Poner fin a una amistad
Es normal que en la vida adulta se produzcan distanciamientos con algunos amigos. El punto está en tomar conciencia a tiempo sobre si es necesario hacer todo lo posible por conservar esa amistad o si lo más sano para ambos es alejarse.
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La vida no es una sucesión de hechos lineales en los que no haya que cuestionarse nada. Hay momentos en los que uno siente que sus expectativas, valores o necesidades no se cubren en sus amistades, sean estas más superficiales o profundas, y decide alejarse de ellas. Y esto duele, porque, una buena red de amigos es elemental para afrontar la vida, como bien explica Nerea Pérez de las Heras.
Se habla mucho de cómo mejorar la relación de pareja, las relaciones familiares o los conflictos en el trabajo, pero se habla poco de cómo trabajar una relación de amistad, cómo salvarla cuando hay oportunidad, cómo hacerles frente a los problemas o cuándo dejarla atrás.
En la Grecia clásica, Aristóteles separaba las amistades en tres categorías: los amigos por utilidad, que son buenos en el sentido de que hay un interés mutuo y que no tienen ninguna connotación negativa, por ejemplo, «jugamos al tenis y nos tomamos algo después»; los amigos de placer, que son hasta el 80%, con los que uno se lo pasa bien, pero con los que no se cuenta para todo; y las amistades de virtud, que son las que se aceptan casi de manera incondicional y con las que existe una afinidad especial y que requieren una inversión de tiempo.
Las investigaciones del psicólogo Robin Dunbar han concluido que una persona tiene la capacidad para conservar de cuatro a seis amigos íntimos o de virtud.
Para Aristóteles, existen tres categorías de amistad: de utilidad, de placer y de virtud
Cada uno de esos perfiles de amistad cubre necesidades diferentes y puede ir variando a medida que pasan los años. Varios estudios resaltan que hasta la mitad de nuestra red social cambia cada 5 o 7 años. Estos datos se pudieron incrementar durante y después de la pandemia, ya que, en contextos de estrés generalizado, ciertas amistades se ponen a prueba. Muchas personas distinguieron entre cantidad y calidad de sus relaciones y percibieron cómo a medida que se abrieron las restricciones les produjo alivio no ver a ciertas personas.
Estos distanciamientos puntuales entre amigos en la vida adulta son normales, pero a veces duran demasiado y se convierten en ruptura. Este proceso puede resultar más complicado cuando se trata de amistades de placer y aún más, con amistades de virtud. Los motivos más frecuentes que se aluden son las diferencias en valores sobre temas trascendentales, los conflictos no resueltos, la falta de tiempo, los malentendidos o la pérdida de confianza. A las amistades también les separan momentos vitales distintos donde no se tiene tanto en común. Empiezan a aparecer pequeños detalles, como una mala contestación, no recibir una llamada cuando era previsible, no responder a los mensajes con la misma rapidez o que se haya percibido menos curiosidad por saber de la vida propia… Poco a poco, se comparten menos intereses y hay una ausencia de planes juntos. Cada persona tendrá diferentes criterios o códigos éticos para considerar si hay motivos de alarma. Es común entrar en una especie de nebulosa o estado de perplejidad que puede ocasionar un cuadro de estrés temporal. Es frecuente mostrarse irritable, crítico, impaciente o pasivo.
En algún punto, llega el momento de reflexionar y de tomar conciencia sobre las causas externas e internas, o el detonante relacionado con ese desgaste. Es probable que uno identifique que ya existían ciertos signos de agotamiento en la amistad desde hacía más tiempo. Uno se pregunta cómo se originó, si los cimientos eran sólidos o tal vez fuese una amistad que funcionó en un determinado momento de la vida y para un propósito concreto. Quizá se caiga en la cuenta de que el apego emocional hacia esa persona o la dependencia haya propiciado que se haya tolerado más de lo que habría sido adecuado. Pueden aparecer sentimientos de rabia, ira o resquemor. Por eso, ayuda buscar apoyo entre personas de confianza para sobrellevar la situación, pero sin entrar en un ciclo de crítica generalizada y sin el objetivo de involucrarlas.
Hasta la mitad de nuestra red social cambia cada 5 o 7 años
Después de la reflexión, se busca un plan de acción evaluando las opciones reales de cómo enfrentarse al problema, poniendo el foco en uno mismo. Mucho de lo que irrita de los demás lleva a un mejor entendimiento de uno mismo. Según un estudio publicado en la revista Personality and Individual Differences, hay dos formas comunes de terminar con una amistad. Una sería la gradual y la otra, la inmediata, donde se deja de forma abrupta la relación, como sucede en la película Almas en pena de Inisherin. Cada persona utilizará una estrategia distinta según su estilo de personalidad, aunque es más frecuente la gradual en la que basta con ir alejándose sin verbalizar nada. Es más fácil ir alejándose de amistades más frágiles (las de utilidad) evitando coincidir, que de amistades más profundas o cercanas (de placer o de virtud) con las que se comparten amigos en común.
Para este tipo de amistades más sólidas, lo ideal sería comunicar las preocupaciones a la otra persona. A veces, es como si diera miedo preguntar con un simple qué te pasa, como si esa conversación pudiera ser el final. Estas conversaciones sirven para aclarar las dudas y huir de los malentendidos. Posteriormente, se puede dedicar un tiempo a intentar que la motivación vuelva y ver si se resuelve el conflicto. Si no es demasiado tarde, se puede hacer todo lo posible por reparar una amistad. Pero también es cierto que ese momento puede no llegar y uno empieza a plantearse que terminar con esa relación temporalmente es la mejor opción para el bienestar de las dos partes. En ese caso, ayuda admitir los errores, disculparse, no proyectar inseguridades, no chantajear con el pasado y agradecer el tiempo vivido. Tampoco es bueno culparse demasiado.
Poner fin a amistades profundas implica alejarse de personas a las que se ha querido mucho. Esa situación puede resultar difícil, como se refleja en los libros Los amigos que perdí de Jaime Bayly y Adiós, hasta mañana de William Maxwell. Pero, a veces, es conveniente cerrar ese ciclo para poder avanzar, como señalan autores como Carl Jung. Esto debe hacerse de manera consciente mientras se va aceptando esa nueva realidad. Una vez que se logra, aparece un equilibrio que permitirá integrar las experiencias que uno ha vivido y las enseñanzas que van quedando. Reconciliarse con el pasado y el presente ayudará a avanzar. En algunos momentos, será normal sentirse triste, dolido o decepcionado y seguir pensando en la otra persona, pero que se haga con odio significa que no se ha superado. Quedarse con un buen recuerdo es fundamental para seguir adelante.
Resulta igual de contraproducente no saber reconocer que se está pasando una mala racha en una amistad o no encarar el problema, como no esmerarse o dedicar más tiempo a construir todo tipo de amistades por el miedo a perderlas. La vida es larga, el cambio es inevitable, los conflictos existen y no tiene que considerarse un fracaso que se produzca un alejamiento de una amistad, sea este temporal o definitivo. Porque puede haber segundas oportunidades. Siempre nos quedará para el recuerdo y la esperanza ese abrazo de Patria.
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