¿Cuánto espacio ocupa una ausencia?
Decía la escritora española Ana María Matute que «nunca hubiera podido imaginar que una ausencia ocupara tanto espacio». ¿Por qué?
Artículo
Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).
COLABORA2024
Artículo
La escritora Ana María Matute escribió en una ocasión: «Nunca hubiera podido imaginar que una ausencia ocupara tanto espacio, mucho más que cualquier espacio». Para entender esta frase podríamos decir que el espacio ocupado por una ausencia es inversamente proporcional al espacio que ocupaba la presencia de aquel o aquella que hoy ya no está.
Esta sensación de vacío de la que habla Matute suele estar vinculada al sentimiento amoroso, ya sea este un amor apasionado o meramente fraternal, puramente afectivo. Las personas cuya ausencia se hace notar son aquellas que jugaron un papel relevante, incluso fundamental, en nuestras vidas. Echamos de menos aquello que no echamos de más, aquello que consideramos importante para nuestro bienestar. De este modo, presencia y ausencia están, sin duda, interconectadas; una no existe sin la otra. Se trata de la clásica relación entre opuestos, que en la filosofía taoísta queda encarnada en el yin y el yang, dos fuerzas opuestas pero complementarias. Estas forman un equilibrio dinámico, por lo que las personas no debiéramos nunca interpretar la realidad de modo unilateral.
En el caso del amor sentimental, la ausencia se hace notar particularmente pues este tipo de relaciones pueden generar dependencia: cuando se sustentan en el enamoramiento, tienden a ser adictivas. Carecer del objeto de nuestro amor, que representa una poderosa fuente de estímulos emocionales, crea una sensación de «mono» como la que produce la adicción a ciertas drogas. No obstante, en el caso de relaciones más asentadas, la dependencia no opera en respuesta a picos de placer, ni como reacción a sensaciones particularmente intensas, sino a un hábito: a la compañía disfrutada que, en un momento dado, desaparece por completo. Es en estos casos cuando podríamos hablar de una dependencia emocional de largo recorrido, de la que uno ha de aprender a deshabituarse por medio de la nueva costumbre de habitar la soledad y la independencia. Cada persona es diferente, y este proceso de deshabituación cuenta con unos tiempos variables, más largos para aquellos con mayor resistencia al cambio. Este proceso puede ser particularmente duro para individuos que carecen de recursos o aptitudes sociales, puesto que la sensación de vacío se incrementa cuando se estima que no se encontrará nunca a otra persona igual o al menos similar. Un sentimiento particularmente dañino en estos periodos es la nostalgia, el recuerdo de tiempos vividos que nunca retornarán.
La ausencia se hace especialmente notable cuando la persona que ya no está ha jugado un papel relevante en nuestras vidas
Aunque el caso quizá más representativo y doloroso es la ausencia de alguien con quien hemos vivido largo tiempo y a quien perdemos en la ancianidad. Este caso sería el propio de parejas que tras haber convivido durante décadas, uno de sus miembros fallece. La vida en pareja habría cobrado una importancia decisiva y el vacío imperante pone de relieve la fragilidad del yo, que, además, en ese momento de la vida, se muestra y se siente particularmente vulnerable a causa de la debilidad física general de la que uno es presa en esos años. Una debilidad que se traduce, a menudo, en fragilidad mental y emocional. Cuando esto ocurre es como si uno de los pilares sobre los cuales se ha construido la vida en pareja se desmoronase.
Otra ausencia sumamente dolorosa es la que afecta a la relación madre-hijo. La pérdida de una madre resulta particularmente desgarradora cuando el hijo no ha llegado siquiera a la adolescencia y el vínculo entre ambos familiares es verdaderamente estrecho. Una pérdida como esta, indudablemente, afectará de una manera u otra a la existencia posterior del retoño asolado por la ausencia de la madre. Aquí, de nuevo, nos topamos con el binomio presencia-ausencia, puesto que la madre tiende a ser aquella persona siempre presente en la vida de sus hijos, de la cual se depende mayúsculamente, por lo que la carencia se hace notar con especial virulencia. El duelo en estos casos suele ser muy intenso.
Para terminar, diremos que para un animal gregario como el ser humano la ausencia de otros puede llegar a ser abrumadora, de ahí la idea de que esta pueda llegar a ocupar «mucho más que cualquier espacio», que diría Matute. Como hemos señalado, existe una amplia variedad de ausencias posibles, de sentimientos descorazonadores a los que el ser humano ha de adaptarse por la fuerza, por pura necesidad, que es, de algún modo, lo que gobierna el mundo. La vida humana se caracteriza por la voluntad y capacidad para transformar el mundo, pero también por la heroica adaptación a las circunstancias que la vida acaba por imponernos.
COMENTARIOS