La imperfección frente a la máquina
La embustera perfección de la máquina, a pesar de sus muchos riesgos, nos reconcilia con las carencias de lo humano. Somos humanos porque el error o la falta nos delata, como la cicatriz en el ombligo.
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Durante muchos siglos, quizá demasiados, lo humano se definió por su especial capacidad. El mundo clásico, con Aristóteles o Séneca a la cabeza, insistió en definirnos como animales políticos o racionales: seres a mitad de camino entre las bestias y los olímpicos inmortales. Un tópico en el que coincidió la tradición judeocristiana, que suscribió nuestra creación a imagen y semejanza del Dios del Génesis. Con el paso del tiempo, el ser humano se convirtió en milagro para Pico della Mirandola, y hasta Kant validó nuestra infinita dignidad al hacer de cada hombre y de cada mujer un fin en sí mismo. Es posible que tantos sabios estuvieran en lo cierto, pero no es improbable que su optimismo olvidara que también, o sobre todo, la imperfección nos pertenece.
La excepción humana nos llevó a pensar que, incluso en la perfidia, los humanos somos más hábiles que ninguna otra criatura. El horror de Auschwitz confirma que también somos capaces de abrazar una maldad superlativa: hasta cuando se trata de odiar, siempre queremos más. Nuestra naturaleza inconclusa nos inoculó una voracidad por la superación. Quisimos ser los más rápidos, los más altos y los más fuertes. Asistidos por la técnica, nadie podrá cuestionar que lo logramos.
Tan humano es combatir el error como abrazar y perdonar su condición inevitable
Pero la historia ha querido que ahora sea la imperfección lo que distinga la huella de lo humano. Los filtros de Instagram, el Autotune o las herramientas de inteligencia artificial para la corrección de textos aspiran a borrar nuestros defectos. Una piel sin mácula, una afinación constante o un libro sin erratas fueron, hasta hace no tanto, aspiraciones irrealizables. Hoy se antojan más reales que la realidad misma.
La embustera perfección de la máquina, a pesar de sus muchos riesgos, nos reconcilia con las carencias de lo humano. Un profesor sabe que un trabajo está escrito por un alumno cuando detecta el fallo, y la diferencia entre un concierto en directo y un disco de estudio es la falta de precisión. Somos humanos porque el error o la falta nos delata, como la cicatriz en el ombligo. Estamos siempre a punto de llegar a ser muchas cosas que jamás seremos, pero en la frustración y el fracaso también se expresa la condición humana.
Solo se equivoca quien es capaz de concebir un ideal irrealizable, y para equivocarse en serio, hay que haber soñado alguna vez con ser perfecto. Mientras existan nuestros defectos, ninguna tecnología podrá reemplazar nuestro secreto. Porque tan humano es combatir el error (errare humanum est) como abrazar y perdonar su condición inevitable.
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