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Sostenibilidad rima con oportunidad

La sostenibilidad puede abordarse como un coste o como una oportunidad y desde ambos puntos de vista se corre el riesgo de aplicar un sesgo. Quizá no es necesario reducir el crecimiento, sino mantenerlo con un menor impacto medioambiental.

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Soy partidario de aplicar el principio de que quien contamina, paga. Desde la primera revolución industrial y hasta antes de ayer, parecía que el crecimiento económico y el desarrollo humano podían ponerse en la cúspide de la pirámide de Maslow y contaminar suponía un peaje perfectamente admisible. 

De hecho, atravesar las extensas praderas de Norteamérica con un tren humeante quemando carbón sobre unos raíles que rompían la armonía del paisaje resulta hoy incluso idílico, quizá por esa costumbre que tenemos de pensar que todo tiempo pasado fue mejor. 

Hoy, en cambio, en mayor o menor medida, todos somos conscientes de que el modelo de desarrollo actual debe tener en cuenta el impacto que genera nuestra actividad sobre el medio ambiente, pero ¿lo hace realmente?

Sirva como ejemplo el indicador del PIB que mide el crecimiento de la economía de los países, pero no considera la cantidad de recursos naturales destruidos e irremplazables o la cantidad de contaminación generada para alcanzar dicho crecimiento. Esto lo explica muy bien Juan Costa en su libro Multicapitalismo

No se trata de frenar el crecimiento, sino de racionalizarlo

Aplicar el principio mencionado al comienzo de mi artículo parece una forma justa de alcanzar la reducción de emisiones que sabemos que es buena para el planeta. Lo digo en términos generales porque podemos separar los efectos sobre el cambio climático y sobre la polución de las ciudades que habitamos o de los ecosistemas de los que nos alimentamos. Y es que los efectos sobre el clima no son tan visibles en el corto plazo como los esfuerzos que hagamos para reducir la contaminación

Debe quedar claro que no es necesario reducir el crecimiento, sino mantenerlo con un menor impacto medioambiental. No olvidemos que las inversiones siempre requieren un retorno y aquí surge la oportunidad de que también generemos un beneficio social a nuestro alrededor. 

Ahora bien, poner en marcha un sistema que estimule a las empresas para reducir su impacto medioambiental, que sirva además para que los individuos también obtengan una ventaja al hacerlo, no puede servir para incrementar la carga fiscal a empresas y ciudadanos con la excusa de la sostenibilidad. Disfrazar con impuestos medioambientales el afán recaudatorio tiene varios efectos indeseados, como son la falta de credibilidad; la reducción de oportunidades de hacer crecer la economía y la riqueza de los ciudadanos; o el fomento de «obesidad» de la administración que pierde el estímulo para ser más eficiente, ser más sostenible y ser un ejemplo para los administrados. 

Tampoco sirve su aplicación si, en una producción globalizada, el principio es asumido por unas pocas economías mientras otras obvian su impacto medioambiental sobre el crecimiento. Esta asimetría genera una desventaja. 

La contaminación no conoce fronteras, pero es cierto que su concentración es mayor en unos países que en otros. 

Tanto desde el punto de vista de las administraciones como desde el punto de vista del ciudadano, parece que no tiene sentido un esfuerzo de reducción de impacto ambiental o de mejora de las condiciones laborales de nuestro entorno, si a continuación adquirimos productos que han sido manufacturados en condiciones que nos parecen inaceptables en nuestro ecosistema.

Contaminar es una forma de externalizar costes y resultar más competitivo a corto plazo. 

Esto quiere decir que cuando compramos cualquier producto fijándonos exclusivamente en el precio, no somos conscientes de que el ahorro que se refleja en su compra no lo es en realidad, pues los costes medioambientales, por ejemplo, se trasladan al futuro y se atomizan, quedando repartidos tanto entre quienes compran el producto como entre quienes no lo hacen. Lo mismo ocurre con los costes y las condiciones laborales.

El desarrollo renovable es una gran oportunidad para re-industrializarnos, ofreciendo energía limpia y barata

En una discusión de mayor profundidad, cabe preguntarse si se debe permitir a los países en desarrollo contaminar hasta donde consideren para alcanzar cuotas de bienestar social similares a las que disfrutamos en los países desarrollados.

En China fallecen 1,5 millones de personas de forma prematura todos los años por enfermedades relacionadas con la contaminación, y el coste de esta fatalidad no se refleja a la hora de medir su crecimiento. 

La sostenibilidad puede abordarse como un coste o como una oportunidad y desde ambos puntos de vista, corremos el riesgo de aplicar un sesgo. No se trata de frenar el crecimiento, sino de racionalizarlo, generando nuevas industrias, nuevos negocios o modificando el equilibrio entre países productores de petróleo y gas y países consumidores. Los centros de procesamiento de datos, intensivos en consumo de electricidad, son un buen ejemplo.

No somos libres si nuestra economía está debilitada por nuestra dependencia energética y si no tenemos una fortaleza que nos haga más atractivos como país. 

Nuestro desarrollo renovable es una gran oportunidad para re-industrializarnos ofreciendo energía limpia y barata a aquellos sectores que puedan ser de nuestro interés y cuya localización en nuestro país permita la creación de empleo, riqueza y una mejor calidad de vida de Europa.


Jorge González Cortés – Vicepresidente de Gesternova Energía

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