Sociedad
«La diáspora crea un mundo paralelo que protege a sus habitantes pero les impide conocer el mundo exterior»
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La heterotopía es el entorno en el que algunas comunidades inmigrantes crean sus propios espacios culturales alternativos dentro de una sociedad que, a menudo, les resulta ajena y, en ocasiones, hostil. Sarali Gintsburg, investigadora del Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra y experta en Estudios Árabes e Islámicos, nos descubre estos universos paralelos, espacios aislados en un mundo globalizado.
¿Cuándo y cómo se encontró con el concepto de heterotopías?
Mi interés por el concepto de heterotopías surgió a raíz de un proyecto que realicé para el Gobierno de Navarra. En este estudio se analizaba la diáspora norteafricana, en particular, las mujeres inmigrantes marroquíes que viven en el sur de la región. Al estudiar estas comunidades, observé que estas diásporas viven en una especie de «mundo paralelo», una realidad discordante en el tiempo y el espacio con la nuestra. Fue entonces cuando el concepto de heterotopía, tal como lo define Michel Foucault, me resultó especialmente útil para describir este fenómeno. Las heterotopías son espacios «otros», donde lo real y lo imaginado coexisten y donde las normas y las reglas del mundo exterior no siempre se aplican de la misma forma.
¿Por qué surgen?
La creación de estos mundos paralelos ocurre de manera natural y a menudo inconsciente cuando las personas se encuentran aisladas de su cultura de origen. A nivel doméstico, se manifiesta en la comida, las costumbres y la vida diaria que se preserva dentro de la casa. Además, estas comunidades mantienen fuertes lazos con sus compatriotas, lo que les facilita resolver cuestiones internas sin contacto real con el exterior. Sin embargo, este aislamiento también limita su interacción con la sociedad que les rodea. Un buen ejemplo de esta desconexión es el uso del calendario islámico en las comunidades musulmanas, que marca un ritmo de vida diferente al de la sociedad mayoritaria. La diáspora crea un mundo paralelo que, por un lado, protege a sus habitantes de las influencias externas, pero, por otro, también les impide conocer el mundo exterior.
«Las heterotopías son espacios ‘otros’, donde las normas del mundo exterior no siempre se aplican de la misma forma»
¿Podría compartir algún ejemplo concreto de una heterotopía en una ciudad occidental?
Uno de los ejemplos más evidentes es el cementerio. En el pasado, los cementerios estaban situados en el centro de las ciudades, generalmente junto a las iglesias, lo que reflejaba una concepción más cercana de la muerte. Sin embargo, a partir del siglo XIX, los cementerios comenzaron a trasladarse a las afueras, creando una distancia física y simbólica entre los vivos y los muertos. Este desplazamiento del cementerio refleja un cambio en la percepción de la muerte como algo que debe mantenerse «aparte». El cementerio se convirtió en una «ciudad» paralela donde cada familia tiene su parcela de tierra, reforzando la idea de una heterotopía que existe fuera del espacio habitual de la vida cotidiana y al cual se le asigna una función social específica que lo distingue del resto de la ciudad.
¿Pueden las heterotopías contribuir a la diversidad cultural en ciudades globalizadas?
Quiero destacar el concepto de «tercer lugar» (third space), introducido por el urbanista y geógrafo estadounidense Edward Soja. Este espacio se describe como un lugar donde lo subjetivo y lo objetivo, lo real y lo imaginado, convergen, creando una heterotopía ideal. En él, lo abstracto y lo concreto se mezclan, dando lugar a un tipo de realidad donde las barreras tradicionales entre las culturas pueden desdibujarse. En el contexto de la migración, un ejemplo concreto de estos espacios heterotópicos lo constituyen los centros culturales y museísticos que facilitan la interacción entre la población local y la inmigrante. Un excelente ejemplo es el MUCEM (Museo de Civilizaciones de Europa y del Mediterráneo) en Marsella. Este museo, relativamente joven, organiza talleres donde los inmigrantes pueden participar como artistas o aprendices, lo que les permite mostrar su cultura y, a la vez, interactuar con los visitantes. Este tipo de espacio ofrece una plataforma para que las comunidades inmigrantes puedan preservar su identidad cultural y, al mismo tiempo, facilitar su integración en la sociedad mayoritaria.
«En Occidente, la cultura de la ciudadanía ha establecido una distinción clara entre ‘ciudadanos’ y ‘no ciudadanos’, lo que refuerza la desconfianza hacia los inmigrantes»
¿Cuáles son los mayores retos que enfrenta Europa en términos de inmigración?
Europa se enfrenta a varios desafíos en relación con la inmigración. Por un lado, el envejecimiento de la población y la baja tasa de natalidad hacen que muchos países europeos necesiten inmigrantes para mantener su fuerza laboral. Sin embargo, las políticas de adaptación para los inmigrantes han sido, en su mayoría, ineficaces. En muchos casos, se trata de medidas formalizadas que no tienen en cuenta las necesidades reales de las personas que llegan. Esto es particularmente problemático para los inmigrantes poco cualificados o analfabetas, que no tienen las herramientas necesarias para integrarse en la sociedad de acogida. Como resultado, estas comunidades tienden a formar sus propios mundos heterotópicos, donde se sienten más cómodas al no encontrar un sistema que les permita encajar en la sociedad mayoritaria. Es fundamental desarrollar estrategias que tengan en cuenta el perfil de los inmigrantes y las características específicas de cada país. No es lo mismo gestionar una comunidad de inmigrantes en España, donde predominan los marroquíes, que en Alemania, donde hay una gran población siria. Las políticas públicas deben centrarse en crear espacios donde los inmigrantes y la población local puedan interactuar de manera constructiva. Una de las formas más efectivas de lograrlo es a través del trabajo en equipo. Las autoridades deben fomentar la creación de empleos en los que personas de diferentes culturas trabajen juntas en proyectos comunes, lo que facilita el intercambio cultural y el aprendizaje mutuo. No se trata solo de proporcionar empleo, sino de crear entornos laborales donde la colaboración sea clave.
En su opinión, ¿qué haría falta para que las sociedades pudieran convivir y enriquecerse mutuamente a pesar de sus diferencias culturales?
La convivencia entre estas sociedades es un reto complejo porque, por naturaleza, tendemos a desconfiar del «otro». En Occidente, la cultura de la ciudadanía ha establecido una distinción clara entre «ciudadanos» y «no ciudadanos», lo que refuerza esta desconfianza hacia los inmigrantes. Sin embargo, existe un concepto que podría ayudarnos a superar esta barrera: la «convivencia». A diferencia de «coexistencia», que simplemente implica la existencia simultánea de diferentes grupos, la «convivencia» implica una relación más profunda, en la que las personas no solo viven juntas, sino que se implican en la vida de los demás. En este sentido, la cultura española ofrece un modelo interesante con la experiencia de Al-Andalús, donde musulmanes, cristianos y judíos convivieron durante siglos. Aunque esta convivencia no fue perfecta, demuestra que es posible encontrar un equilibrio entre diferentes culturas, siempre y cuando exista un esfuerzo mutuo por comprender y respetar al «otro».
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