Opinión

Seis años con Tina

«Hoy existe una idea muy cerril del altruismo, hay quien lo ve como un derecho adquirido e inalienable de los débiles, como si hubiera existido siempre; pero no es un derecho, es una condición humana y una conquista que se revalida en cada corazón de hombre», escribe Gonzalo Núñez.

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03
julio
2024

La primera vez que tuve una noción clara de nuestra fragilidad fue en la cueva de Nerja. Allí se conserva el esqueleto de Pepita, una joven que murió en el 6.000 a.C. Se la llevó una simple otitis, ya ves tú, a la edad de 20 años. De aquella visita de mi infancia me quedó una fascinación por las cuevas y un miedo irracional a la otitis.

Me he acordado de Pepita cuando he sabido de Tina, que es mucho más vieja. La historia de Tina se ha reconstruido a partir de un fragmento craneal del oído derecho –otra vez el oído– encontrado en la Cova Negra de Xàtiva. Lo curioso del caso de esta neandertal es que se ha determinado que tuvo síndrome de Down y, a pesar de ello, sobrevivió seis años gracias a los cuidados de su grupo. Sabemos que vivió hace entre 270.000 y 146.000 años, lo que sitúa muy lejos el origen documentado del altruismo en el género homo.

La idea que movió a estos neandertales es que nadie es prescindible, por desfavorable que sean sus condiciones, incluso si a ojos vista supone una rémora para el grupo. ¿Qué ganaron asistiendo durante seis años a Tina, a la que imagino tan desvalida como a la «niña chica» de Los Santos Inocentes? Absolutamente nada en lo estrictamente material. Todo hubiera sido más fácil sin Tina: no habría que alimentar en balde una boca más, por tanto no habría que cazar y pasar fatigas por esa boca, no habría que detener la marcha cuando Tina lo requiriera, no sería necesario entretener, acariciar, perder el tiempo con una niña que ni siquiera podría articular palabra. Imagino que bien pronto entendieron los miembros de su clan que lo de Tina no tenía mucho arreglo y aun así le dieron, se dieron, seis años de vida con Tina. Hicieron cálculos y supieron que salían ganando.

Creo que hay algo muy importante en esto del altruismo, de la empatía o la solidaridad del grupo con el individuo que tiene más que ver con el propio grupo de los aptos que con el individuo desvalido. Hoy existe una idea muy cerril del altruismo, hay quien lo ve como un derecho adquirido e inalienable de los débiles, como si hubiera existido siempre; pero no es un derecho, es una condición humana y una conquista que se revalida en cada corazón de hombre. No existe ninguna ley para forzar a los otros a cuidarte de manera genuina. Lo fascinante del caso de Tina es que el grupo, la comunidad, entendió que la ganancia era para ellos. Que su vida era mejor y más amplia, con más matices, con una niña desvalida, inútil, que sin ella. Lo que Tina había llevado a sus vidas era un don, no una rémora: la posibilidad de descubrirse capaces de mucho más que solo procurarse alimento y generación entre los aptos. Hacerse, al fin, humanos.

Es la sublimación del egoísmo lo que hace del altruismo una cosa hermosa y con sentido: saber que quien gana no es solo la persona cuidada

Hace poco volvió a rebrotar en redes una entrevista de 2017 de Pedja Mijatovic en El Mundo. Hablaba de su hijo con parálisis cerebral, ya muerto. Mientras ganaba ligas y Champions con el Madrid, aclamado y glorificado por todos, el montenegrino asistía impotente a las crisis de su hijo. Lo que me conmovió de sus declaraciones era lo que podría parecer más egoísta: dice Mijatovic que su hijo, de vida breve, de vida dramática si se quiere, tenía una misión: salvar a su padre, bajarle a tierra justo cuando otros lo ponían por las nubes. Pedja no solo no perdió nada con un hijo incapaz que ni siquiera hablaba y le amargó los días, sino que salió ganando. Para sí mismo, ojo. Es esa sublimación del egoísmo lo que hace del altruismo una cosa hermosa y con sentido: saber que quien gana no es solo la persona cuidada sino también y sobre todo el que cuida. Gana en términos imponderables que se relacionan con su propia e incomprensible condición humana.

Lo fundamental de la empatía sucede cuando se significa en el hombre, no cuando se plasma en la ley. Por eso me inquieta la empatía hodierna, los afectos atróficos, la esterilización y subcontratación del altruismo. Hoy, el grupo, a diferencia de los tiempos de Tina, delega el dolor y la enfermedad: manda a sus viejos a la residencia, paga impuestos para no tener que dar de comer directamente al infortunado, pasa de largo ante un hombre tendido en la calle porque ya vendrá el 061, busca asistencia externa para sus enfermos, idea salidas exprés para los depresivos crónicos en clínicas de Suiza y considera fallida la llegada de una niña como Tina. Creemos en nuestro interior, aunque no lo digamos, que toda la comunidad gana preservándonos de lo defectuoso y lo doloroso y somos tan retorcidos que pensamos que los primeros que ganan son ellos, pobrecito, dónde estará mejor cuidado que allí.

En menos de cien años, a medida que adquiríamos bienestar material íbamos perdiendo la capacidad de realizarnos en la adversidad. El Estado del Bienestar se creó con una filosofía similar a la de aquellos neandertales, pero, en una sociedad herida de individualismo y de hedonismo, ha acabado siendo todo lo contrario: una triste franquicia, cortafuegos de los aptos al dolor y el infortunio ajeno. Ya se encargarán otros. No, no somos más empáticos porque tengamos sanidad pública, seguridad social, derechos para todo, muchas palabras sentidas para los débiles y mil maneras de quitárnoslos de en medio. No somos mejores sino peores desde un punto de vista humano que aquella comunidad troglodita que se dio seis maravillosos años de vida con Tina. Porque ellos lo vivieron junto a Tina y eso es precisamente lo importante.

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