Elogio del fracaso
El fracaso es esencial para lo que somos como seres humanos. Esa es la base del libro ‘Elogio del fracaso’, del filósofo rumano Costica Bradatan.
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La reputación del fracaso está por los suelos, después de tanto adorar el éxito. Se diría que en nuestro mundo no hay nada peor que fracasar: la enfermedad, la desgracia, incluso la estupidez congénita no son nada en comparación. Pero el fracaso merece mejor suerte. De hecho hay mucho que elogiar en él.
El fracaso es esencial para lo que somos como seres humanos. Nuestra forma de relacionarnos con él nos define, mientras que el éxito es complementario y fugaz, y no revela gran cosa. Podemos vivir sin el éxito, pero viviríamos inútilmente si no aceptáramos nuestra imperfección, nuestra precariedad y nuestra mortalidad, que son manifestaciones del fracaso.
Cuando se produce, el fracaso pone cierta distancia entre nosotros y el mundo, y entre nosotros y los demás. Esa distancia nos da una clara sensación de que no encajamos, de que no estamos en sincronía con el mundo y los demás, y de que hay algo que falla. Todo esto hace que nos cuestionemos seriamente nuestro lugar bajo el sol. Y eso podría ser lo mejor que nos ocurriera: este «despertar» existencial es precisamente lo que necesitamos si queremos comprender quiénes somos. No habrá curación sin él.
Si experimentamos el fracaso y tenemos esa sensación de incompetencia y de estar fuera de lugar, no nos resistamos, aceptémosla. Ella nos dirá que estamos en el buen camino. Puede que estemos en este mundo, pero no somos de este mundo. Comprender esto es empezar a despertar y sitúa el fracaso, por humilde que sea, en el centro de una importante búsqueda espiritual.
El fracaso puede obrar milagros en el conocimiento de nosotros mismos, en la salud y en la iluminación
Tal vez nos preguntemos si el fracaso puede, en tal caso, salvar nuestra vida. Sí, puede. A condición de que lo usemos bien. La historia que este [texto] quiere contar es cómo hacer buen uso del fracaso. Como se descubrirá en su debido momento, lejos de ser el irremediable desastre que describen sus difamadores, el fracaso puede obrar milagros en el conocimiento de nosotros mismos, en la salud y en la iluminación. No es fácil, sin embargo, pues fracasar es un asunto complicado.
El fracaso es como el pecado original de la historia bíblica: lo tiene todo el mundo. Al margen de la raza, la casta, la clase y el género, todos nacemos para fracasar. Cultivamos el fracaso mientras vivimos y se lo transmitimos a los demás. Al igual que el pecado, el fracaso puede ser desdichado, vergonzoso y embarazoso a la hora de admitirlo. ¿Y he dicho «feo»? El fracaso es también feo, feo como un pecado, suele decirse. El fracaso puede ser tan brutal, sucio y devastador como la vida misma.
Pese a toda su universalidad, sin embargo, el fracaso está en general mal estudiado, poco reconocido o despreciado. O lo que es peor: convertido en moda por gurúes de la autoayuda, magos de la mercadotecnia y altos ejecutivos jubilados con demasiado tiempo libre. Todos se burlan del fracaso tratando –sin asomo de ironía– de darle una nueva imagen y venderlo como un peldaño hacia el éxito, nada menos.
Los mercachifles del fracaso-como-éxito han conseguido, entre otras cosas, echar a perder un dicho de Samuel Beckett, profundo y oportunamente oscuro; es probable que todos lo conozcamos. Lo que invariablemente no se menciona es que Beckett, a continuación de la cita que se repite hasta la saciedad, propone algo incluso peor que «fracasar mejor», y es «fracasar peor»: «Inténtalo otra vez. Fracasa otra vez. Mejor otra vez. O mejor peor. Fracasa peor otra vez. Aún peor otra vez. Hasta que estés eternamente harto. Vomita eternamente».
No por nada era Beckett amigo de Cioran. En cierta ocasión le escribió: Dans vos ruines je me sens à l’aise, «Me siento a gusto entre sus ruinas». Estar «eternamente harto», «vomitar eternamente». Difícilmente se encontrará una forma mejor de describir nuestro drama existencial. En la medida en que el fracaso tiende, según Beckett, al conocimiento de sí y a una curación de la enfermedad fundamental que adviene con nuestra vecindad con la nada.
Este texto es un fragmento de ‘Elogio del fracaso‘ (Anagrama), de Costica Bradatan.
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