Innovación
La guerra imaginaria
«El cine y las series han hecho mucho daño con sus oscuras visiones de un futuro donde los robots son capaces de formular las reflexiones existenciales más complejas», señala Fernando Bonete en ‘La guerra imaginaria’ (Siglo XXI Editores, 2024), obra en la que se aleja de las hipótesis sensacionalistas y apocalípticas sobre la inteligencia artificial.
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Estamos en guerra con la inteligencia artificial y los robots. El cine y las series han hecho mucho daño con sus oscuras visiones de un futuro donde los robots son capaces de formular las reflexiones existenciales más complejas y las más hondas preguntas por el origen mismo de su existencia, antes de aplastar a una humanidad embrutecida (Ex Machina; Westworld); con su elucubración acerca de la existencia de proyectos informáticos secretos donde la computación cuántica es capaz de acongojarnos viendo la crucifixión del mismo Dios en directo y alterar la sucesión de acontecimientos que llamamos historia, para formular un nuevo presente a la carta (Devs); con su aterrador bestiario de mascotas dotadas de una inteligencia perversa («Metalhead», Black Mirror) y de los más violentos instintos asesinos («La ventaja de Sonnie», Love, Death & Robots); y con la sobrecogedora alteración de nuestras mentes tras desagradables intervenciones quirúrgicas o protésicas que extirpan una parte de nuestra vida (Severance; Peripheral).
Una mayoría de ensayistas también ha hecho mucho daño. Amparándose en el imaginario colectivo procedente de la ficción cinematográfica, seriéfila o literaria, han escrito lo que han querido –lo que han querido– pasar por una «no ficción» rigurosa sobre el catastrófico impacto futuro de la inteligencia artificial y la robótica. Respaldados por el despliegue de una aproximación humanística o una actitud filosófica ante el tema, sus obras acaban por generar imágenes tanto o más creativas y fantasiosas –en el sentido de enormemente exageradas– que la ficción.
Estos escritores han hecho del recelo frente a la inteligencia artificial y la robótica, sostenido por la industria audiovisual y el mesianismo de la industria tecnológica, un tema sobre el que fundar las peores predicciones del futuro, así como una fabulosa herramienta para el impulso de sus artes adivinatorias. Afirman que nos encontramos a las puertas de un apocalipsis digital, que nuestra civilización está al borde de su extinción, que el control del algoritmo ha creado un estado policial de mayor calado y gravedad que los grandes totalitarismos del siglo XX, o que la revolución tecnológica en marcha en nuestros días es la mayor que ha vivido la humanidad. Para ello no tienen reparo en adulterar el objeto de su crítica sumando a la discusión elementos más o menos ajenos a la inteligencia artificial y la robótica, como la cristalización del capitalismo más salvaje, el advenimiento de los movimientos de extrema derecha, o la crisis de la democracia liberal.
Lo que seguro no se puede decir, por no corresponderse con la realidad, es que la humanidad ya ha quedado obsoleta
No se puede decir que no pueda tener lugar alguno de los supuestos anunciados, pero tampoco se puede dar por seguro que vayan a ocurrir, y menos todavía en un ejercicio de predicciones con apariencia de infalibilidad, pero sostenido sobre impresiones personales, que no sobre relaciones de causa o correlación. Se trata de lo que Erik J. Larson, científico experto en computación –ha trabajado para proyectos punteros financiados por DARPA– ha denominado «el mito de la inteligencia artificial», que «consiste en afirmar que su llegada es inevitable, mera cuestión de tiempo –que nos hemos adentrado ya en el sendero que conducirá a una IA de nivel humano, y más tarde a una superinteligencia–. No es así. Ese sendero existe solo en nuestra imaginación». La magnitud y el vértigo provocado por esos futuribles e inferencias sin mediación de evidencias mínimamente rigurosas implantan la semilla de un miedo cerval en la ciudadanía y ofrecen argumentos sin mediación de pruebas para estímulo de los ilusionistas, negacionistas y conspiranoicos tecnológicos.
Desde luego, lo que seguro no se puede decir, por no corresponderse con la realidad, es que la humanidad ya ha quedado obsoleta o está a punto de ser desbancada por las máquinas. Poca credibilidad puede recibir quien afirma esto con absoluta seguridad y toda rotundidad en un momento en el que los coches autónomos apenas pueden aparcar en condiciones –ya no digamos salir a la carretera sin causar un caos fúnebre–; en el que la versión de pago de ChatGPT no es capaz de ofrecer lo que se le pide cuando se sube un ápice el nivel de las instrucciones –no capta el contexto ni el propósito final por mucho que se le insista– y además limita su uso por usuario a 25.000 palabras, tras las cuales hay que sentarse a esperar más de tres horas para volver a utilizarlo; en el que la mayor parte de las herramientas de inteligencia artificial generativa de imagen y vídeo a nivel usuario –que no las producciones asistidas por genios informáticos que sacan en las noticias– presentan una calidad paupérrima, además de una capacidad creativa muy limitada; en el que los recursos educativos guiados por la inteligencia artificial consumen más tiempo en la preparación de cualquier material docente medianamente digno que el que lleva crearlos con medios informáticos convencionales; en el que no existe ningún robot humanoide que sostenga su farsa más de dos segundos.
Un momento en el que, en definitiva, no existe todavía ninguna inteligencia artificial que sea verdaderamente inteligente. Existen, claro que sí, inteligencias «estrechas» –Narrow Artificial Intelligences– que realizan tareas específicas con perfección inaudita e incluso muy superior al ser humano. Los casos son célebres en complejos juegos como el ajedrez –donde Deep Blue fue capaz de vencer al campeón del mundo Garri Kaspárov– o el go – donde AlphaGo (ahora AlphaZero) batió 4 a 1 al jugador surcoreano de 9° dan Lee Sedol–. Sin embargo, estas supercomputadoras son buenas haciendo la tarea específica para la que han sido diseñadas, y ninguna otra. Son súper máquinas, pero también súper limitadas, y su modelo algorítmico no puede escalarse para obtener del mismo una inteligencia general. Es decir, no existe ni estamos remotamente cerca de dar con una inteligencia artificial «general», aquella capaz de resolver problemas aleatorios en cualquier ámbito de acción, dotada de sentido común y de una capacidad eficiente y totalmente autónoma para aprender, razonar y planificar.
Este texto es un fragmento de ‘La guerra imaginaria’ (Siglo XXI Editores, 2024), de Fernando Bonete.
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