Sociedad

Por qué todos necesitamos ser buenos en algo

Parece existir una especie de imposición social por destacar en algo, por que todos alcancemos la maestría en algún campo determinado. ¿Es una cuestión exclusiva de estos tiempos o siempre ha sido así? 

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30
octubre
2023

Destacar, ser los mejores, tener el reconocimiento de los demás, ser aplaudidos como expertos. En los tiempos actuales, ser reconocidos como buenos en algún campo concreto parece haberse convertido en el objetivo vital de muchas personas.

Normalmente, todos somos buenos en algo. Pero los fuertes condicionantes sociales nos hacen olvidar, en muchas ocasiones, qué es eso que podríamos ejercer con maestría. La sociedad actual tiende a una homogeneización que empuja a muchas personas a intentar destacar en cuestiones que quedan lejos de sus mejores capacidades. De esta manera, obtener esa maestría se convierte en una lucha que, en muchas ocasiones, resulta infructuosa y provoca frustración.

Todos podemos ser buenos en algo. Pero, tal vez, esa maestría debiera brotar de manera natural y, cuando ocurra, no transformarla en algo de lo que alardear ante el resto.

Si nos fijamos en el mercado laboral, comprenderemos la cantidad de talento desperdiciado en aras de un modelo productivo y de consumo que prima el éxito económico por encima de cualquier otro valor. Si alguien no produce, con su trabajo, un beneficio económico considerable, suele quedar fuera del mercado. Olvidamos el gran número de ocupaciones laborales que, no contando con grandes beneficios económicos, son indispensables para el funcionamiento de nuestra sociedad. Antes de que nos aposentásemos en esta vertiginosa sociedad de la imagen y el consumo, cada persona ejercía mayor libertad a la hora de desarrollar sus mejores capacidades.

Alcanzar la maestría exige esfuerzo mental y reconocimiento de que siempre habrá margen de mejora

Por otra parte, si atendemos a la base educativa actual, comprenderemos mejor el desequilibrio entre las propias habilidades y las que la sociedad exige. Los menores de edad siguen cursando estudios en un sistema que prima las calificaciones, y no las aptitudes. Puede haber niños altamente capacitados para disciplinas artísticas, pero de nada les servirá si no cumplen con los estándares obligados en el resto de asignaturas. De esta manera, crecen sin desarrollar sus maestrías innatas. Alcanzada la edad adulta, y ya absorbidos por una sociedad que tiende a la homogeneización, les resultará más difícil rescatar aquellas habilidades que no se potenciaron en su edad temprana. Pero no dejarán de sentirse obligados a destacar en algo.

Antiguamente, las personas desarrollaban sus capacidades de un modo mucho más natural, y no precisaban encontrar el reconocimiento público para seguir desarrollándolas. En la actualidad, esas capacidades que nos hacen destacar en algo, han quedado en gran parte soterradas, y la sociedad nos impone la obligación de ser buenos en algo para poder ser reconocidos. Sin apenas darnos cuenta, participamos de una absurda carrera para destacar en cuestiones que, muy probablemente, queden lejos de nuestras posibilidades. Una sociedad en que la imagen lo es todo y en que la maestría no se reconoce si no provoca un destacable éxito económico, es el caldo de cultivo perfecto para la competitividad salvaje y los problemas de autoestima que esta provoca.

Alcanzar la maestría en algo se convierte, por tanto, en la actualidad, casi en una imposición para muchas personas que pretenden, así, obtener el reconocimiento social. Y alcanzar esa maestría, cuando no surge de manera natural de las propias capacidades, exige una serie de sacrificios. Porque toda maestría está regida por tres normas sin cuyo cumplimiento la tarea será en vano. La maestría exige el esfuerzo mental de confiar en que, efectivamente, podemos mejorar y convertirnos en expertos en ese campo en que hemos decidido enfocar nuestros esfuerzos.

Por otra parte, no hay maestría sin aceptación y superación del dolor, físico o emocional. Porque aplicarse durante largas e intensas horas en dominar una disciplina cualquiera, conlleva cansancio y puede ser extenuante. No rendirse ante dicho dolor, es imprescindible para seguir mejorando.

Por último, la maestría es asintótica, y tenemos que comprenderlo. Asíntota es una línea que se acerca a otra sin llegar nunca a unirse a ella. Comprender que la maestría, por mucho que la cerquemos, siempre cuenta con un margen de mejora, es la única manera de lograr ser verdaderamente buenos en el campo deseado.

Con todo esto, deberíamos plantearnos si merece la pena este esfuerzo por ser buenos en cuestiones que se alejan de nuestras capacidades innatas, o si potenciar estas y dejar de lado el ánimo de destacar con el único objetivo de obtener reconocimiento. Tal vez, así, nuestra vida sería más placentera y equilibrada.

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