Opinión
El FMI y la mujer del César
¿Quiénes han sido los últimos directores del FMI, la institución que, junto con el Banco Mundial, rige los designios de la economía global?
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COLABORA2015
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Eran ya las 10 de la noche. Mi hija Lea, en estado absolutamente angelical, dormía desde hacía apenas una hora. El placer que los padres sentimos cuando vemos a nuestros hijos dormir es, además de hermoso, reconfortante, un bálsamo que cura hasta la última magulladura tras una semana de duras batallas editoriales.
Mi copa de vino estaba medio llena, o medio vacía, y el Preludio a la siesta de un fauno, de Debussy, sonaba en Radio Clásica, es decir, un universo de faunos, náyades, sirenas, rumores del mar, formas arbóreas y esencias afrancesadas, en constante indeterminación armónica, había poblado mi despacho. En resumen: era el momento perfecto para, por fin, escribir el editorial del número 20 de Ethic (que en unos días estará en la calle).
Me disponía a trazar una cartografía del cambio, un análisis refinado sobre la tensión entre lo nuevo y lo viejo en un país tan adanista, veleta y apasionado como es España, cuando mi mujer, Sandra, me tentó con nuestra última y potente droga: la tercera temporada de House of Cards, la teleserie de Netflix que coproduce y protagoniza Kevin Spacey. En ella, el protagonista de American Beauty da vida a Frank Underwood, una víbora retorcidamente amoral cuyo único objetivo –y para conseguirlo todo vale– es ser el presidente electo de Estados Unidos. Hace poco, en una cena informal, se la recomendé, inocentemente, a alguien que alcanzó los peldaños más altos del poder y que, si no fuese por el cainismo que corre por las venas de este país, hubiese sido presidente del Gobierno y quizá, quién sabe, nos hubiera ahorrado algunos de los martirios de los últimos años. «Te lo agradezco pero yo ya he visto mucha miseria y también la he practicado», me dijo con una sinceridad desconcertante. Cosas del poder, ya saben.
Ni que decir tiene que la tentación me pudo y apagué el ordenador en un santiamén para ir a ver con Sandra tantos capítulos como el cuerpo nos permitiese, no sin antes llenar nuestras copas de vino y autosugestionarme para procrastinar tranquilo. «Como mi reloj biológico salta desde hace años a las 6 de la mañana, aprovecharé el silencio del amanecer para escribirlo», me dije. Pero en el espacio que va del despacho a la sala de estar, cometí el error de echarle un vistazo a mi teléfono móvil, que me esperaba, justificadamente abandonado, legítimamente silenciado, en algún rincón de la estancia. Los mensajes rugían en la pantalla: habían detenido a Rodrigo Rato. Miré por la ventana: una bola negra atravesaba el cielo, la ciudad se resquebrajaba. El artífice del milagro español, el otrora poderoso vicepresidente económico y director del Fondo Monetario Internacional (FMI), con la ley en los talones tras una escenificación calculadamente teatral de su detención (esa mano en la nuca cuando no iba esposado y, por tanto, no necesitaba esa ayuda, nunca podría pasar desapercibida). Entre capítulo y capítulo, consultábamos las informaciones: esa noche, como tantas otras, como en el fondo todas, la ficción y la realidad se entremezclaban.
Antes del amanecer mi despertador biológico me sacó de un brinco de la cama. En la oscuridad de la casa, encendí el ordenador, que hoy día nos sirve también de candil a los madrugadores, y leí que Rato ya estaba en casa. Los tertulianos de la radio explicaban sus teorías, dibujaban sus argumentos convertidos en ratólogos de la noche a la mañana. Una pregunta retumbaba en mi cabeza como una pelota de tenis desgastada: ¿quiénes han sido los últimos directores del FMI, la institución que junto con el Banco Mundial rige los designios de la economía global? Rato, investigado por fraude, blanqueo, alzamiento de bienes, apropiación indebida, falsedad documental y administración desleal. Christine Lagarde, imputada en el Caso Katie, en el que se investiga la reparación de 403 millones de euros a un empresario amigo de Sarkozy. Y su predecesor, Dominique Strauss-Kahn, procesado primero por violación e investigado ahora por proxenetismo. Quieren que la opinión pública les crea pero no se ganan nuestra confianza. Parece que en el Fondo Monetario Internacional a nadie le importa que la mujer del César sea una adúltera. Todos se acuestan con ella.
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