Isis y Osiris, más allá del mito
Isis formó parte del panteón egipcio, pero logró integrarse también en el ecosistema de creencias romano. La Ilustración volvió a poner de moda al Antiguo Egipto y con ello a esta diosa.
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Isis y Osiris protagonizaron uno de los grandes mitos del prolífico panteón del Antiguo Egipto. El poderoso carácter narrativo de la tragedia vivida por ambas deidades inspiró a los egipcios durante generaciones y conmovió allende los mares, sincretizó en muy distintas religiones. La figura de Isis se convirtió pronto en ejemplo del ideal femenino de fidelidad, castidad y entrega a la familia. Osiris, por su parte, convertido en juez del inframundo, inspiró nuevas expresiones religiosas y mistéricas incluso en nuestros días.
En el origen, solo existían las aguas primordiales. No había luz ni oscuridad, el día y la noche no yacían tras cada despertar. En un momento dado, Atum surge, engendrado a sí mismo. La deidad dialoga con aquel húmedo y primigenio océano, Nun, despertándolo. De aquella toma de contacto surgió la vida. El «padre de los dioses» separó las aguas, permitiendo que emergiera una diminuta isla de tierra. En ella se apoyó Ra, creando el sol como fuerza vital de Nun, inauguró el día, la noche y la lluvia. También a Nut, la diosa del cielo, vestida tan sólo por el sedoso manto de las estrellas. Y a Geb, dios de la tierra y de la fertilidad de los suelos.
Según la cosmogonía de la cosmopolita ciudad de Heliópolis, Ra pobló las tierras de Egipto de seres humanos tomando forma, él mismo, como uno más de entre ellos. Pero el dios solar tenía un secreto: gobernaría la creación mientras guardase para sí su verdadero nombre. Mientras tanto, Geb y Nut engendraron diversos hijos, entre ellos a Isis y a Osiris.
Isis se caracterizó por su exultante inteligencia y su don para el estudio. Conocía cada uno de los secretos de la creación, incluida la magia. Sin embargo, el nombre oculto de Ra le era completamente desconocido. Así que ideó un ardid: de una gota de saliva del dios creador modeló una serpiente. La serpiente mordió a Ra y a cambio de liberarle de la enfermedad, Isis le pidió conocer su nombre secreto. La deidad del mediodía se la confesó si nunca la revelaba a nadie y a cambio de transmitirla a su futuro hijo, Horus.
Es a partir de este instante en que surge el mito de Isis y Osiris. Isis albergaba ahora el secreto que permitía gobernar Egipto, que había quedado sin rey tras la confesión de Ra. Osiris, por su parte, fue coronado sucesor del dios del Sol. Gobernó Egipto con justicia, protegiendo a sus súbditos humanos y honrando a los demás dioses. Osiris fue, por tanto, la representación del modelo ideal de gobernante. Justo, firme en sus decisiones, honrado con sus iguales y comprometido con la prosperidad de la nación.
Un mito que traspasó fronteras
No es de extrañar que el mito de Isis y Osiris se convirtiese en un instrumento de veneración y culto mistérico en diversos rincones del Mediterráneo. Desde que tenemos noticia de los primeros monarcas hacia el año 3.000 a.C., Egipto fue considerado tierra de misterio, cultura y saberes ancestrales. Los primeros sabios de Grecia, como Tales de Mileto, estudiaron en Mesopotamia y Egipto nociones de astronomía y matemáticas. El comercio entre ambas civilizaciones fue constante y fecundo. Por supuesto, junto con las mercancías también navegaron los mitos y costumbres de los habitantes del Nilo.
Isis fue para las egipcias el prototipo de mujer ideal: inteligente, fiel, capaz de gobernar su hacienda y la casa, fuerte y valiente, capaz de desafiar en soledad la inclemencia natural y la humana. Al mismo tiempo, la conducta de Isis, siempre fiel a su marido, subrayaba el comportamiento sexual esperado por las mujeres egipcias: libres en su sexualidad, pero honestas con su marido y su familia. Osiris, por su parte, representó el ejemplo del buen gobernante y, junto con Horus, en la combinación perfecta de las virtudes a las que debe ajustarse todo buen rey o faraón. Aquel modelo traspasó las fronteras del país y llegó a la permeable Grecia. No tardó en establecerse un sincretismo entre la figura de Isis, con su potente carga mistérica, como una diosa más. Cuando, además, Alejandro Magno conquistó el reino africano, la influencia del panteón egipcio sobre el orbe heleno fue casi absoluta.
Isis fue para las egipcias el prototipo de mujer ideal: inteligente, fiel, capaz de gobernar su hacienda y la casa, fuerte y valiente
Hay varios textos y papiros que narran distintas versiones del mito y de la figura de los hermanos-reyes. Los más importantes, no obstante, fueron los Textos de los sarcófagos, los Textos de las Pirámides y el Libro de los Muertos. Un papiro muy curioso es el Libro de las Respiraciones, atribuido en su autoría a la propia Isis. En él, la diosa establece una serie de conjuros y recitaciones para que el espíritu de Osiris pueda recorrer el Duat hacia la vida eterna. Otro, más tardío, es el Permiso de respiración de Horus, descubierto a principios del siglo XIX, con semejantes funciones.
Los misterios de Isis y Osiris
No obstante, la etapa de esplendor de la expansión del mito de Isis y Osiris llegó durante el Imperio Romano. En la diversidad de culturas y orígenes de sus habitantes, símbolos y deidades como el Sol o Mitra se amalgamaron sincréticamente con el credo grecolatino. En el caso de Isis, sus misterios se convirtieron en furor durante los dos primeros siglos de nuestra era. Hoy en día se conservan dos fuentes fiables, De Isis y Osiris, de Plutarco, y Las metamorfosis, del escritor romano Lucio Apuleyo.
Los misterios estuvieron inspirados en las prácticas de otros previos, como el de Deméter en Grecia. Los iniciados asistían, primero, al culto de la secta. De esta manera se conseguía una fiel instrucción en fragmentos egipcios antiguos y en la figura de la tríada familiar: Isis, Osiris y Horus. Una vez superado esta primera etapa, los iniciados eran sometidos a un complejo proceso de purificación. Los sacerdotes isíacos conducían a los miembros entre cantos al fondo de un foso. Sus vestiduras, blancas, representaban la pureza. El descenso al fondo del foso simbolizaba el recorrido de Osiris al inframundo. Allí guardaban ayuno y se purificaban con agua por dentro y por fuera del cuerpo. Tras varios días, los iniciados eran recuperados, entre cantos, por los sacerdotes y otros miembros de la comunidad. Su regreso al aire libre, bajo el sol resplandeciente, significaba su regreso a una nueva vida, una resurrección espiritual de la persona.
Conforme las Metamorfosis de Apuleyo es posible que existiesen diferentes clases de iniciación que dieran forma a la comunidad religiosa. Sí se tiene certeza de que los miembros de las sectas isíacas eran abundantes y fervientes. Se reconocían como miembros de la comunidad, custodiaban sus cultos y elegían con celo a los nuevos miembros. Guardaban, asimismo, las enseñanzas desprendidas de la sabiduría de la diosa. La magia y las virtudes de Isis (fidelidad, prudencia, sabiduría, esfuerzo y valentía) se unía a la renovación sacramental. La vida anterior a la primera iniciación del miembro de la comunidad isíaca había quedado definitivamente atrás. El fiel a la diosa egipcia resurgía del interior de la tierra, símbolo del inframundo, limpio y perdonado de sus faltas. Una nueva oportunidad existencial se abría ante sus ojos.
Curiosamente o precisamente por ello, la iniciación en los misterios de Isis no arraigó en el Egipto romanizado, pero fue muy habitual en Italia, Grecia, Hispania, Anatolia e incluso en la Arabia preislámica. La expansión del cristianismo, en especial a partir del reinado de Constantino, inició un proceso de doble filo sobre el culto a la diosa egipcia. Por un lado, todo culto pagano fue severamente perseguido. Pero, por otro lado, el culto a otras deidades, las festividades y las costumbres fueron adaptadas a la fe de Cristo.
La Ilustración recuperó el interés por el Antiguo Egipto y, con ello, el mito de Isis
Algunos autores, como Hugh Bowden en Cultos mistéricos del Mundo Antiguo, sugieren una conexión entre los misterios de Isis y algunos sacramentos cristianos. Incluso el científico francés Charles-François Dupuis consideró que todo el cristianismo es una adaptación del culto isíaco. Más allá de las discrepancias eruditas, que siguen vigentes, hay algunos detalles que coinciden entre ambas religiones. En el sacramento del bautismo, la vestimenta blanca, la necesidad de ayuno y el rito con agua como medio de purificación es equivalente al que realizaron los miembros de aquellas sectas durante medio milenio.
El culto a Isis y a Osiris en la actualidad
Después del triunfo de la ciencia, las religiones han ido adquiriendo un aspecto personal, cuando no íntimo. Sin embargo, en numerosas sociedades ocultistas y organizaciones como la francmasonería o los rosacruces sigue vigente parte del legado isíaco.
Con la Ilustración, creció el interés por el Antiguo Egipto. De hecho, la expedición científica de Napoleón Bonaparte a tierras del Nilo en 1798 se nutrió de este creciente interés. Tras el descubrimiento de la Piedra Rosetta y los avances en la investigación de la milenaria cultura, la egiptología fue tomando forma. Unido a ella, el conocimiento de cultos como el de Isis y de sus misterios animó su incorporación en la masonería. También otros grupos, que calcaron algunos de sus rituales. Por ejemplo, los pozos iniciáticos que, a la manera de los que existieron en la antigüedad, persiguen ese ideal de la resurrección espiritual. Uno de los más imponentes se encuentra en el palacio de Quinta da Regaleira, en Sintra, Portugal.
La resurrección espiritual es, como principio, uno de los pilares de algunos de los nuevos sistemas de creencias. El pecado o la falta ética, más allá de las leyes humanas, necesita una descarga de conciencia. De igual modo, el renacimiento de algunos cultos antiguos por parte de nuevas agrupaciones, como es el caso del dirigido hacia el panteón nórdico europeo, podría reactivar el interés en la adoración a la diosa egipcia. Sea como fuere, la impronta de la diosa Isis, en sus virtudes o en la práctica de los ritos, reverbera hoy en día como fuente de credo y de singular ejemplaridad.
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