Lilí Álvarez, la estrella desconocida del deporte español
En 1924, los primeros Juegos Olímpicos modernos también se celebraron en París. Entonces, la delegación española contaba con 109 hombres y solo dos mujeres: la tenista Lilí Álvarez y su pareja de dobles. Cien años después, todavía resulta incomprensible el olvido generalizado de esta pionera en varios deportes y en la lucha por los derechos de las mujeres.
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Si vamos a una docena de pistas de tenis en varias ciudades de España y preguntamos a quienes estén jugando cuáles han sido las figuras más importantes de la historia de ese deporte en el país, resulta fácil adivinar sus respuestas: Nadal, Sánchez-Vicario, Martínez, Santana, Alcaraz. Puede que se nombren también los Orantes, Bruguera, Muguruza, Ferrero o Corretja… pero poco más. Lo que es seguro es que (casi) nadie pronunciará el nombre de Lilí Álvarez. Sin embargo, ella debería ser la primera en cualquier lista cronológica que se haga sobre el deporte de la raqueta en España.
Además de su participación en los Juegos Olímpicos de París de 1924, hace exactamente 100 años, Álvarez fue finalista en Wimbledon tres veces consecutivas, de 1926 a 1928; campeona de dobles en Roland Garros en 1929; y alcanzó las semifinales individuales de ese torneo en tres ocasiones en los años 30.
Durante décadas, ningún tenista español, hombre o mujer, pudo ni siquiera acercarse a este palmarés. Santana logró su primer gran slam en 1961; Sánchez Vicario, en 1989. España tuvo que esperar 66 años, hasta 1994, para tener a una tenista, Conchita, en la final de Wimbledon.
Pero quizá lo más asombroso de Lilí Álvarez son los otros deportes que también practicó a gran nivel, en una época en la que las mujeres apenas tenían posibilidades de hacer cualquier cosa más allá de las tareas domésticas.
Lilí pasó su infancia en Suiza, y ahí aprendió el que cuanta que sería realmente su deporte preferido, el patinaje sobre hielo. Con 17 años logró la medalla de oro en una competición internacional y pudo haber debutado en esa disciplina en unos Juegos Olímpicos unos meses antes de los de París 1924, en los de invierno en Chamonix, pero una lesión se lo impidió.
Además de participar en campeonatos de tenis, Álvarez compitió también en patinaje sobre hielo y esquí alpino
Después un tiempo centrada en el tenis, volvió a los deportes de invierno y en 1940 logró el campeonato de España de esquí alpino. Pero los triunfos no acaban ahí: antes había sido piloto, y llegó a ser primera en el Campeonato de Cataluña de 1924. Por supuesto solo había una categoría, la masculina, y Álvarez, la única mujer, fue más rápida que todos ellos.
Periodista, intelectual, escritora. La polifacética deportista hablaba cinco idiomas, estaba en contacto con la vanguardia cultural de la época y formaba parte del incipiente movimiento feminista que poco a poco se abría paso en medio del franquismo. Y trasladó esas ideas al deporte.
En los años 30 fue de las primeras tenistas en salir a la pista con una falda-pantalón, un escándalo en la época. Pero nada comparado con atreverse a acusar de machismo a la organización de un torneo de esquí en Candanchú porque impedía salir a la pista a las mujeres hasta que habían concluido todos los hombres. El jurado la expulsó y, a partir de entonces, Álvarez decidió seguir esquiando pero sin participar en competiciones oficiales.
Aplausos, pocos y tarde
Resulta difícil de entender el olvido casi sistemático a una figura tan deslumbrante. Se puede entender más durante los años del franquismo debido a sus posiciones feministas y sus críticas públicas en una España que no aceptaba una voz más alta que otra, y menos si venía de una mujer. Pero Álvarez murió en Madrid en 1998, y solo se le otorgó la Medalla de Oro al Mérito Deportivo a título póstumo, apenas 17 días después de su fallecimiento. En 2021 se organizó un torneo vintage con su nombre, y también le recuerda desde hace unos años un premio de periodismo deportivo.
No parece algo a la altura de una figura que abrió tantos caminos. Y más allá de los premios oficiales, destaca su ausencia en las conversaciones como el primer precedente de los éxitos de las raquetas españolas durante los últimos 30 años.
Desde luego a ella le supo a poco, señalaba que recibía más reconocimientos en el extranjero y creía que si hubiera sido un hombre eso no habría sido así. En una entrevista en 1976 afirmaba: «No represento nada para el deporte español, se me ignora totalmente, soy un cero a la izquierda». Los aplausos, escasos, llegaron demasiado tarde para Lilí Álvarez.
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