Siglo XXI

¿Será Twitter la última red social en morir?

Twitter nunca llegó a ser tan popular y tan valiosa como otras redes sociales, pero su adquisición por parte de Elon Musk la ha lanzado a abismo. La gran cuestión ahora es si se acerca a su punto final.

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13
julio
2023

Hace ya bastante que el lanzamiento de una nueva red social ha dejado de generar expectativa. TikTok, la última gran aparición del mercado de los social media, creció más bien de forma orgánica. Los anuncios que generaban atención e impaciencia por hacerse con un perfil son más bien algo del pasado, de cuando las redes sociales eran algo novedoso. Y sin embargo, la semana pasada, Meta —la propietaria de Instagram, Facebook o WhatsApp— logró un pequeño momento de atención ante la salida de una nueva propuesta: Threads, una clara alternativa a Twitter. 

Threads es el último episodio, también, de la un tanto delirante guerra en la que se encuentran sumidos Mark Zuckerberg, el CEO de Meta, y Elon Musk, el dueño de Twitter, y que ha incluido que los dos directivos se retasen a una pelea. Y quizás más importante, es la última entrega de la decadente historia de Twitter, una de las redes sociales pioneras que lleva ya unos cuantos años enfrentándose a la amenaza de estar enfrentándose a su «principio del fin». 

Nadie queda ya en Twitter de sus primeros dirigentes. Twitter nació en 2006, ideada por Jack Dorsey, Evan Williams y Biz Stone como una red social en la que se podían compartir mensajes de una extensión limitada con los seguidores (y, en realidad, con el mundo). Frente a la esencia de Facebook, en la que todo permanece en un entorno cerrado que solo ven tus contactos, Twitter jugaba con algo un tanto híbrido. Seguir a alguien aseguraba que ibas a ver qué publicaba, pero en realidad si sabías su nombre de usuario –y no era una cuenta privada con candado– nada te impedía fisgar su actividad. 

La red social fue creciendo, introdujo la publicidad (que sostiene económicamente a todas las redes sociales) y en 2013 salió a bolsa con una valoración de 25.000 millones de dólares. A partir de ahí, empezó un cierto declive. La compañía tuvo caídas en bolsa y se quedó en cierto modo estancada en usuarios e ingresos. Nunca llegó a ser esa gallina de los huevos de oro que parecía a veces Facebook. 

Tras su compra, Musk comenzó a filtrar datos negativos sobre la red social, como que el 10% de todas sus cuentas en realidad eran spam

Es en ese contexto cuando entra en juego Elon Musk. Musk –amado y odiado a partes iguales y CEO y fundador de Tesla y SpaceX– ha sido uno de los usuarios más activos de la red social. En Twitter lanzaba opiniones y compartía información (alguna sobre sus empresas le ha metido en problemas con la SEC, el regulador de bolsa estadounidense), también sobre la suerte de la red social que tanto le gustaba. Musk la criticó duramente en la primavera de 2022 y se lanzó a un proceso de compra —no deseado por sus gestores— poco después. Sobre la mesa, Musk puso 44.000 millones de dólares que la compañía no quería aceptar. 

El proceso de compra –hostil y con muchos tira y aflojas que llegaron a la prensa– fue dramático, y a pesar de su rechazo inicial, los gestores de Twitter no tuvieron más remedio que acabar aceptando. Musk lo celebró como una victoria, luego comenzó a filtrar datos negativos sobre la red social –como que el 10% de todas sus cuentas en realidad eran spam– y finalmente intentó echarse atrás. Hubiese sido el culebrón judicial de la década, si Musk no hubiese cerrado la compra antes de tener que sentarse en la sala de un tribunal. Twitter pasó así a ser una compañía privada, ajena al escrutinio de los informes trimestrales, pero su via crucis reputacional estaba muy lejos de llegar al final. 

Por un lado, las promesas de Musk –que eliminó los sistemas de control que Twitter había puesto en marcha para limitar el discurso de odio– y sus declaraciones sobre su «absolutismo» respecto a la libertad de expresión despertaron muchas dudas sobre el futuro de Twitter. La red social ya era un espacio complicado, uno de los que siempre se mencionaban cuando se hablaba de interferencias políticas o de la presión de los trolls. El temor era que las decisiones de Musk solo lo convirtiesen en más hostil. Los nombres públicos que anunciaron que abandonaban la red social se empezaron a suceder.

Por otro, las decisiones erráticas del nuevo consejero delegado –Musk no solo había comprado la red social, también se había convertido en su máximo responsable– crearon el caos. Uno de sus grandes objetivos era el de aumentar la monetización de Twitter, para lo que fue lanzando diferentes versiones de pago, aunque lo hacía de una manera que, desde fuera, parecía más tentativa que calculada; es decir, torpe.

Su primer intento con Twitter Blue –que por un precio mensual otorgaba el check azul que solo tenían hasta entonces las cuentas verificadas– se convirtió en una pesadilla para las marcas que estaban presentes en la plataforma, ya que comenzaron a aparecer cuentas falsas con sus nombres que parecían verdaderas. Una de esas cuentas y uno de los mensajes que publicó desplomó en bolsa a la farmacéutica Eli Lilly. Las empresas cerraron perfiles y, sobre todo, dejaron de invertir en publicidad en Twitter, un serio problema para un servicio que vive de los anuncios. Mientras todo esto pasaba, Musk despedía en masa a los equipos de sus oficinas –lo que abrió nuevos frentes legales para la compañía– y se creaba la paradoja de que aparecían problemas que no podían ser solucionados: ya no había nadie allí para enfrentarse a ellos.

A medida que han ido pasando los meses, se han ido sucediendo los problemas, hasta llegar a ese lanzamiento de Threads de hace unos días. Justo unos días antes, Twitter había anunciado que iba a limitar la cantidad de mensajes que podían ver al día los usuarios de su red social partiendo de si eran o no usuarios de pago. Esto, por supuesto, no gustó en absoluto a su base de usuarios.

¿El principio del fin? 

Ahora bien, ¿es Threads una amenaza seria para el futuro de Twitter o en realidad Twitter ya había iniciado su debacle mucho tiempo atrás?

La nueva red de Zuckerberg ha despertado interés, pero está ausente de un mercado clave: el de la Unión Europea

Threads ha despertado mucho interés, cierto, pero está ausente de un mercado clave, el de la Unión Europea: su condición de «pesadilla de privacidad» choca con la normativa comunitaria, como recuerda Euronews. Asimismo, esta red no es la única que ha intentado ocupar el espacio de Twitter. Antes también tuvo su momento de gloria Mastodon, que creció de forma masiva pero que luego quedó en el olvido, y en algún momento lo tendrá Bluesky, la alternativa en la que trabaja Jack Dorsey.

Quizás, Twitter es una reliquia más de un mundo que ya está dejando de existir, el de las redes sociales de los primeros 2000. Se trata de una red que en realidad nunca tuvo tanto éxito, si se compara con las cifras de usuarios activos que mueven Facebook, Instagram o TikTok. Los números de Twitter están más cercanos a los de Pinterest: si despierta tanto interés es porque, a diferencia de esta última, la red azul se ha convertido en un escenario político (lo que hace, también, que tenga mucha popularidad entre los periodistas, lo que inevitablemente impacta en la agenda de los medios).

Elon Musk sigue siendo el dueño de Twitter, pero desde junio no es quien lo gestiona. En medio de las debacles reputacionales de hace unos meses anunció que daría un paso atrás y que ficharía a un consejero delegado externo. Lo hizo: en junio, Linda Yaccarino se convertía en la nueva CEO de Twitter. Parece claro que su cometido es el de salvar Twitter, pero solo el tiempo dirá si lo consigue o si se convierte en un nuevo ejemplo del fenómeno «glass cliff», que en tecnología ya ha costado tantas cabezas. 

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