Educación

La cuestión de los ‘teachtokers’

Múltiples docentes están triunfando en redes sociales como ‘influencers’. Sin embargo, comentar los resultados de los exámenes, salir bailando con sus estudiantes e incluso compartir historias personales de su alumnado han planteado un debate que se extiende a lo ético y lo legal.

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Mariana Toro
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20
agosto
2024

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Es uno de los tipos de contenidos que causan más interés en redes sociales: los vídeos que muestran cómo son las cosas entre bambalinas, la realidad de las diferentes profesiones, logran siempre buenos datos de engagement. Los «acompáñame en un día como» o los «lo que nadie te cuenta de» siempre logran el clic, pero ¿qué ocurre cuando lo que esos contenidos desvelan puede cruzar más de una línea ética? Es lo que pasa, por ejemplo, cuando los protagonizan profesionales sanitarios o educativos.

Los teachtokers son profesores influencers: el nombre alude a quienes publican contenidos en TikTok, pero también existen perfiles de éxito en Instagram o X (antes Twitter). El qué comparten varía, pero el abanico de contenidos se repite: o suben vídeos divertidos con su alumnado —como bailes virales— o comparten historias de su día a día, desde exámenes con respuestas graciosas a historias emotivas de sus estudiantes.

Sea como sea, niños y niñas son parte fundamental de sus contenidos —y de su éxito—, pero cabe preguntarse hasta que punto todo esto supone o no una intromisión en su intimidad. ¿Es ético usar al estudiantado para acumular likes?

La polémica no es exactamente nueva, aunque vuelve una y otra vez al debate público. El vídeo de un profesor que se ríe de que una alumna estaba acongojada por haber sacado una nota por debajo de su media se ha convertido en uno de los más recientes detonantes para el debate. En un hilo en Twitter, el profesor y perito judicial P. Duchement reflexiona sobre el impacto que este tipo de comportamientos puede tener a nivel profesional. «Esta moda (tan rentable para sus usuarios) perjudica gravemente la imagen profesional del gremio», escribe. No se trata solo de que dañe la imagen pública del profesorado, sino que además crea nuevas dudas y cuestiones sobre qué hacen y por qué.

Polémicas recientes han puesto sobre la mesa la pregunta sobre si es ético usar al estudiantado para acumular likes

Duchement hizo en 2022 un análisis siguiendo la actividad de los teachtokers y descubrió un patrón común: se exponía al alumnado para convertirlos en material que daría más engagement. A veces se veían sus caras, a veces sus exámenes, y desde que había empezado a hacer seguimiento estaba notando un crecimiento de este tipo de contenidos.

«Algunas maestras tienen tan asumido su papel de influencers que tienen representantes», le decía entonces a El País. «Si quieres contratarlas para que en el próximo vídeo que suban exponiendo a sus niños lo hagan llevando unos zapatos o un bolso de una marca determinada, puedes contactar con una agencia específica para influencers de TikTok y pagarles para que lo hagan», explicaba.

«Ese es el gran problema. Si la finalidad es hacer la foto para decir mira cómo molo, lo que estás haciendo es perjudicar a tus alumnos porque no se produce aprendizaje», comenta a The Huffington Post, al hilo de la polémica, Toni García, nombrado Mejor Profesor de Educación Primaria de España en 2018 y director de un centro de primaria. El problema no está en usar internet en la educación, sino para qué fin y con qué tipos de contenidos se están llevando las redes sociales a las aulas. Usar TikTok no es el problema, sí lo es poner a tus estudiantes a bailar la última coreo de moda para lograr acumular reproducciones.

Lo cierto es que, desde el punto de vista legal, los teachtokers tienen un margen de maniobra limitado. Como recuerda un análisis de La Vanguardia, la ley orgánica de Protección de Datos Personales y Garantía de los Derechos Digitales señala que «los centros educativos y cualesquiera otros que desarrollen actividades en las que participen menores de edad garantizarán la protección del interés superior del menor y sus derechos fundamentales». Esto es, por encima de todo prima el derecho de niños y niñas a su privacidad.

En realidad, no se pueden publicar imágenes de personas —tengan la edad que tengan— sin su consentimiento. Además, en el caso de la infancia se asume que, hasta los 14 años, los niños no tienen la capacidad para otorgar consentimiento y deben ser sus tutores quienes lo hagan.

Con todo, en ocasiones no se comprende del todo lo que la exposición en internet puede suponer en términos de privacidad. Cuando se suben contenidos, ahí se quedarán. Cada foto que aparezca —sea de un teachtoker buscando la viralidad, o del colegio bien intencionado que comparte el festival de fin de curso para que toda la familia pueda verlo— se suma al pasado virtual de sus protagonistas. Un estudio catalán de 2020 descubrió que la mitad de los centros educativos publicaba vídeos y fotos de sus estudiantes en redes sociales en abierto.

Aun así, usar las redes sociales para la educación de forma positiva es posible, como hacer contenidos que funcionarán como recursos educativos o crear comunidad y hablar de lo que no se ve sobre el día a día de los profesores. Pero para ello hay que hacerlo con sentido común y respetando el derecho a la privacidad de los menores.

En cierto modo, el problema de los teachtokers y la excesiva exposición está muy conectado con un problema más generalizado, el de no comprender del todo lo que supone subir un contenido al social media. Al fin y al cabo, niños y niñas siguen estando muy presentes en los perfiles abiertos y públicos de no pocos de sus familiares, que comparten fotos y registran su vida sin darse cuenta de por qué hacerlo resulta cuestionable y hasta peligroso.

 

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