Sociedad

«Quizá no es necesario tener una imagen de futuro única en la que nos veamos todos reflejados»

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04
abril
2024

A día de hoy, parece que las formas de hacer políticas colectivas han dejado de funcionar. La cancelación del futuro que atravesamos ha hecho que no seamos capaces de ficcionar los conflictos del presente ya resueltos, como hacían todas las ideologías hasta la crisis de 2008. Este, al menos, es el planteamiento que defienden el sociólogo y editor Jorge Lago y el filósofo y ministro de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030 Pablo Bustinduy en ‘Política y ficción. Las ideologías en un mundo sin futuro’ (Península, 2024). Un ensayo en el explican cómo hemos llegado a este punto y proponen cómo deben ser las políticas actuales para que se puedan garantizar horizontes políticos diferentes. En Ethic hemos hablado de todo ello con Jorge Lago.


¿Cómo se unen política y ficción, dos conceptos en principio contrarios?

Nosotros no los concebimos como contrarios, sino como necesarios el uno con el otro. La política siempre recurre a un relato que toma los conflictos del presente e imagina una forma de resolverlos. Algo que es ya en sí un relato porque lo basa en el futuro. Ese mañana, al no ser una realidad, automáticamente es una posibilidad. Toda ideología recurre a una estructura narrativa en la que los conflictos del presente están ya resueltos. Sabiendo esto, nos preguntamos si este mecanismo ha dejado de funcionar tras el 15M y las olas de protestas que recorrieron el mundo después de la crisis de 2008. Si esa estructura de la política que es capaz de imaginar los conflictos del presente resueltos a través de la ficción ya no sirve porque no puede recurrir al futuro, ya que este se nos presenta como cancelado.

«Toda ideología recurre a una postura imaginativa en la que ese conflicto del presente está ya resuelto»

Antes de que llegara la crisis de 2008 existían de manera muy parecida los conflictos de hoy en día. ¿Cómo funciona entonces esa futurización de los problemas?

Funciona postergándolos. La manera de tratarlos es retrasando su solución, llevándola al futuro que acaba siendo más real que el presente. Y esto evacúa o suspende la decisión y deliberación política en el presente. La función de la postergación se entiende bien con un ejemplo. Imagina una estructura de desigualdad idéntica en dos situaciones distintas: una en la que es pensable un futuro en el que irán mejorando las posiciones relativas de cada uno; y esa misma estructura de desigualdad pero sin un futuro distinto imaginable. Aunque la desigualdad social es la misma, se vive de forma radicalmente distinta. Seguramente en el primer caso la desigualdad es aceptable y en el segundo es problemática. Y ahí la diferencia es el futuro, no el presente.

¿Cómo se ha llegado hasta aquí? ¿Cuánto tiene que ver la individualización para que el futuro se haya cancelado?

Esta es la gran pregunta que ha generado esa progresiva disolución del futuro como un espacio de esperanza. En el libro damos algunas pistas, aunque no las analizamos profundamente. Es indudable que la crisis climática nos enfrenta a la imposibilidad de seguir soñando con ese futuro de abundancia y prosperidad que justificaba presentes muy desiguales y turbios. Además, esta crisis muestra que no es casual el momento en el que se vuelve casi evidente que no hay un futuro posible para esto: en los años 70, es decir, en el mismo momento en el que surge el neoliberalismo, que individualiza las formas en las que el futuro se había colectivizado. Si no hay futuro para todos, que cada uno luche por el suyo. Aquí se quiebra la imagen del futuro colectivo, pero no del individual. Esa imagen del coaching neoliberal de labrarse una vida, de ser nuestros propios jefes. Y esto es la antesala de su cancelación porque corroe toda estructura colectiva para imaginar el futuro.

«[Durante la pandemia] fue un momento en el que hubo una especie de socialdemocracia sin socialdemócratas»

En la pandemia, esto que dices se resquebrajó durante unos meses. Es decir, se pensó el conflicto de manera colectiva.

Sí. Fue un momento en el que hubo una especie de socialdemocracia sin socialdemócratas. Se tomaron medidas contrarias a la ortodoxia de los últimos 40 años, relativas al déficit, al gasto, a la concepción de lo colectivo como la única forma de afrontar la crisis, etc. Unas decisiones que no acabaron generando una imagen de futuro porque no se englobaron ni se articularon discursivamente ni fueron defendidas suficientemente.

¿Cómo podemos darle una vuelta a esto? ¿Es el populismo la manera de abordar los problemas con este marco?

Cuando no puede recurrir al futuro, la política acude a las diferentes formas del populismo. Esto se debe a que este tiene que ver mucho con aceptar el conflicto sin la pulsión de imaginarlo ya resuelto. Es decir, no hace uso de un relato ya escrito sobre el futuro que vuelve innecesaria la acción y deliberación política en el presente. El populismo tiene una parte extremadamente interesante a la hora de aceptar que ese juego de futurización no es aceptable ni deseable. Algo que sucede porque elimina el componente teleológico o preconcebido de la política. De ahí que parezca que el populismo no es tanto una ideología como una praxis de la política. El problema es que cuesta imaginar cómo sustituir el futuro que contenían las ideologías del siglo XX desde esa aceptación del conflicto propia del populismo, y que no tiene la pulsión de resolver el conflicto político del presente. La cuestión es cómo hacer política sin un futuro necesario. Ahí es donde planteamos la dificultad de organizarse a través de una imagen de futuro que no te obliga ni que permite, de cara a la militancia y acción políticas, generar marcos ideológicos a través de los que movilizar a la población. Es decir, una acción política no fundamentada en una idea de la verdad y de la necesidad, sino que entiende la política, más bien, como el fruto de articulaciones de demandas y deseos sociales contradictorios y que van a estar siempre cambiando.

«Defendemos que la política sea la que garantice las condiciones para realizar esos futuros diversos que ya operan en el presente»

Por ello, defendéis que hay que garantizar las condiciones para que se puedan idear futuros.

Sí. Defendemos que quizá no es necesario tener una imagen de futuro única en la que nos veamos todos reflejados, sino que igual no pasa nada por que haya muchas imágenes de futuro distintas, contradictorias y que choquen entre ellas. Que la política no sea tanto proponer esa imagen de futuro al que conducirnos, sino que sea la que garantice las condiciones para imaginar y realizar esos futuros diversos que ya operan en el presente. Para ello es necesario un modelo de protección social que garantice las condiciones de existencia, que son condiciones para la imaginación de los futuros individuales y colectivos, y que lo haga con independencia del lugar que ocupes en la estructura económica, si es que lo ocupas. Seguramente, esta sea la forma más sólida para permitir que la sociedad siga produciendo imágenes del mañana. De eso que hoy nos falta.

¿Ayudaría a esto fijarnos en esas semillas que ya han plantado otros y que están dando sus frutos? El feminismo, la lucha contra el cambio climático o el movimiento LGTBIQ+ pueden ser tres ejemplos.

Exacto. Movimientos que muchas veces la intelectualidad de izquierdas, en vez de garantizar su despliegue, busca convertirse en su vanguardia y los acaba secando porque los intenta subyugar a una idea. Tanto de sus militantes como de sus imaginarios. Probablemente no haya un futuro común a todos ellos, sino que haya que garantizar su pluralidad.

«A día de hoy la construcción de la identidad está ligada a las posibilidades de un futuro»

¿Cómo los pueden garantizar?

Por ejemplo, a través de rentas básicas, es decir, por el desacople entre seguridad e identidad laboral. A día de hoy las posibilidades de construirse un futuro están ligadas a las identidades laborales. Si no tienes trabajo, no tienes identidad social, seguridad ni proyecto de vida. Ese desacople de la existencia y la identidad social, esa universalización de las condiciones de vida para que las identidades se desplieguen libres, creo que es la mejor forma. Esto permitiría explorar cómo podemos idear el futuro desde las relaciones de género y sexo, o las formas de habitar el planeta, por ejemplo… por eso la política debe garantizar la productividad social y cultural del mañana garantizando las condiciones de existencia del presente.

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