España no envejecía tanto desde hace 23 años
La natalidad en nuestro país alcanzó en 2021 la menor cifra de toda la serie histórica: un 36% de nacimientos menos que hace una década. Mientras tanto, el envejecimiento se ha disparado. Antes este nuevo escenario, poner en valor el talento sénior como indiscutible motor para la competitividad de la sociedad en los próximos años es fundamental.
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Por cada 100 menores de 16 años, 133 mayores de 64. Esa es la cifra que representa, ahora mismo, a la sociedad española, tal y como ha calculado la Fundación Adecco. Un año más, los números de envejecimiento en nuestro país continúan su ritmo al alza. Según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística, en 2022 se ha registrado un nuevo máximo: 133,5%. Es la mayor cifra desde 1999, teniendo en cuenta que el año pasado se situó en un 129,1%. En otras palabras: España no envejecía tanto desde hace 23 años.
Este envejecimiento imparable es fruto de la confluencia de dos factores: una tasa de natalidad en mínimos históricos y una esperanza de vida en tendencia alcista. El pasado año, la tasa de natalidad se situó en siete nacimientos por cada 1.000 mujeres, y el número de bebés nacidos alcanzó la menor cifra de toda la serie histórica con 338.532 niños, un 39% menos que hace una década. Se sitúa ya muy por debajo del nivel de reemplazo generacional, que debería alcanzar el 2,1 para que la población se mantuviera en el tiempo sin disminuir su volumen.
¿Cómo explicamos este fenómeno? El hundimiento, que viene experimentándose a lo largo de todo el milenio, suele intensificarse en este marco de crisis cíclicas. Se interponen numerosos obstáculos, principalmente de índole económico y laboral, que dificultan a muchas personas y parejas hacer realidad su proyecto familiar. Así, junto a los efectos de la pandemia aún presentes en muchas capas de la población, emerge hoy un nuevo elemento: el efecto del alza en la inflación y la crisis de suministros, agravado por la guerra de Ucrania.
La crisis demográfica tiene un gran impacto en otro indicador: el ratio de afiliados por pensionista
En este escenario que dispara la incertidumbre y las dificultades económicas, muchas unidades familiares deciden posponer los nacimientos o renunciar directamente a la maternidad. Mientras tanto, la esperanza de vida continúa su escalada situándose en los 83 años, cifra que, si bien no ha experimentado cambios con respecto a hace un lustro, alcanza valores bastante superiores a los registrados en los años 90 –en 1991, tan solo hace tres décadas, rondaba los 77 años–.
Pero esta crisis demográfica tiene un gran impacto en otro indicador: el ratio de afiliados por pensionista. El año pasado cerró con una relación cotizante-pensionista de 2,2, un dato que ha aumentado con respecto a 2020 (cuando alcanzó el 2,14), pero que aún se sitúa lejos de la tasa 2,6. Según los expertos, esta es la que necesitamos para que desaparezca el actual déficit contributivo de la Seguridad Social.
«El ratio actual exige dar respuesta urgente a retos como la cronificación sistemática del desempleo entre los profesionales más veteranos, invertir más recursos para regularizar la economía sumergida o impulsar incentivos fiscales y laborales para impactar en las familias y estimular la natalidad. Además, los planes privados y de capitalización habrán de adquirir una progresiva importancia, como ya sucede en países como Alemania, Reino Unido o Dinamarca», afirma Francisco Mesonero, director general de la Fundación Adecco.
Por comunidades autónomas, Asturias vuelve a liderar el ranking de envejecimiento con un índice del 240%, seguida de Galicia (213%) y Castilla León (211%). Estas tres regiones ya presentan más del doble de población mayor 64 años que menor de 16 años. En el otro lado de la balanza, Ceuta (65%). Melilla (48%) y Murcia (92%) son las únicas regiones que resisten con índices aún por debajo de 100%, registrando –todavía– una mayor proporción de jóvenes.
Talento sénior: la fuerza laboral dominante de este siglo
El envejecimiento de la población constituye uno de los fenómenos más determinantes de este siglo y sus efectos son ya muy evidentes. Particularmente, en el mercado laboral. Así, el 20% de las personas que trabajan o buscan empleo en España tiene 55 años o más, frente al 12% de hace una década. De mantenerse esta evolución, en 2030 este rango de edad supondrá cerca del 30% de la población activa.
Sin embargo, nos encontramos ante una paradoja en la fuerza laboral sénior. Tiene un peso cada vez mayor en nuestra sociedad, pero estas personas encuentran dobles barreras a la hora de acceder al mercado laboral: en la actualidad, 562.900 profesionales que superan esta edad buscan trabajo en España y el 66% es desempleado de larga duración, cifra que desciende hasta el 47% para el resto de la población.
Mesonero: «Los prejuicios sobre la fuerza laboral de los sénior eclipsan los valores habitualmente presentes en ellos, como la madurez y la templanza»
Los prejuicios y estereotipos sociales que se trasladan de las calles a las empresas son los motivos que llevan a reticencias a la hora de incorporar profesionales sénior. Se tiende a asumir que sus competencias estarán obsoletas, que serán menos flexibles o que tendrán una menor capacidad de aprendizaje. «Son creencias anacrónicas que eclipsan los valores habitualmente presentes en las personas sénior, como la experiencia, la madurez, el pensamiento crítico o la templanza», añade Mesonero. «Además, se suma la cronificación del desempleo, pues muchos afrontan la búsqueda de trabajo tras perder el empleo en su empresa de toda la vida o acumular largos periodos de inactividad, por lo que no están familiarizados con los nuevos canales de búsqueda de empleo o les resulta complicado construir su discurso profesional y poner en valor sus competencias».
A la luz de esta realidad, la Fundación Adecco busca reivindicar el talento sénior como indiscutible motor para la competitividad de las empresas y del país en su conjunto. Y es que el empleo de los profesionales mayores no solo es un asunto de justicia social, sino un elemento clave para la sostenibilidad del Estado del bienestar, particularmente en lo que respecta al sistema de pensiones.
El talento sénior es un indiscutible motor para la competitividad de las empresas y del país en su conjunto
«La discriminación laboral por edad es una absoluta sinrazón», concluye Mesonero. «Sobre todo en pleno invierno demográfico en el que la edad de jubilación tiende al alza y en el que los profesionales sénior van a convertirse en la fuerza laboral dominante». Sin embargo, no se trata únicamente de un tema económico, sino de un factor crítico para promover un envejecimiento saludable y activo: el desempleo, cuando se prolonga en el tiempo, es uno de los grandes disparadores de problemas de salud mental cada vez más frecuentes entre los desempleados mayores de 55 años.
Por eso, asegura el director de la Fundación, «es fundamental posicionar el talento sénior como prioridad nacional, tanto en las dinámicas públicas como en las estrategias empresariales, de modo que las personas mayores de 55 años puedan competir en el mercado laboral en igualdad de condiciones y encontrar una ocupación de forma sostenible en el tiempo».
A este respecto, añade: «Tanto las políticas activas de empleo –con foco en la formación y recualificación de las personas sénior para reubicarles, si es preciso, en otros sectores que actualmente están generando empleo– como la apuesta por el #TalentoSinEtiquetas y las políticas de reskilling y upskilling en las empresas son herramientas clave para poner en valor el talento sénior y avanzar hacia empresas y sociedades más competitivas».
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