Pensamiento

La necesidad de nombrar lo que no tiene nombre

¿Hasta qué punto pueden las palabras hacer visible lo invisible? ¿Es necesario crear neologismos para nombrar aquello que (todavía) no tiene nombre?

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16
julio
2024

Existe una petición por parte de un grupo de padres que aspiran a introducir la palabra huérfilo en el diccionario, término que viene a significar «progenitor que ha perdido a un hijo». La palabra huérfano, que sirve de modelo al neologismo recién mencionado, viene del latín y significa «abandonado», su origen previo es griego y su vocablo original orphanós, que es también alguien sin padres, abandonado, incluso alguien a quien se le han muerto uno o varios hijos.

Quizás en lugar de introducir el término huérfilo en el diccionario podría hablarse de alguien huérfano de hijo o hijos, sin más (expresión que a más de un lector le resultará familiar). Lo cierto es que palabras nuevas cualesquiera no han de ser reconocidas por el diccionario a la fuerza, sino que, para ello, han de ser de uso extendido, de empleo común. Y esto, sobre todo, cuando ya existen palabras de uso público que cuentan con un mismo significado. La creación compulsiva de nuevas palabras parece obedecer a una manía contemporánea por inventar neologismos para remitir a significados y referentes bien conocidos. Este hábito es fruto de una cultura dominada por el marketing, que quiere generar novedades de la nada para mejor vender lo mismo. Este marketing ha invadido nuestras vidas, por lo que somos las personas de a pie quienes generamos neologismos para mejor vendernos a nosotros mismos.

No obstante, el caso aquí tratado es de particular interés, pues la palabra huérfilo expresaría una necesidad muy particular: la necesidad de nombrar el dolor. Es común decir que no hay nada más doloroso que perder a un hijo en vida, es decir, que muera un hijo propio antes de que sus progenitores pierdan la vida. Este caso manifiesta una interrupción de los ciclos naturales, del discurrir corriente de la vida. Esta interrupción del devenir natural resulta particularmente dolorosa si tenemos en cuenta, además, que el hijo o hija es quien ha de ser protegido por sus progenitores, al menos durante el primer periodo de su vida.

La palabra ‘huérfilo’ expresaría una necesidad muy particular: la necesidad de nombrar el dolor

El hecho de que muera aquel de quien somos responsables, aunque sea ya solo por hábito generado durante su crianza, es también particularmente doloroso. Podríamos preguntarnos por qué parece tan necesario para algunos poder nombrar este tipo de dolor. Las respuestas son varias. Por un lado, localizar linguísticamente algo, tenerlo verbalmente acotado, puede servir para mejor dominarlo, aunque sea solo en el plano simbólico. También, este acotar verbal puede ser una herramienta a la hora de compartir el dolor con otros que pasen, hayan pasado o hayan de pasar por lo mismo, lo cual puede servir a modo de consuelo. Guste o no, el dolor compartido alivia de algún modo, ya sea este un consuelo grande o pequeño. Quizás podríamos afirmar, también, que el empleo de vocablos como este puede servir, además, para localizar un determinado problema que en caso de estar «huérfano» de significante podría pasar desapercibido o ser considerado inexistente. En última instancia, podemos decir que contar con una palabra determinada para expresar algo doloroso es útil a la hora de identificar un problema.

Hay palabras que son verdaderamente útiles, que verbalizan de modo sintetizado algo difícil de expresar. A menudo encontramos palabras en otros idiomas que no existen en el nuestro. Ejemplo de esto es el término inglés awe, junto con su derivado awesome. El primero es traducido como «temor reverencial», expresión que cuenta con dos palabras, algo que supone una verdadera desventaja con respecto a la palabra original. Awe es aquello que sentimos ante los sublime, un temor que puede resultar placentero, aunque en un plano más elevado al que estamos acostumbrados a habitar: el temor que puede generar una tormenta, aunque nos hallemos resguardados de todo peligro, por poner un ejemplo. Si awe es un sustantivo, awesome es un adjetivo, el adjetivo con el que nos referimos a aquello que genera temor reverencial. La palabra awkward, por su parte, es traducida al castellano como «torpe», «incómodo» o «extraño», pero ninguna de estas palabras realmente logra igualar al vocablo original, que, además, incluye todos sus significados. Awkward sería una situación incómoda como las propias de una primera cita. Haría referencia también al desenvolverse de un adolescente (o a alguien carente de aptitudes sociales), que todavía no sabe cómo conducirse en la vida.

Hay quien cree en el poder de la palabra como agencia transformadora de la realidad, como si al filtrar por medio de nuevos términos hechos bien conocidos estos mutasen. Pero la realidad no cambia, por mucho que remitamos a nuevas palabras. Ningún dolor puede desaparecer por el hecho de emplear uno u otro vocablo. El filtro lingüístico no puede transformar los hechos. Sin embargo, lo que sí puede hacer una palabra es apuntar en una determinada dirección, hacer visible lo invisible; domeñar, en parte, los hechos del mundo por medio de una sublimación simbólica que sirva para mejor categorizar y controlar en el plano representacional los hechos de un mundo fluctuante e imprevisible.

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