Breve historia del sistema métrico
Medir sobre diez parece lo más lógico y, sin embargo, no siempre lo fue. Hasta la Revolución Francesa, cada comarca tenía sus sistemas de medida, basados en muy diversas cosas.
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Si se observa lo que nos rodea, el diez podría parecer un número casi mágico, el comodín que nos sirve para todo. En España, diez es la máxima nota que se puede obtener en un examen. Cuando sentimos que nuestro cuerpo tiene buena salud, decimos que lo tenemos de diez. Y de un uno a un diez, es el diez el que muestra que tenemos muchas ganas de hacer una cosa.
En cierto modo, contar de diez en diez parece casi algo natural: los dedos de las manos ayudan a seguir el cálculo y hacen mucho más sencillo medir las cosas. La conexión entre lo físico y lo cultural, lo tangible y lo simulado, parece inevitable. Lleva incluso a preguntarse qué pasaría si en vez de diez tuviésemos ocho dedos.
Y, sin embargo, no todo se midió de diez en diez todo el tiempo, porque que algo parezca lo más sencillo no necesariamente es lo que la costumbre o lo usable a lo largo de los siglos han ido afianzando. En España, por ejemplo, las medidas variaban por regiones y comarcas. Se media en varas, libras, fanegas, arrobas, palmos, canas, cántaras, brazas o ferrados, entre otras medidas antiguas. Incluso medidas que tenían el mismo nombre no tenían la misma equivalencia: una vara castellana no era lo mismo que una de Valencia.
El problema era común, porque lo mismo que pasaba en España ocurría en Portugal, en Francia y en cualquier otro lugar. El qué significaban esas medidas y los orígenes que explicaban cuándo valían variaban según las diferentes tradiciones.
La cuestión de la medición –y el hecho de que los sistemas difiriesen ya no entre países sino de una comarca a otra– se convirtió así en uno de esos problemas que obsesionan a la ciencia. Ya desde el siglo XVII se fueron proponiendo distintas propuestas de sistemas potencialmente universales, con medidas que todo el mundo podría entender y que implicarían que se usase en París el mismo sistema de medición que en Burgos o Lisboa. Durante la Ilustración, con su exaltación de la razón, la cuestión de las medidas parecía casi una de las problemáticas a resolver inevitables.
El momento de oro de la medición universal fue la Revolución Francesa: fue la Francia que surgió de ella la que asentó un sistema entendible por todas las personas y que, a la larga (con excepciones, eso sí), se afianzó como el que se emplea en (casi) todas partes. Es el sistema métrico decimal, que se asienta sobre el diez y que se ha acabado convirtiendo en algo común hoy.
Fue la Francia de la Revolución la que asentó un sistema entendible por todas las personas y que se emplea en (casi) todas partes
Los revolucionarios franceses buscaban una igualdad: lo querían lograr con sus derechos (aunque solo para el ciudadano, eso sí) o con cambios en cosas menos evidentes pero que unificaban las condiciones para todas las personas. Modificar cómo se medía puede parecer inesperado, pero teniendo en cuenta que hasta entonces en Francia existían múltiples diferentes de pesos y medidas se comprende lo lejos que estaba de esa igualdad. La Revolución Francesa premió el sistema decimal. En 1793 ya cambiaron el calendario por uno basado en múltiplos del 10 (10 meses en vez de 12, por ejemplo). Un par de años antes habían lanzado una comisión para medir de forma científica las distancias.
Si el calendario no sobrevivió, no se puede decir lo mismo de las otras métricas. En un primer momento, su aceptación fue complicada. Es lógico –solo hay que preguntarles a quienes siguen pensando en pesetas–, porque la población estaba acostumbrada a usar las medidas tradicionales. El sistema métrico decimal dejó de ser el oficial en 1812 ante estos problemas, pero volvió en 1840.
«Pasaron aproximadamente 100 años antes de que casi todos los franceses comenzaran a usarlo», le explica a la BBC Ken Alder, profesor de historia de la Northwestern University, pero acabaron haciéndolo. Ellos y el resto del mundo.
La necesidad de crear horarios claros para los trenes llevó a que se creasen los husos horarios
Con las medidas pasó un poco lo mismo que pasó con la hora. Los cambios sociales y económicos impulsaron un salto hacia un sistema cohesionado, en el que se necesitaba que todo significase lo mismo en todas partes. La necesidad de crear horarios claros para los trenes llevó a que se creasen los husos horarios (antes, cada ciudad y cada pueblo tenía su hora, conectada con el sol) y la Revolución Industria impuso medidas estándar.
El referente francés se asentó como el estándar para los demás países, que fueron progresivamente adoptándolo. Así, metros, gramos y kilos se fueron haciendo universales y se empezó a medir partiendo de múltiplos de diez. Si se pinta de azul los países que lo usan, como hace uno de los mapas de Wikipedia, casi todos los países emplean el sistema métrico decimal. Aunque en Reino Unido o Canadá perviven algunos sistemas de medición que no son métricos, solo Liberia, Myanmar y Estados Unidos mantienen el llamado sistema imperial de medidas. Desde los 70, el sistema métrico es el preferido oficialmente en EEUU para el comercio, pero –y puesto que el cambio era voluntario– las empresas siguen empleando el que ya se conocía.
Con todo, y aunque en París se puede ver el metro original que servía como base de medición, la Oficina Internacional de Pesas y Medidas (BIPM) continúa haciendo ajustes a las medidas para que las medidas sean lo más exactas posibles. Así, por ejemplo, en 2019 se ajustó qué es exactamente un kilo.
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