ENTREVISTAS
«Lo importante no es lo que pasa en el metaverso, sino en el otro lado»
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Tal y como advierte la tecnóloga madrileña Lucía Velasco, la disrupción digital en los entornos productivos es cada vez más evidente: 85 millones de empleos se transformarán debido a la revolución tecnológica antes de 2025 en todo el mundo. En su último libro, ‘¿Te va a sustituir un algoritmo?’ (Turner), esta experta independiente de la Comisión Europea, que además dirige el Observatorio Nacional de la Digitalización y el Impacto de la Tecnología en la Sociedad (ONTSI), analiza los beneficios, desafíos, contrariedades y amenazas de este nuevo escenario donde el metaverso parece interpretar el papel de protagonista. ¿Su recomendación? Reflexionar sobre las decisiones que debemos tomar para no quedarnos descolgados en un mundo donde nada, nunca, será igual.
«Estamos en un momento –respecto de las nuevas tecnologías– tan importante como la era atómica», afirmas en tu libro. ¿Cuántas personas se quedarán por el camino y de qué manera?
Los riesgos son importantes. Precisamente por eso he escrito este libro, porque debemos ser conscientes de ellos. Pero también estoy convencida de que estamos a tiempo de evitar que nadie se quede atrás y acompañar a aquellos que no puedan hacer esta transición digital.
¿Hasta qué punto son útiles los algoritmos y sus combinaciones? ¿Cuándo conviene desterrarlos para obtener resultados?
Los algoritmos nos facilitan la vida: nos dicen cómo llegar a los sitios, priorizan los correos, ayudan a interpretar radiografías, sugieren dosis de medicaciones, nos recomiendan música o películas, hacen un match en cualquier aplicación de ligoteo o le dicen al banco que dé o no, un crédito. No pienso que haya que desterrarlos sino, más bien, entenderlos y controlarlos. Siempre tiene que haber supervisión humana cuando se toman decisiones sobre personas y debemos ser capaces de saber cómo llegan a las conclusiones que llegan. Hay que estar muy atentos para evitar que nos lleven a lugares que ya habíamos superado: esto sucede porque repiten patrones, utilizándose datos que, sin tratar, son el reflejo de lo peor y lo mejor de la sociedad. Debemos avanzar en la auditoría algorítmica y en su transparencia.
Crece la incertidumbre ante la posibilidad de que los algoritmos vengan a quitarnos el trabajo. Aunque sabemos que, a su vez, las nuevas tecnologías crearán nuevos empleos, la proporción entre la destrucción y la creación de puestos de trabajo será escalofriante. ¿Qué sucederá con esas grandes masas de gente en paro?
Diría que vienen a quitarnos trabajo, no el trabajo. La revolución digital hará que tengamos que adaptarnos rápida y masivamente a cambios en gran parte de los trabajos, pero no habrá grandes masas de gente en paro. Los Gobiernos no lo permitirán.
¿Podría la digitalización acentuar aún más la brecha entre muy ricos y pobres?
Ya lo está haciendo. Hay una concentración de riqueza y de poder en unas pocas empresas y en quienes las lideran. Se debe equilibrar la balanza usando herramientas más tradicionales de economía política, pero también hay que atreverse a probar nuevas. La competencia de los mercados y la protección de los trabajadores, independientemente del tipo de contrato que tengan, son pilares fundamentales para combatir estas brechas.
«Tenemos en riesgo nuestra privacidad, que es en el fondo, nuestra libertad»
Argumentas que la capacidad de intercambiar grandes cantidades de datos de forma rápida y barata ha sentado las bases para el auge de la economía digital y sus nuevas formas laborales. Pero con este carácter financiero, ¿acaso la transformación no favorece una ‘economía ficticia’ (o abstracta) y más vulnerable, como vimos en la crisis de Lehman Brothers?
La gran crisis que hizo tambalear las economías más importantes del mundo hace casi 15 años vino provocada por una agresiva desregulación y un poder desproporcionado de los poderes financieros para influir en las normas que les restringían la especulación. Es necesario poner límites a los gigantes tecnológicos precisamente para evitar que vuelva a suceder. Esta vez tenemos en riesgo nuestra privacidad, que es en el fondo, nuestra libertad.
¿De qué modo podríamos reindustrializar España en clave digital?
Incorporando a la economía del dato los sectores tradicionales que sostienen nuestra economía, como el turismo, para que puedan competir en el siglo XXI; pero también entendiendo dónde está el futuro, como por ejemplo en la ciberseguridad. Debemos incorporar a nuestra reindustrialización coordenadas de soberanía digital y de autonomía estratégica para reducir dependencias.
Y el futuro, ¿son las criptomonedas?
El futuro inmediato es la regulación de las criptomonedas para evitarle disgustos a muchas personas que se dejan llevar por las promesas de pelotazos digitales.
A la hora de hablar de ciberseguridad, o del vehículo eléctrico o la educación digital… ¿En qué podemos competir y estar a la altura?
En todo. España no tiene nada de qué acomplejarse. Somos líderes mundiales en los índices de ciberseguridad. De hecho, el primer PERTE (Proyecto Estratégico para la Recuperación y Transformación Económica) del Gobierno de España, con los fondos del plan de recuperación, pretende crear el ecosistema para fabricar vehículos eléctricos, convirtiendo a nuestro país en el Hub Europeo de electromovilidad, con una inversión total de más de 24.000 millones de euros. Solo tenemos que creernos que somos capaces.
Respecto de nuestra formación digital, ¿cuál es nuestro talón de Aquiles?
Tenemos un país con unas infraestructuras digitales envidiables que nos permiten aprovechar al máximo esta ola de educación digital. Sin embargo, es necesario mejorar la recogida de datos para diseñar programas que sean realmente efectivos, asegurarnos que la desigualdad y la brecha educativa no son un obstáculo para que todas las personas puedan aprovechar el potencial de la revolución digital.
¿Caben las humanidades en un mundo digitalizado?
Son más necesarias que nunca. La tecnología debe tener una perspectiva humanista para que tenga sentido y mejore nuestras vidas.
«España no tiene nada de lo que acomplejarse: somos líderes en ciberseguridad y tenemos unas infraestructuras digitales envidiables»
Parece difícil imaginar hoy en día una desglobalización. En cambio, asegura que está ahí, a la vuelta de la esquina. ¿Podría esa desglobalización considerarse un retroceso en el bienestar?
En muchos casos yo lo consideraría una garantía de suministro y de recuperación de muchos trabajos que se fueron en su día. Depender de países cada vez más inestables, con regímenes no siempre democráticos que reniegan del orden global, no parece la mejor apuesta para mejorar en bienestar. El repliegue regional está sucediendo.
En este sentido, las redes, por un lado, estimulan el activismo (el fenómeno Greta Thunberg no se entiende sin ellas, por ejemplo) pero, por otro, nos alejan de la calle, de los espacios en los que realmente se cambia la realidad. Quiebra los vínculos fuertes como los afectos. ¿Esta tendencia se acusará más en el futuro?
Esa va a ser uno de los grandes retos. Convertir las redes en la nueva plaza pública como espacio de convivencia, garantizar nuestros derechos digitales y educar para que nos demos cuenta por nosotros mismos de que lo importante no es lo que pasa en el metaverso, si no al otro lado.
La tecnología suele generar la expectativa de que todo es controlable, medible y predecible. Desde la hora a la que va a llover hasta las pulsaciones nocturnas. Sin embargo, la vida siempre se abre paso e irrumpen con su contingencia, impredecible de todo punto.
Esa es la magia, que cuando menos te lo esperas, la vida te da la vuelta. Sin magia no se puede vivir.
Ante una tecnología con la que recopilamos todo, parece que la memoria es prescindible. Pero sin ella, sin memoria, no pueden establecerse redes de conocimiento. Ni siquiera la imaginación funciona sin memoria. ¿Cómo repercutirá esto en el ser humano?
Hay que profundizar en los efectos que tiene la tecnología en la salud mental, precisamente para evitar este tipo de consecuencias y educarnos a todos en los límites que debemos crear para preservar nuestro bienestar y, sobre todo, nuestra esencia.
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