Opinión
¿El fin de la Historia?
Independientemente de lo que ocurra en Ucrania, ¿cuál de los dos escenarios es más probable observar en una década? En el escenario uno, Ucrania es una democracia libre con una fuerte asociación económica con la Unión Europea, de la que prácticamente es un miembro más. En el escenario dos, en cambio, Ucrania es un estado policial, un títere de Rusia con agentes secretos que controlan la vida cotidiana de los ucranianos.
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En 1989, tras el comienzo del desmoronamiento comunista, Francis Fukuyama predijo el «fin de la Historia»: el triunfo del modelo de la democracia liberal y capitalista por los siglos de los siglos. Desde el primer día, su tesis fue criticada duramente. Frente al optimismo liberal de Fukuyama, Samuel Huntington y otros profetizaban un mundo dividido en tribus culturales que protagonizarían un «choque de civilizaciones». Incluso el propio Fukuyama se ha auto-criticado en obras posteriores en las que ha enfatizado cómo las democracias liberales pueden «decaer» si no se mantienen unas estructuras del Estado fuertes. Y, dados los conflictos vividos en lo que llevamos de siglo –desde la guerra contra el terrorismo desatada tras el 11-S hasta la invasión rusa de Ucrania estos días–, parece obvio que Fukuyama erró en su pronóstico en 1989 ¿O quizás no y justo lo que estamos viendo estos días en Ucrania, con una resistencia feroz de la población y un apoyo internacional unánime, es precisamente una evidencia de que el fin de la historia está cerca o de que la democracia es la etapa final de la historia?
Reconozco que es más bien un pálpito que un juicio basado en datos sólidos. Según los informes del V-DEM Institute, la democracia ha ido perdiendo terreno frente a la autocracia en todo el planeta. Hoy, 25 países –que incluyen al 34% de la población mundial– están experimentando procesos de recesión democrática. Uno de cada tres ciudadanos del planeta está perdiendo libertades civiles y políticas, algo tan inaudito como preocupante. Y todo esto antes de que el tirano Putin lanzara sus tanques sobre Ucrania.
Al mismo tiempo, sin embargo, ningún otro modelo alternativo al de la democracia liberal parece ser capaz de estabilizarse. Las autocracias, con la excepción de China, y ya veremos por cuánto tiempo, son más frágiles que nunca. Viven constantemente bajo la presión ciudadana para conseguir libertades. Si se tornan más agresivas, desatando una fuerte represión de la oposición interna o incluso invadiendo otros países, como ha hecho Putin, es precisamente porque saben que viven en la cuerda floja. El sistema de referencia es el de la democracia liberal, y los autócratas se sienten obligados o bien a replicar sus aspectos formales, convocando elecciones, o bien a suprimir a sus sociedades civiles con métodos crecientemente costosos.
«Putin puede suprimir unos meses –quizás unos pocos años– ese sueño, pero tarde o temprano será derrotado»
Independientemente de lo que ocurra en Ucrania, algo incierto cuando escribo estas líneas tras la primera semana de la invasión, ¿cuál de los dos escenarios es más probable observar en una década? En el escenario 1, Ucrania es una democracia libre con una fuerte asociación económica con la Unión Europea, de la que prácticamente es un miembro más. En el escenario 2, en cambio, Ucrania es un estado policial, un títere de Rusia con agentes secretos que controlan la vida cotidiana de los ucranianos. Seguramente no es naíf considerar que el primer escenario es más probable, que tiene más sentido pensar que una población tan occidentalizada como la ucraniana impondrá su estilo de vida a cualquier potencial poder colonial.
La guerra ha evidenciado que el conflicto de fondo no es entre Rusia y la OTAN, que era de lo que se hablaba constantemente antes de la invasión, sino entre Rusia y la Unión Europea. El temor de Putin es la esperanza de los ucranianos: que puedan vivir como sus vecinos occidentales, con un Estado que les proporcione educación y sanidad de calidad, con empresas que les ofrezcan puestos de trabajo bien remunerados para exportar bienes a Alemania o España, y con cafés y terrazas donde puedan conversar libre y alegremente de cualquier tema. Putin puede suprimir unos meses –quizás unos pocos años– ese sueño, pero tarde o temprano será derrotado. Aunque tenga una enorme maquinaria bélica, el sátrapa ruso y sus escasísimos aliados dentro y fuera de las fronteras de su país son unos pocos, mientras que los ucranianos son millones. Si algo enseña la historia es que cuando una mayoría significativa quiere vivir mejor, esta acaba imponiéndose a los déspotas.
Es por eso que Fukuyama tenía parte razón en 1989. No ha llegado todavía el fin de la historia, pero el reino de las democracias liberales está cerca por el simple hecho de que todo aquel que experimenta las ventajas de ese sistema, en su propia piel o en la de sus vecinos, como los ucranianos, está dispuesto a luchar por él. El fin de la historia está más cerca.
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