Opinión

La incomodidad de vivir en lugares de moda (un pequeño desahogo)

Quienes vivimos en ‘ciudades de moda’ no podemos dejar de lamentarnos de la dinámica global que está terminando con ellas tal y como las conocíamos. No se trata de no advertir la complejidad del asunto, sino de rechazar la bajada de brazos ante el peso de la inercia que muchos ayuntamientos muestran.

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22
noviembre
2023

Quienes somos de ciudades de moda, o vivimos en alguna, no podemos dejar de lamentarnos de la dinámica global que está terminando con ellas tal y como las conocíamos: masificación turística, homogenización comercial, privatización del espacio público, ruido excesivo a deshoras, precios altos en general y disparatados en unas viviendas para las que no somos los compradores o los inquilinos buscados… El equilibrio entre ser económicamente competitivo y socialmente respetuoso con los habitantes hace tiempo que se ha descompensado hacia el primer platillo de la balanza.

Las ciudades globales –que no necesitan ser grandes, como se ve en la Costa del Sol o en Baleares, por ejemplo– compiten entre sí por turistas, ejecutivos o nómadas digitales, mientras sus ciudadanos han bajado en el orden de prioridades de sus gobernantes a la hora de planificar las políticas públicas. Es en estas ciudades donde todavía predomina el desacreditado enfoque de la trickle-down economics, o economía del derrame, con el que se ha justificado bajar impuestos a los más ricos o hacer trajes fiscales a medida a grandes multinacionales. Es llamativo que esta idea, de capa caída en la economía a nivel global, siga formando la base de tantos gobiernos municipales para atraer cruceros o aerolíneas de bajo coste. La ciudad como último reducto de ideas económicas fracasadas e insostenibles.

En las ciudades de moda abundan la masificación turística, la homogenización comercial, el ruido excesivo a deshoras y los precios altos

Pero, al mismo tiempo, los argumentos en su favor son poderosos: ¿cómo rechazar una entrada de dinero masiva y la creación inmediata de puestos de trabajo? Más aún en un país con un desempleo tan alto como el nuestro. Además, todos somos los turistas de otros sitios, con lo que quejarse no deja de ser contradictorio. Solo quien esté dispuesto a no ir a París o Venecia en sus vacaciones tiene legitimidad para quejarse de la incomodidad de pasear por el centro de Málaga, como suelo hacer cada semana. Los empleos industriales de alto valor añadido que añoramos y pedimos son para mañana, mientras que los de servicio lo son para hoy, como las necesidades urgentes por satisfacer.

No se trata de no advertir la complejidad del asunto, sino de rechazar la bajada de brazos ante el peso de la inercia que muchos ayuntamientos muestran. Sea la ocupación de la vía pública por terrazas que impiden el paso y hacen la vida imposible a los vecinos, sea el inasimilable número de cruceristas que desembarcan de golpe, o la incomodidad de vivir en edificios con un alto número de apartamentos de alquiler vacacional, sus efectos negativos no pueden ser despachados con la promesa de un bien superior inmaterial y futuro. En su relegación del ciudadano común y su modo de vida, muchas ciudades incumplen un mandamiento que Luis Ruiz del Árbol ha escrito en su reciente y memorable Lo que todavía vive, y que debería estar tallado en piedra en la entrada de cada Ayuntamiento: «Partir siempre de lo que existe, nunca de lo que falta o de lo que se supone que debería existir».

En cambio, son muchos los ciudadanos los que nos percibimos invisibles e impotentes ante un poder que está a otras cosas, confiado en que todos nos beneficiaremos más adelante por la vía de perjudicarnos primero.

 

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