Sociedad
La monogamia según Chesterton
El matrimonio monógamo fue la punta de lanza del pensamiento que recorre gran parte de la enciclopédica obra literaria de G. K. Chesterton que, paradójicamente, sigue teniendo hoy aceptación entre multitud de lectores.
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Entre 1962 y 1980, el antropólogo estadounidense George Peter Murdock fue publicando en la revista Ethnology un compendio de sus estudios acerca de 862 sociedades a lo largo y ancho del planeta. Se trata de uno de los análisis antropológicos de mayor calado hasta nuestros días. Y uno de los resultados de dicho estudio revela que el 80% de las sociedades estudiadas por Murdock no son monógamas.
Desde entonces, las explicaciones a la monogamia que prepondera en nuestra sociedad van desde lo económico hasta lo religioso, pasando por lo meramente consuetudinario. La realidad, a día de hoy, es que la monogamia no parece estar entre las preferencias de las nuevas generaciones. Solo hay que prestar atención al auge de eso que se ha dado en llamar poliamor y que no deja de ser una nueva versión del amor libre que ya preconizaban los hippies. Una tendencia, al fin, heredera de la liberación sexual que comenzó a fraguarse en la sociedad occidental a mediados del pasado siglo.
Algunos años antes, concretamente en 1922, el filósofo y escritor británico Gibert Keith Chesterton decidía abrazar el catolicismo. En su juventud fue un agnóstico militante y después se hizo fiel del anglicanismo, pero en sus tres versiones religiosas siempre defendió, en sus escritos, un tradicionalismo que, en muchos casos, remitía a tiempos incluso medievales. Y mencionar sus escritos es recordar que fue uno de los autores más prolíficos que se han conocido: un centenar de libros, más de 5.000 artículos periodísticos y numerosos poemas dan fe de ello. En todos empleó una fina ironía y un sinfín de brillantes paradojas que le capacitaron para edificar una obra literaria que, a pesar de apegada a ideas heredadas de tiempos pasados, continúa teniendo numerosos adeptos a día de hoy.
El 80% de las 862 sociedades estudiadas por el antropólogo Murdock no son monógamas
El tradicionalismo de Chesterton estaba fundado en el ideal de vida humana que él mismo se había conformado desde joven. Un ideal al que sirvió con lealtad y que, aseguró poco antes de su definitiva conversión religiosa, era el mismo que propugnaba el cristianismo. Y no es casual que el padre O’Connor, quien oficiase la ceremonia por la que decantó su fe por el catolicismo, se convirtiese en modelo para uno de los personajes que creó Chesterton: el padre Brown, protagonista de una serie de novelas detectivescas que alcanzó bastante fama en la época.
Muy posiblemente fuese su ideal de vida reflejado por el cristianismo lo que le llevó a defender a ultranza la familia y el matrimonio, instituciones que, en la actualidad, parecen atravesar una profunda crisis. Y el pilar básico del matrimonio, al menos como lo comprendía Chesterton, es la monogamia.
En una carta que envió a su hijo Michael, poco antes de que este contrajese matrimonio, le advertía: «Tu alma gemela es tu mujer, no la mujer ideal». Consciente de que los hombres son polígamos, debido a su naturaleza animal, aseguraba a su hijo que la importancia de la monogamia reside en que se trata de «una ética revelada según la fe y no la carne». La búsqueda de ese «mujer ideal» solo podía conducir al hombre a una actitud errática y moralmente abyecta.
Chesterton consideraba el ejercicio de la monogamia, aún considerándola opuesta a la naturaleza animal del hombre, como afirmación de la voluntad propia a través del compromiso
El polémico Chesterton consideraba que entregarse al disfrute de emociones sin fundamento ni ética solo lleva a las personas a un vagabundeo irrelevante y carente de la libertad que, supuestamente, buscan quienes lo hacen. En su opinión, el mayor sentido de libertad que proporciona la existencia reside en el compromiso. Un compromiso que, cuando de relaciones sexuales se trata, niega el amor ciego, porque «el amor es atadura, y cuanto más atadura, menos ciego».
En su defensa de la monogamia, el escritor británico utilizaba sin tapujos las más afiladas paradojas, llegando a afirmar que todo el placer de un matrimonio firmemente monógamo «consiste en que constituye una crisis perpetua», y que todo su propósito «consiste en luchar y sobrevivir desde el momento en que la incompatibilidad entre un hombre y una mujer resultan incuestionables». Pero tales crisis y mortificaciones las consideraba necesarias para evadir la soledad, el más estéril y doloroso estado del ser humano.
La monogamia, para Chesterton, era más que el mantenimiento de una fidelidad sexual a la persona con la que se decide compartir la vida. Se trataba de revelar un estadio superior de la existencia, ya que, siendo polígamo por naturaleza, el hombre que se entrega a la monogamia debe emplear todas sus fuerzas para seguir ejerciendo de manera deliberada la propia voluntad de permanecer junto a una única mujer.
La monogamia, al fin, como ese espíritu de sacrificio del que el catolicismo se sirve para custodiar la fe de sus fieles. Un espíritu de sacrificio que difícilmente puede hacer mella, a día de hoy, en las nuevas generaciones que han nacido en el seno de una sociedad dispuesta a erradicar toda negación de apetencia inmediata en aras de incrementar el consumo.
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