDK, Mala Rodríguez y otras cosas que están bien. De todo lo que está saliendo hay muchas cosas malas y muy poco respeto al flamenco. Yo digo que era flamenco y que ahora soy un bicho raro. No sé si entonces te lo dije, pero te lo vuelvo a decir.

Lo que si dijiste es: «si la gente tuviera una educación musical digna, no pasaría esto que está pasando».

Pues sí. Y lo mantengo. Si tuvieran educación y respeto hacia el flamenco, porque la fusión tiene que salir sin apretarla. Sale sola porque la has vivido, porque has escuchado blues, son cubano, jazz, rock… Lo que escuchas, después sale. Pero claro, hay que mamarlo. Si no lo mamas, dices «¿ahora qué se lleva? ¿Esto?» y es una mierda.

Al hablar de tu música siempre dices que, antes que nada, es gitana. ¿Por qué?

Sí, mi música sobre todo es gitana. A mí me han dicho que, toque lo que toque –blues, rock, lo que sea– suena gitano. Pata Negra no hacíamos rock andaluz. O sea, andaluz, sí, pero gitano. No lo digo como racismo. Aquí hay un guitarrista italiano, muy bueno, que me dice «si quieres un guitarrista aquí estoy yo, gachosito». ¡Ole tus huevos! Lo que no hay que hacer es ocultar lo que eres. Estoy orgulloso de ser gitano porque soy gitano, y si fuera gachosito estaría orgulloso de serlo, pero hay gente que quiere ser gitano por huevos, sobre todo cuando vienen las fiestas.

«Lo que nunca hay que hacer es ocultar lo que eres. Estoy orgulloso de ser gitano porque soy gitano»

¿Se ha reconocido el valor del legado cultural de los gitanos?

Si hay algún gachosito, siempre se lo lleva. Estamos ahí, ahí todavía. A este estudio han venido africanos, hindúes, gachositos también y gitanos, claro. No pasa nada, pero no sé por qué pasan estas cosas en la vida. Hay que estar orgulloso de lo que uno es. Siempre.

¿Y tú te sientes reconocido?

La verdad es que no. Ni reconocido en el flamenco ni en la música moderna. Por los grandes sí, pero por los mediocres no. No sé si es envidia o qué pasa, pero no me siento reconocido por los flamencólicos digamos, ni por los rockhólicos o los bluescólicos [ríe]. Por ejemplo, sí por María Jiménez, Camarón, La Negra –que en paz descanse–, Remedios Amaya… El otro día estuvo aquí Remedios y estábamos tocando el Red Baron y ella, te lo juro, con las lágrimas saltadas diciendo «¡ole mi Mundi!». Es la caña. También por B. B. King, Björk… No sé, ¿qué más quieres?

En Sevilla en esa época estabais vosotros, Smash, Lole y Manuel, Gong, Gualberto… Y eso que tiene fama de ser una ciudad conservadora.

Antes el rollo era más auténtico. La gente era más auténtica. Sevilla era una ciudad de blues y flamenco. Ahora no. En el disco nuevo hacemos el Tutu de Marcus Miller con Diego al violín y SFDK, y el Zatu da un poquillo de caña a la gente.

¿La sociedad es más conservadora ahora que en aquellos tiempos?

Es más toli, tío. Conservadora, conservadora… ¡Pero si te gusta cualquier mierda, con perdón! ¡Ahora todo es bueno! Cuanto más malo, más bueno. Y cuanto más vayas borracho, mejor también, porque es «más fresco». ¡Y una mierda! Hay que mamar las cosas, es mentira que la fusión salga natural. Si tú no has vivido una cosa, ¿cómo te va a salir? Eso sale forzado. Me estoy haciendo mayor y ya no quiero callarme. Estamos equivocados. A la gente hay que educarle el oído. La gente está ciega y sorda y, como no la eduquemos, no la llevamos por el camino de la música o el teatro.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

La riqueza de Platón

Robin Waterfield

En ‘Platón de Atenas’, Robin Waterfield presenta la primera biografía de uno de los fundadores de la filosofía.

La caída del cielo

Davi Kopenawa

Kopenawa, chamán y portavoz del pueblo yanomami, pinta un cuadro de su cultura en el corazón de la selva amazónica.

En agosto nos vemos

Gabriel García Márquez

‘En agosto nos vemos’ (Random House, 2024) es la obra póstuma de Gabriel García Márquez. 

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME