Siglo XXI

IA Y TECNOLOGÍA

La metáfora del aprendiz de brujo

De Goethe a Walt Disney, el hombre lleva dentro de sí el miedo a ser superado por su creación. Estos días en los que las inteligencias artificiales compiten entre sí en una carrera frenética, el ser humano padece de cierta orfandad al verse superado por la máquina.

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11
febrero
2025

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Muchas generaciones de niños han crecido contemplando en la televisión la siguiente escena de Fantasía (1940): Mickey Mouse, aprendiz de brujo, limpia una gran estancia a petición de su maestro. Perezoso, el ratón formula un conjuro y otorga movimiento a la escoba, a quien enseña a cargar un par de cubos de agua para llenar la poza. Ante el éxito de la fórmula, el personaje se arremolina en su sillón y disfruta de una siesta llena de estrellas y olas del mar. Cuando despierta, la casa se ha inundado. El desastre es imparable. No conoce el hechizo que haga detenerse al artefacto que ha creado. Decide romper en decenas de astillas la fregona. Unos minutos después, un ejército de trozos de madera imitan el gesto original y cargan cubos de agua. La tragedia se ha multiplicado. Cuando está a punto de morir ahogado, su maestro, una especie de Moisés laico, rompe el conjuro. El ratoncito ha aprendido la lección.

De Goethe a Walt Disney, desde el primer ser humano que alumbra con el fuego de las brasas las paredes de su caverna y prende, sin querer, el interior, hasta los ojos brillantes de Oppenheimer viendo el cielo iluminado con la reacción atómica, el hombre lleva dentro de sí el miedo a ser superado por su creación. El mito de Prometeo, el intrépido héroe que le roba el fuego a los dioses, es una de las primeras advertencias: cuando la especie juega a elevarse por encima de sus posibilidades, cuando interpreta el papel de divinidad, de árbitro de la naturaleza, las fuerzas de destrucción se alinean para cercarla. Los griegos lo llamaron castigo divino y los científicos que vislumbraron la noche atómica al sur de los Álamos entendieron que habían hecho posible a Prometeo. Había empezado la era atómica.

Pero antes de la noche iluminada por aquel «sol verde», en palabras de William Laurence, corresponsal de The New York Times, Goethe había plasmado en un poema el miedo congénito de la humanidad a ser dominada por los medios creados. ¿Que había sido sino el siglo XVIII europeo, con sus avances científicos, con la filosofía sustituyendo, poco a poco, al catecismo? ¿Acaso el ser humano no podía ser también un Dios capaz de emanciparse de la naturaleza y dominarla a su antojo? Goethe había visto los estragos de la Revolución Francesa, la sangre de los reyes derramada y sus cabezas rodando por las plazas europeas. La historia se había comportado como un animal salvaje incapaz de ser controlado. Nacía un nuevo mundo, no previsto hacía tan solo unas décadas. Ese es el contexto de su Der Zauberlehrling (El aprendiz de brujo, en español), escrito en 1797, en los años previos a que Napoleón pasase de ser soldado raso a ese demiurgo que escapó de control y asoló al Viejo Continente.

En ‘Der Zauberlehrling’, Goethe convirtió la fábula en un tópico que persigue al ser humano

Goethe convirtió la fábula en un tópico que persigue al ser humano. Dio nombre a una sospecha que ha acompañado siempre a las manifestaciones artísticas. En la Antigüedad Clásica, los padres enseñaban a sus hijos el peligro de ser imprudentes contándoles el mito de Faetón. Helios o Febo, la encarnación del Sol, transportaba diariamente el carro con la estrella solar. Un día, ante la petición de su hijo Faetón, le dejó guiar las riendas. El resultado fue funesto. El joven acercó demasiado el carro a la tierra, quemando partes enteras de su extensa geografía. Se alejó para impedir destruirla, así que congeló otras zonas. Desesperado por la catástrofe, su padre hubo de lanzar un rayo para matarlo y salvar a la Humanidad. Los niños aprendían los límites del ser humano y también el origen de los desiertos y los polos.

La metáfora del aprendiz de brujo ha generado, también, una conciencia frente al progreso científico. Cuando Mary Shelley escribió en la noche de Villa Diodati El moderno Prometeo (1818), el inaugural cuento de terror en el que el doctor Victor Frankenstein une fragmentos de cadáveres hasta crear un nuevo ser humano, carente de sentimientos, independiente de los designios de su padre, estaba haciendo un llamamiento ante los retos de la modernidad.

Desde su escritura, la pesadilla de Goethe ha visitado al ser humano en diferentes ocasiones. Es una frase recurrente en la política alemana citar al escritor cuando las consecuencias de una acción han desbordado las previsiones iniciales. «Die Geister, die ich rief», dicen, aludiendo a los espíritus convocados. Como Fausto llorando ante el diablo que acaba de adueñarse de su alma. Las víctimas, en su desesperación, también se aferraron al mito del aprendiz de brujo. La historia, que tiene más visos de leyenda, cuenta que en los días anteriores a la invasión nazi de Praga, el rabino exploró la fórmula de dar vida al muñeco de barro que acababa de formular. Era el Golem, quien, según la tradición judía, sería invocado para salvar a todo su pueblo. Los acontecimientos aplastaron el mito y Hitler entró en Praga.

Estos días en los que las inteligencias artificiales compiten entre sí en una carrera frenética (donde las naciones son sustituidas por empresas cibernéticas), el ser humano padece de cierta orfandad al verse superado por la máquina. Tal vez tramas como la de Terminator (1984) resulten exageradas para hablar del mundo de hoy. Las tostadoras no se rebelarán contra los padres de familia que preparan el desayuno los domingos. Sin embargo, el presente se torna mucho más peligroso de lo que parece. Esos seres humanos deprimidos, ausentes, que se abrazan a la IA para no sentirse solos, como el personaje interpretado por Joaquin Phoenix en Her (2013) ya se viven entre nosotros. Goethe escribió la solución al conflicto: el maestro rompe el hechizo y el aprendiz es salvado. Pero, ¿quién nos salvará de desplazar nuestra inteligencia hacia las máquinas? ¿Quién hará de seres humanos cuando nosotros ya estemos cansados de serlos?

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