Cultura

La prosa onírica de Murakami

Haruki Murakami es, a día de hoy, el escritor nipón que mayor popularidad ha logrado a nivel global. Sus novelas son un compendio de sentimientos límite donde la soledad y lo onírico logran atrapar al lector de manera irremediable.

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10
mayo
2024

Un creador, cuando lo es verdaderamente –cuando se aleja del simple recolector de imposturas–, no decide romper con la tradición artística en que, supuestamente, debería estar inserto. Haruki Murakami no decidió romper con la tradición literaria japonesa. Simplemente se dejó llevar, cuando se puso frente al teclado, por toda la literatura que previamente había degustado y disfrutado.

Nacido en 1949 en Kioto (Japón), Murakami es, en la actualidad, el autor nipón más popular fuera de sus fronteras. Y el estilo de su prosa dista mucho de lo que, tradicionalmente, venía marcando la literatura japonesa. Algo sin duda chocante, si tenemos en cuenta que tanto la madre como el padre de Murakami eran profesores de literatura japonesa. La cuestión es que, ignoramos si con el subconsciente propósito freudiano de «matar al padre», desde joven se zambulló en la lectura de autores occidentales, principalmente estadounidenses. Carver, Vonnegut o Scott Fitzgerald pasaron a formar parte, desde muy temprano, de sus literatos predilectos.

Las influencias occidentales en la literatura de Murakami son responsables, sin duda, de lo distante que se encuentra su obra de la de otros autores japoneses. Su obra está henchida de un surrealismo y una magistral manera de seducir la curiosidad del lector que poco aparecen en las páginas de sus compatriotas.

Su carrera hacia la abrumadora popularidad que atesora hoy en día comenzó en 1988, cuando publicó Tokio Blues (Norwegian Wood) que, sin embargo, es posiblemente su obra con menor carga surrealista. Se trata de un relato de iniciación, donde la canción de The Beatles ocupa el paréntesis del título como caja de Pandora de la que brota un torrente de emociones melancólicas. Apasionó a los lectores tanto dentro como fuera de su país natal.

Sus cuatro anteriores novelas habían sido desdeñadas por la crítica japonesa, que consideraba su estilo desconcertante, conversacional y excesivamente apegado a los valores culturales occidentales. El propio Premio Nobel Kenzaburo Oé calificó su talento como pop de peso liviano. A pesar de ello, Murakami recuperó su estilo anticonvencional en sus siguientes obras y alcanzó una fama que pocas veces ha conocido el mundo literario y que, dando la razón a Oé, sí puede considerarse pop.

Denostado en sus inicios por la crítica japonesa por alejarse de su tradición literaria, Murakami es hoy un escritor de popularidad global

La fama lograda con Tokio Blues permitió a Murakami viajar a Estados Unidos, donde viviría durante más de cinco años, antes de regresar a Japón y seguir cosechando éxitos. En 1995 publicó Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, un nuevo éxito en su carrera. La búsqueda del gato de su esposa, por parte del protagonista, se convierte en un viaje entre mundos oníricos en que se confunden sueño y realidad para darle las claves de los problemas que rodean su vida real. Todo un vendaval de historias cruzadas que emparentan a Murakami con la corriente literaria del realismo mágico y lograron que muchos críticos comparasen su prosa con la de autores como Thomas Pynchon e incluso con la obra fílmica de David Lynch.

Uno de los intrigantes personajes que aparecen en Kafka en la orilla (2002) también emprende la alambicada y oscura búsqueda de un gato. De hecho, Nakata puede hablar con los gatos, y su historia se entrelaza con la del joven Kafka Tamura, que huye de su casa decidido a vivir en una biblioteca. Más realismo mágico llegado desde el corazón de Japón para entrelazar múltiples historias y arrasar en las listas de ventas de medio mundo.

Tal vez la excesiva popularidad de su obra haya tenido mucho que ver con su práctica ausencia de aparición en los medios. Murakami apenas concede entrevistas, y sus opiniones parecen quedar relegadas a la manera de expresarse que tienen los protagonistas de sus novelas. La soledad impregna cada una de sus páginas de una manera tan aparentemente fantástica como demoledoramente dolorosa. Sus protagonistas masculinos no tienen hermanos y tienen relaciones terribles con sus padres, mientras sus madres permanecen ausentes, los gatos parecen ser sus únicos compañeros, las mujeres quedan lejos de sus posibilidades y escuchan jazz de manera compulsiva para infligirse aún una mayor introspección. Todo un mundo de frustraciones que ha sabido llegar a los lectores a pesar de ser expuesto de manera alucinatoria.

Realismo mágico llegado desde el corazón de Japón para entrelazar múltiples historias y arrasar en las listas de ventas de medio mundo

A pesar de lo contradictorio que pueda aparentar el estilo del escritor japonés con los gustos mayoritarios de los lectores, con 1Q84 (2009) logró lo que solo antes había conseguido J. K. Rowling, la creadora de Harry Potter. Las puertas de las librerías londinenses abrieron en la media noche para atender a los ansiosos fans de Murakami. Si tenemos en cuenta que, además, la novela tiene cerca de 1.600 páginas, podemos hacernos una idea del fenómeno que supone, quizá más cercano a la literatura juvenil que a la adulta. La narración, de nuevo, muestra a dos personajes solitarios y perdidos que se buscan, a pesar de existir en universos paralelos. El estilo de Murakami se afila y evita dar explicaciones, sólo deja que los acontecimientos, por muy extraños que puedan parecer, fluyan hasta impregnar al lector y atraparle de manera irremediable.

Rompiendo con su muy amada soledad, Murakami decidió abrir un consultorio online en 2015, para que sus lectores le hiciesen preguntas y le pidiesen consejos. Este tipo de contacto con los seguidores no deja de tener algo de surrealista. Tal vez por ello, el autor utilizó aquella experiencia –que duró poco más de tres meses– para enriquecer sus siguientes libros con nuevas realidades disruptivas.

Recién estrenada su nueva novela, La ciudad y sus muros inciertos (Tusquets), los titulares repiten hasta el hartazgo la proyección global del más occidental de los literatos nipones. Crítica y público coinciden en que ha merecido la pena esperar seis años para leer de nuevo a un autor que no decidió romper con la tradición, sino que, tal vez, se vio atropellado por todas las influencias que anidaban en su interior.

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