El arte de encontrar
Desarrollar la «competencia heurística» supone un proyecto educativo de enorme magnitud, aplicable a todas las edades y dimensiones de la vida humana, a su faceta individual y a su faceta pública.
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Lo repetiré una vez más, dado el poco efecto que tienen mis palabras. Aunque repitamos que hemos entrado en la era tecnológica, en la era informática o en la digital, la verdad es que donde realmente hemos entrado es en la «era del aprendizaje», en la que todos vamos a tener que seguir aprendiendo siempre. Esto es una consecuencia de la «Ley universal del aprendizaje» que dice: «Toda persona, empresa, organización o sociedad, para sobrevivir, tiene que aprender al menos a la misma velocidad a la que cambia el entorno; y si quiere progresar, a más velocidad». Aunque ahora se hace más evidente por la celeridad de los cambios, la ley ha estado vigente siempre. Tucídides, al principio de La guerra del Peloponeso, hace que un enviado corintio se dirija a los espartanos para advertirles que sus técnicas están anticuadas en comparación con las de sus enemigos y que, por tanto, como ocurre siempre con las técnicas, «fatalmente lo nuevo derrotará a lo viejo». Hay naciones interesadas en aprender y otras que lo rechazan. China no quiso aprender, y se cerró sobre sí misma.
En el siglo XV el almirante Zhen He realizó siete viajes alrededor de África. Lo único que encontró interesante fuera de China fue una jirafa, y el emperador decidió desmantelar la flota. En cambio, Japón estuvo interesado en aprender de los demás, sobre todo a partir de 1868, con la revolución Meiji. El modelo inglés sirvió de guía en cuanto al ferrocarril, el telégrafo, las obras públicas, la industria textil y los métodos de negocio. El patrón francés inspiro la reforma legal, y hasta que se impuso el modelo prusiano, la organización del ejército. Las universidades siguieron el ejemplo alemán y norteamericano, y la educación primaria, la innovación agrícola y el correo se tomaron de Estados Unidos. Carol Dweck, una psicóloga de Stanford, ampliamente conocida por sus estudios sobre el funcionamiento de la inteligencia, afirma en un artículo publicado en la Harvard Business Review, que «el antídoto para nuestro angustioso tiempo de incertidumbre es la mentalidad de aprendizaje». Junto a su colega David Yeager, de la Universidad de Texas, ha escrito sobre la necesidad de convertir a EE.UU. en «un país de aprendices», de learners. Para terminar este breve recuento recordaré que el Premio Nobel de Economía Josep Stiglitz ha escrito un libro titulado Creating a learning society para demostrar la imperiosa necesidad de aprender que tiene la sociedad actual.
Pero ¿aprender qué? La imprevisibilidad del futuro tiene en estado de perplejidad a todos los sistemas educativos. Sin embargo, hay algo que sabemos con seguridad: el porvenir planteará problemas, como ha hecho siempre. Por eso, lo más sensato es que desarrollemos en nuestros alumnos, en nuestros profesionales, en las instituciones políticas y económicas una competencia fundamental: encontrar soluciones. Es decir, la competencia heurística. Heurística viene del verbo griego euriskô, que significa «encontrar». De ahí procede también el famoso ¡eureka! que la leyenda atribuye a Arquímedes. La gran tarea de la inteligencia es encontrar. ¿El qué? Soluciones a los problemas con que nos enfrentamos. Un problema es algo que nos impide el paso, que se interpone entre nosotros y el objetivo deseado, que bloquea la realización de nuestros proyectos, que paraliza nuestras esperanzas. Los filósofos medievales utilizaban para designar esta competencia un bello nombre: Ars inveniendi. El arte de encontrar, es decir, de inventar.
Hemos entrado en la «era del aprendizaje», en la que todos vamos a tener que seguir aprendiendo siempre
Solucionar problemas es un proceso universal. Karl Popper ya dijo que en eso consistió la evolución biológica. Todos nuestros órganos –el corazón, los ojos, el oído– son soluciones al arduo problema de sobrevivir. En el caso humano, lo que llamamos «cultura» no es más que el conjunto de soluciones que una sociedad ha creado, y que transmite a la generación siguiente. Si miramos bien nos daremos cuenta de que vivimos rodeados de soluciones que encontramos ya hechas, que podemos incluso ir a comprar a una tienda. El ordenador en que escribo, la mesa que lo soporta, la silla en que me siento, los libros que me rodean, el ventanal, la terraza, son soluciones a problemas. Y también lo son el lenguaje, las costumbres, las leyes, el arte, las religiones. Los problemas permean nuestra convivencia, porque emergen de nuestra vida emocional, económica, política. La función principal de la inteligencia es, precisamente, solucionar nuestros conflictos, satisfacer nuestras aspiraciones, ayudarnos a realizar nuestros proyectos. Simplificando mucho, la función de la inteligencia es resolver nuestro gran problema: vivir felizmente.
La competencia heurística se hace especialmente compleja y urgente en el mundo político. Me parece una desdicha histórica que la política se haya convertido en el mecanismo para ejercer el poder, olvidando que era la actividad para resolver los problemas provocados por la vida en la polis, en la ciudad. Esto trae como consecuencia que, según las encuestas del CIS, la gente perciba a los políticos como el principal problema social.
Todos los conceptos y las instituciones políticas –el Estado, la legislación, la democracia, las Constituciones– son soluciones que se han ido perfeccionando a lo largo de la historia, pero, al estudiarlos, James Coleman sostuvo que para que funcionen bien necesitan apoyarse en lo que llamaba «capital social» de una comunidad. En él incluía la participación ciudadana, la confianza, las creencias compartidas, etc. Prefiero llamarlo «capital político» y definirlo como el conjunto de recursos que una sociedad tiene para resolver sus problemas. Se trata, por lo tanto, de un «capital heurístico». Las instituciones políticas, las costumbres, las normas, los sistemas de apoyo social, todos esos elementos forman parte de ese capital. Los recién galardonados con el Premio Nobel de Economía –Acemoglu y Robinson– han dedicado su investigación a mostrar cómo las instituciones determinan la historia de un país, por su modo de enfrentarse y resolver los conflictos. Esto es lo que constituye realmente la riqueza de las naciones. Y también su gloria, que tan frecuentemente se ha identificado con el poder. El himno de la infantería española dice: «Por verte temida y honrada, contentos tus hijos irán a la muerte». ¿Puede la gloria consistir en ser temida? Cuando Trump grita «Make America great again», ¿a qué grandeza está refiriéndose? La fascinación por el poder es un virus que ha contagiado a la política ancestral y viejuna, nos puede contagiar a todos, y deberíamos desactivarlo.
Desarrollar la «competencia heurística» supone un proyecto educativo de enorme magnitud, aplicable a todas las edades y dimensiones de la vida humana, a su faceta individual y a su faceta pública. En este tema quiero apostar fuerte. Aunque cada dominio teórico o práctico necesita habilidades especiales para resolver sus problemas, hay una metodología general para todos ellos, que entraña una actitud activa en nuestra manera de vivir y de pensar. Pone en juego capacidades cognitivas y también afectivas. Con frecuencia conocemos la solución a un conflicto, pero no nos atrevemos a ponerla en práctica por cobardía, pereza, o sumisión a la opinión de los demás. Como los problemas pueden provocarnos incomodidad, inquietud o angustia nos esforzamos entonces en eliminar el malestar, en vez de eliminar su causa. Huimos, nos sometemos, o buscamos consuelo en algún estupefaciente. En educación se trataría de hacer una breve presentación del método y luego implementarlo en cada asignatura. Las disciplinas científicas y tecnológicas lo llevan haciendo desde siempre, pero el resto puede hacerlo también. La historia, por ejemplo, es un conjunto de conflictos y problemas bien o mal resueltos. La deriva hacia el Estado, hacia el Estado sometido a la Ley, hacia la democracia, el reconocimiento de los derechos subjetivos, las garantías procesales, la elaboración de Constituciones, es la manifestación de nuestra capacidad heurística.
Este es el proyecto educativo en el que estoy embarcado y para el que busco cooperación. Su objetivo es, pues, fomentar la competencia heurística de los ciudadanos, aumentar el capital político de la sociedad. Para explicárselo a los jóvenes –y a sus padres y docentes– he publicado El club de los buscadores de soluciones (Ed. Boldletters) y estoy construyendo en mi página web una Academia del talento político, a la que están invitados. Quiero reivindicar la nobleza ética y la excelencia cognitiva de la actividad política, que debería ser la encarnación de la sabiduría, como vieron los antiguos. La ciencia trata del conocimiento teórico, pero la sabiduría se encarga de la acción dirigida a la «pública felicidad», es el supremo ars inveniendi, el arte de encontrar soluciones, incluso cuando parece que no las hay.
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