Opinión

Yo sigo haciendo propósitos para septiembre

El presente es insuficiente por definición y necesitamos proyectar nuestros anhelos en el tiempo. Agosto es el mes para hacer pausa y pensar nuestros propósitos.

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08
agosto
2023

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«He pasado todos los veranos de mi vida haciendo propósitos para septiembre. Ahora ya no. Ahora paso el verano recordando los propósitos que hacía y que se han desvanecido, por pereza o por olvidarlos». Estas palabras melancólicas de La Gran Belleza las pronuncia en su monólogo de despedida Romano, un eterno aspirante a actor que se ha cansado de que sus esfuerzos no den frutos y, además, las mujeres se rían de él. Decide no seguir intentándolo y abandonar Roma para dedicarse a otra cosa. No tan casualmente, esas palabras sinceras y sentidas cosechan los siempre anhelados aplausos, que en su caso llegan demasiado tarde.

La mayoría, en cambio, seguimos haciendo propósitos para septiembre. Hacer más deporte o apuntarse a buceo; reducir algo la cerveza y comer más sano; aprender algún otro idioma o arrancar el doctorado; viajar de una vez a Sicilia, a Normandía o a Vietnam; leer, al fin, Guerra y paz, ¡Absalón Absalón!, El hombre sin atributos o ponerse al día en el cine. Incluso, comprarse el pase anual de algún museo o de una filarmónica. El presente es insuficiente por definición y necesitamos proyectar nuestros anhelos en el tiempo. De ahí que sea tan escéptico con el consejo de vivir el instante. El exministro Javier Solana lo definió bien en una entrevista en televisión: «Me alimenta más el deseo de vivir que la vida misma. Soy lo contrario al carpe diem». Necesitamos los propósitos, y por eso agosto cumple una función de pausa y discontinuidad para la reflexión sobre nuestro futuro inmediato, sobre nuestra vida y su sentido.

«Necesitamos los propósitos, y por eso agosto cumple una función de pausa y discontinuidad para la reflexión sobre nuestro futuro inmediato, sobre nuestra vida y su sentido»

Es una expresión habitual en conversaciones informales hablar de uno mismo como médicos, físicos, abogados, ingenieros, farmacéuticos o escritores –o cualquier cosa que, en nuestro presente insuficiente nos queramos ver encarnados– «frustrados». Un adjetivo sombrío que, en cambio, complementa un sujeto que aún se percibe con capacidad de tejer propósitos y plantearse objetivos, aunque su destino sea su frustración. Quien no se ha sentido frustrado es que no ha soñado, que no se ha imaginado en el tiempo como aquello que, en su interior, cree que le haría feliz. No es ese el problema, sino el contrario: el de no haber acumulado frustraciones como adjetivos y, en cambio, haberlo hecho como sujeto. Del «sea lo que sea» frustrado, al frustrado a secas.

Y quien no hace propósitos para septiembre, parece haber abandonado toda esperanza. Aunque nos suenen ridículos cuando nos los decimos a nosotros mismos, o cuando los escuchamos de boca de nuestros amigos, conviene ser condescendientes y pensar que quien tiene un propósito, por más  que nos parezcan basura o autoengaño, tiene un tesoro que lo espera en septiembre, a la vuelta de la esquina. Y el año que viene ya será otra historia. Con suerte, con los mismos anhelos de siempre.

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