Cultura

Roma, el imperio infinito

«El libro puede y acaso debe leerse como una batalla de la guerra contra la dictadura del presente», señala Javier Cercas en el prólogo de ‘Roma. El imperio infinito’ (HarperCollins, 2024), una obra donde el periodista italiano Aldo Cazzullo viaja al pasado para conectarlo con la actualidad.

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24
septiembre
2024
Forum romanum (1925), por Eero Järnefelt

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ldo Cazzullo es uno de los grandes periodistas de la Italia de hoy; también es uno de sus grandes escritores, porque hay grandes escritores que no son grandes periodistas, pero no hay grandes periodistas que no sean grandes escritores.

Cazzullo es ahora mismo el periodista estrella del Corriere della Sera, el periódico más leído de Italia, un país con una gran tradición de escritores periodistas o periodistas escritores, como Dino Buzzati, que también trabajó durante muchos años en el Corriere. En este periódico, Cazzullo publica desde hace años un artículo casi diario, pero, además, ha cubierto acontecimientos fundamentales de las últimas décadas, desde el Brexit hasta los Juegos Olímpicos, y ha entrevistado a personajes de primera fila, desde Bill Gates, Steven Spielberg o Keith Richards hasta Rafa Nadal. Cazzullo, sin embargo, no sólo es justamente celebrado por sus escritos para la prensa, sino también por sus libros, en los que, igual que en su periodismo, maneja un italiano fresco, preciso y enérgico, una inteligencia restallante y una cultura vastísima. El libro que el lector tiene en las manos es, si no me engaño, el primero que Cazzullo publica en España; por el bien de los lectores españoles, espero que no sea el último.

La pregunta es: ¿qué hace un hombre que se ocupa a diario del presente escribiendo sobre el pasado? ¿Qué pinta un periodista publicando un libro sobre la Roma imperial? La respuesta más sencilla es una mera constatación bibliográfica: muchos de los libros de Cazzullo –sobre Dante, sobre Mussolini, sobre la Resistencia antifascista– constituyen indagaciones acerca del pasado italiano; a continuación, me gustaría ensayar, no obstante, una respuesta algo más elaborada.

Este libro podría calificarse como un ensayo de alta divulgación. Cazzullo no es historiador, ni pretende serlo, pero Roma. El imperio infinito puede o incluso debe leerse, de entrada, como un libro de historia: un libro en el que Cazzullo narra el itinerario del Imperio desde sus orígenes legendarios, recreados por los hexámetros suntuosos de la Eneida, hasta su final simbólico y casi secreto, el 4 de septiembre de 416 –cuando Rómulo Augústulo, el último emperador de Occidente, fue depuesto por el bárbaro Odoacro–, pasando por la República, el Imperio, la conversión de Roma al cristianismo y su división en Imperio de occidente y de oriente, esa parte del todo originario que perduró hasta la caída de Constantinopla, en 1453. Cazzullo refiere esta historia con un profundo conocimiento de causa y una prosa vibrante, que tiende a lo epigramático, pródiga en anécdotas y no exenta de sentido del humor. Pero, además de leerse como un libro de historia, Roma. El imperio infinito puede leerse como un libro de aventuras, casi diría como una novela de aventuras, si no fuera porque todos sus protagonistas son seres de carne y hueso y porque, aunque a veces parezcan surgidos de una novela del realismo mágico –héroes ciclópeos, villanos abyectos, asesinos de una crueldad inhumana–, el relato de sus peripecias no se aparta un milímetro de los hechos (aunque no excluye muchas leyendas, que a su modo también forman parte de la realidad). Cazzullo sobresale en el retrato de esos personajes desmesurados, a la vez reales y extraordinarios, como Espartaco, el esclavo inverosímil que, al mando de un ejército de esclavos, humilló nueve veces a las legiones romanas y, antes de ser derrotado, sublevó a la península itálica entera, o como César Augusto, creador del Imperio y encarnación misma de la racionalidad («El imperio de Augusto es el imperio de la razón»), pero sobre todo como Julio César, a quien Cazzullo considera «uno de los hombres más grandes que han existido, en cualquier lugar y en cualquier época».

«Cazzullo es un periodista que escribe sobre el pasado porque sabe que no basta con el presente para hacerse cargo por completo del presente»

Hasta aquí, dos formas legítimas de leer este libro; hay sin embargo una tercera, que no las contradice, sino que las complementa, y que juzgo esencial. De un tiempo a esta parte habitamos una dictadura del presente, una tiranía en gran parte creada o fomentada por el poder abrumador, ya casi omnímodo, de los medios de comunicación, para quienes las urgencias de la actualidad informativa lo absorben todo; en ellos, el pasado casi no existe, o es apenas perceptible: lo que ocurrió ayer —no digamos la semana pasada, no digamos el año pasado, no digamos el pasado siglo— quedó para siempre atrás, convertido en un cadáver llamado historia, que permanece disecado en la morgue de los archivos y las bibliotecas, acumulando polvo, de vez en cuando visitado por los historiadores, del todo ajeno al presente, perfectamente irrelevante para él. Esa visión es ahora mismo la dominante, porque los medios de comunicación determinan por completo nuestra percepción de la realidad, hasta el punto de que, en cierto sentido, lo que no existe en los medios no existe a secas. Es una visión miope, plana y empobrecedora, que falsifica el presente porque lo amputa y lo deja flotando en una actualidad perpetua y sin trasfondo. En Réquiem por una mujer, William Faulkner escribió famosamente: «El pasado no ha muerto; ni siquiera es pasado». Por supuesto que no: no se trata sólo de que no podamos entender el presente sin el pasado; se trata de que el presente es mucho más denso, más profundo, más complejo y más amplio de lo que a menudo pensamos, mucho más en todo caso que esa simplificación del presente que es el mero ahora mediático: en realidad, el presente abarca o contiene de algún modo el pasado; en realidad, el pasado es una dimensión del presente sin la cual el presente está mutilado.

Esa es la idea que subyace en Roma. El imperio infinito, y por eso el libro puede y acaso debe leerse como una batalla de la guerra contra la dictadura del presente que, consciente o inconscientemente, ha entablado desde hace años Cazzullo. Éste, a lo largo de las páginas que siguen, conecta una y otra vez el Imperio romano con su historia posterior, y sobre todo con la actualidad, reconociendo en ella sus ecos y reverberos, de los más palmarios a los más ocultos; ese ir y venir entre pasado y presente constituye uno de los rasgos más insólitos y atractivos del libro y, a la vez, el reflejo de su tesis central. Cazzullo la formula desde las primeras líneas: «El Imperio romano nunca cayó realmente, ni caerá jamás», escribe. «Ha seguido viviendo en las mentes, en las palabras, en los símbolos de los imperios que vinieron más tarde». Aludiendo a los romanos, prosigue: «No solo habitamos la misma tierra, vivimos en las ciudades fundadas por ellos, recorremos las carreteras trazadas por ellos: Roma vive en nuestra lengua, en nuestros edificios, en nuestros pensamientos. En nuestra forma de hablar, de construir, de pensar, ha permanecido algo de la antigua Roma. Y, si hoy somos cristianos, es porque Roma se hizo cristiana (…). Ninguna época ha influido tanto en las generaciones siguientes». Hacia el final del libro, Cazzullo insiste: «Cada vez que pronunciamos las palabras de la política, de la religión, de la vida pública, sin darnos cuenta estamos pagando tributo a la antigua Roma». Cazzullo es un periodista que escribe sobre el pasado porque sabe que no basta con el presente para hacerse cargo por completo del presente.

Podríamos ir incluso más allá. Cuenta Enrique Vila-Matas que, el 20 de febrero de 1974, Philip K. Dick, tras haber soñado tiempo atrás que buscaba un libro titulado El imperio nunca cayó, «confirmó que seguíamos en el Imperio romano cuando, al abrir la puerta a la empleada de farmacia que le subía unos analgésicos, advirtió que ésta llevaba un colgante en forma de Ichthys (el símbolo del pez cristiano) que el escritor percibió rodeado de un halo sobrenatural e interpretó como una señal de que iba a poder revivir, como así ocurrió, episodios de su antigua vida como cristiano de primera hora». El visionario norteamericano llevaba una vez más razón: el Imperio nunca cayó, todos somos ciudadanos de Roma. Este libro de Aldo Cazzullo lo demuestra.


Este texto es el prólogo de Javier Cercas del libro ‘Roma. El imperio infinito’ (HarperCollins, 2024), de Aldo Cazzullo.

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