Cultura

«Una vida trans no es necesariamente traumática»

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27
julio
2023

Entre las múltiples virtudes que posee la literatura, una de ellas es la de permitirnos viajar en el tiempo, y buena prueba de ello es la última novela de la escritora Alana S. Portero (Madrid, 1968) que nos transporta al barrio obrero de San Blas en los 80. Si es cierto que escribir es protestar, en Portero encontramos un claro y lúcido exponente. ‘La mala costumbre’ (editada por Seix Barral) mezcla ternura, rabia y crudeza a partes iguales. A través de la poesía, la mitología griega, los referentes literarios y la propia realidad, la autora nos regala la historia de una niña transexual que crece en el extrarradio madrileño sepultada por una apariencia y un mundo en el que es incapaz de reconocerse, un relato que dibuja la incomunicación y la desazón de querer tapar el sol con las manos, pero también un cuento lleno de amor donde el principal foco está en los lazos que establecemos con las personas a las que decidimos llamar familia.


La novela plantea el tema de los silencios escogidos, de lo que callamos ante los demás y ante nosotros mismos por mantener una fachada. De hecho, llama la atención la forma en que la protagonista vive como espectadora su propia vida. ¿El dolor es un motor para desarrollar una mayor creatividad?

Durante mucho tiempo yo llevé una vida que no era la mía y me di cuenta de que es una forma de volverse una observadora especialmente sagaz. Cuando una siente cosas y no las exterioriza, crea inevitablemente mundos interiores muy ricos donde hay infinito espacio para fabular, para mirar la realidad de una manera diferente. Es verdad que puede ser algo beneficioso, porque encuentras un refugio, una forma de soñar y concebir que las cosas puedan mejorar. Buscas historias y referentes que te apelen porque a tu alrededor nada lo hace, tu mundo se vuelve el de la imaginación y las palabras. Lo que ocurre es que todos somos animales sociales, y cuando una no puede compartir lo que piensa o siente, ese mundo interior se convierte en un pozo demasiado oscuro. Y entonces, al final, todas esas ideas que podrían ser hermosas se empiezan a retorcer, porque no tienes a nadie con quien compartirlas.

Es un libro que cuenta cosas tristes, pero a la vez transmite vitalidad. La escena del primer beso es representativa: un momento que aúna crudeza y ternura.

Quería que fuera un libro capaz de dar esperanza. Es la historia de una mujer que lo tiene muy difícil y aún así tira para adelante, intenta buscar la luz pese a toda la oscuridad que le rodea. Me gustaba la idea de presentarla como alguien que pelea, que nunca se rinde para conseguir lo que imagina y siente para sí misma. La parte que puede ser más oscura de la novela, que es lo relativo a su experiencia trans, siempre se suele contar desde el trauma, y quería reivindicar que una vida trans no es necesariamente traumática. Claro que se pasa mal, pero porque a casi todo el mundo le pasan cosas feas en la vida. Todo el mundo tiene algo que esconder, o tiene algún armario del que salir, o tiene algo que no cuenta a los demás, que le preocupa y que le atormenta. No me interesaba escribir una novela cínica o más oscura de lo pertinente.

«Esa es la gran violencia de nuestro tiempo, la precariedad que nos impide querer bien y lo destroza casi todo»

También hay mucho humor, logras que los lectores rían y lloren a partes iguales.

Quise dar espacio al humor porque me parece algo clave. Muchas de las situaciones más complicadas de la vida, vistas desde fuera, son patéticas. Si te fijas, son tan ridículas que hasta pueden hacerte un poco de gracia. Cuando nos vemos a nosotras mismas en los peores momentos desde otra perspectiva, incluso cuando dejamos que pase cierto tiempo para mirar el drama de otro modo, casi nos podemos reír del panorama que estamos observando, porque todos hemos representado alguna vez un sainete. En la mala costumbre hablo de temas muy dolorosos, de no atreverse a vivir, de cómo la normatividad se empeña en dificultar que una persona se muestre como es… Y sin embargo en todo el recorrido vital de la protagonista hay momentos para reírse de ello, para liberarse con el humor.

Otro punto clave del libro es cómo relacionas las emociones con el cuerpo, como cuando hablas de «la bocanada de aire que limpiaba el interior». ¿Esta búsqueda fue deliberada?

Absolutamente, porque todo lo que nos ocurre lo podemos explicar con metáforas corporales. Tomar aire es lo primero que hacemos al nacer y me interesaba cómo detrás de esa expresión podemos hablar de una liberación o un yugo. La ansiedad no es más que el corazón latiendo a mil por hora, la respiración entrecortada y la sensación de que te vas a morir, mientras que el enamoramiento te provoca mariposas en el estómago. Cuando te decepcionas o te pones nerviosa, sufres una presión en el pecho, si algo te da vergüenza se te enrojece la piel. Es muy fácil conectar ambas cosas, porque es indivisible separar las emociones del cuerpo. Además, me interesa porque todo el mundo ha tenido inseguridad con su cuerpo, sobre todo las mujeres. Quería contar eso de una manera muy gráfica, no solo porque literariamente fuera muy útil, sino porque la carne es el soporte de todo lo que nos sucede. El cuerpo es íntimo, pero también social.

Justamente, la protagonista tiene una batalla interna y externa en este asunto. ¿La mirada ajena sobre nuestro cuerpo nos define? 

La experiencia social condiciona nuestra relación con el cuerpo, claro, nos puede machacar o ayudar a quererlo. Quien nos toca bien nos ayuda a definirnos, y también nos definen las personas a las que concedemos el privilegio de tocarnos. La protagonista deja su cuerpo en manos de los hombres porque cree que son quienes le van a dar la validación que necesita, porque es lo que le han enseñado y no ha tenido oportunidad de soñar con otra cosa. Por eso, cuando se encuentra con que hay una mujer que se interesa por ella y el deseo es recíproco, se siente muy confundida. La pobre arrastra la mochila de una educación binaria y le cuesta mucho quitársela, por eso, aunque lo que realmente quiere es quedarse, al final sale corriendo por puro miedo.

«Cuando escucho discursos nostálgicos de los 80, pienso que solo es posible plantearlos desde el privilegio de quien tenía una vida tranquila»

El miedo también conecta mucho con la culpa y la vergüenza que siente la protagonista.

Esto nos pasa a la mayoría de las mujeres, porque a lo que estamos acostumbradas desde niñas es a que nos corrijan todo el rato. Estas correcciones sobre asuntos que no deberían de tutelarse se repiten tanto que, cuando eres pequeña, crees que los adultos a tu alrededor tienen razón en corregirte continuamente. Hay vidas que son más rebeldes y se pelean contra lo que les imponen, y hay vidas que no lo logran, que siguen creyendo que son ellas las que están mal y deben corregirse, y esto genera muchísima culpa. Y lo que aprende una de niña no desaparece nunca. De repente te encuentras con cuarenta años sintiendo vergüenza y culpa en situaciones donde no deberías sentir eso, pero es inevitable. Una idea importante del libro es que los niños y las niñas son como aspiradoras, siempre están escuchando y copiando todo, entonces pueden acumular un montón de información que crea a posteriori a personas que se sienten muy culpables y sienten vergüenza de sí mismas. Cambiar esto está en manos de quienes les rodean, especialmente de la familia.

Planteas cómo nos condiciona la familia de sangre y la educación recibida, pero también despliegas un alegato al amor familiar.

Creo que a veces lo más importante de la familia no es tanto que te entienda, sino que te quiera, que esté ahí. La familia de la protagonista la quiere muchísimo, y ese amor en bruto es un refugio, un puerto al que regresar siempre. Si no la comprenden es porque tampoco tienen las herramientas para hacerlo, porque los padres están trabajando todo el día y no disponen del tiempo y la energía necesaria para pararse a reflexionar sobre algunas cosas de la vida de su hija, ni para tener conversaciones profundas con ella sobre temas que jamás han tratado. Ese tema era central para mí, el de hablar de la violencia que sufren las familias trabajadoras a las que se les extrae el tiempo para afinar sus afectos. Realmente es una historia de violencia que sufren todos: ella por tener que manejar los silencios y no poder decir a las personas que más quiere lo que siente, y ellos por no poder conectar con su hija.

 ¿La precariedad nos impide cuidar las relaciones afectivas?

Esa es la gran violencia de nuestro tiempo, la precariedad que nos impide querer bien y lo destroza casi todo. Si siempre estamos cansadas, si no sabemos qué va a ser de nosotras mañana, si el trabajo nos agota, no queda tiempo para parar y cultivar los afectos de manera natural. Es como si viviéramos para trabajar y sobrevivir, y así es imposible cuidar a la gente a la que quieres. La propia protagonista tiene trabajo, pero llega un momento en el que no puede pagar el alquiler y tiene que volver a vivir con sus padres. En realidad no tiene ambiciones laborales, hay poco interés por el éxito o ser alguien importante, tampoco tiene ambiciones personales, más allá de ser ella misma, pero al volver a casa de sus padres por la precariedad tiene que volver a plantearse quién es, cómo se comunica con su entorno y con el propio barrio en el que creció.

Precisamente hablas de San Blas alejándote del tópico del barrio obrero donde solo hay solidaridad y camaradería. Te alejas del discurso nostálgico o edulcorado al ambientarlo en aquella España de los 80.

Es que a mí la nostalgia me parece reaccionaria, es una manera ridícula de no hacer ningún esfuerzo por entender el tiempo que te ha tocado vivir. Cuando escucho discursos nostálgicos de los 80, pienso que solo es posible plantearlos desde el privilegio de quien tenía una vida tranquila. Yo le debo mucho al barrio, en él aprendí cosas que han conformado la persona y escritora que soy, como las luchas obreras o el tejido vecinal… Pero no quería escribir de San Blas como un lugar idílico. Nadie puede echar de menos un sitio donde abunda la pobreza y la miseria, donde ves a tus vecinos morir, porque yo he visto a familias con cuatro hijos que los perdieron todos por la droga. Hay una ambivalencia entre ese dolor y las redes de afectos y el empeño por cuidar de la gente a tu alrededor.

«Cuando se condena a una persona a los márgenes es porque alguien está ocupando un centro que no le corresponde»

Madrid parece un personaje más de la historia, parece que has escrito un canto de amor a la ciudad. 

Es exactamente así, es un canto de amor a una ciudad que amo con todo mi corazón, pero también me da mucha tristeza ver en lo que se está convirtiendo. En su momento fue un lugar de liberación para muchas personas y realmente acogía a quien llegaba. Ahora se sigue diciendo que Madrid es acogedor, pero cómo va a ser acogedor un lugar donde los alquileres tienen un precio desorbitado, que se está convirtiendo en un franquiciado. El Madrid que yo conocí era un lugar donde se volcaron muchos afectos y muchas esperanzas, que tenía una vida cultural con la que se está arrasando, donde había pequeños espacios culturales maravillosos… Se encontraba mucha gente variopinta y salían colaboraciones estupendas, y había bares transformados en galerías de arte improvisadas. Esto en los 80 y los 90 pasaba mucho y es algo que echo de menos, la creación de espacios culturales en sitios que no lo eran. No quería contar todo esto por pura nostalgia, quería contarlo porque no quiero que se me olvide. Ahora me pasa que la detesto más y me parece un pozo negro político, entonces me tengo que recordar que Madrid también me ha dado mucho y que quizá es posible recuperarlo en algún momento. La escritura también sirve para eso, para no olvidar lo que un día viviste, para que lo puedan leer los que vengan después.

¿Dirías que la escritura también es un refugio para paliar la soledad?

Yo no tengo un círculo de amigas muy amplio, pero siempre he tenido gente a mi alrededor que me ha querido y me ha acompañado, entonces no puedo hablar como una persona solitaria. La escritura me ha hecho desarrollar una buena capacidad de análisis y la oportunidad de pensar las cosas con calma y no apresurarme en los juicios. Escribir me ha dado paciencia y me ha ayudado a ordenar mis pensamientos, a entenderme mejor a mí misma, pero también me ha facilitado comunicarme con los demás de forma más pausada, más amable.

Históricamente está bastante instalada la figura del escritor que usa la literatura como una oportunidad para liberar fantasmas, pero veo que te alejas de ella.

La imagen de la artista atormentada no tiene nada que ver conmigo, nunca vuelco mis frustraciones escribiendo. No me considero tan hábil como para limpiarme por dentro escribiendo, eso quizá lo consigo más leyendo. Es verdad que la novela tiene un carácter muy visceral y entiendo que se perciba así, pero está mucho más calculada de lo que parece. Yo no escribo una novela en arrebatos, pero tampoco quiero decir que sea un témpano de hielo. He expuesto muchas cosas personales mías en la novela, pero no podría haberlas descrito en medio de un vendaval. También hacen falta unas condiciones materiales mínimamente dignas para poder crear un libro, por eso me parece que esa figura del artista atormentado es una pijada, porque para escribir necesitas espacio, calma y tiempo, y eso nunca es gratis, tienes que tener dinero.

Me ha llamado la atención cómo el lenguaje que usan las mujeres del barrio es tan sencillo, pero a la vez encierra cosas importantes. ¿Había una idea de reivindicar la humildad a través del lenguaje?

Las personas más sabias que he conocido en mi vida las he conocido en la calle, han sido muchas vecinas y señoras que tenían la cabeza maravillosamente bien amueblada, pero nunca se dieron importancia y hablaban desde esa ligereza y humildad que tanto admiro. La protagonista se explica muy bien, pero está muy confundida. Me gustaba esa contraposición entre su forma de expresarse y la sabiduría que puede esconder un lenguaje sencillo, divertido, sin grandes ínfulas. Hay personas que no necesitan educación y grandes discursos para ver las cosas claras. Pienso en mi propia madre, que tuvo que dejar de estudiar con 11 años, empezó leyendo prensa del corazón y poco a poco su interés creció, y ahora no solo es que lea los libros de quien se le ponga por delante, es que los comprende, los analiza y me propone ideas que a mí no se me ocurrían en la vida. Pienso también en las trabajadoras sexuales que he conocido, que tienen unas condiciones durísimas y acumulan una serie de saberes, una manera única de estar en el mundo llena de argucias, de picardías, y con una capacidad para leer a los demás impresionante, y no necesitan estudiarlo o aprenderlo de forma académica o reglada.

Ahora que mencionas a las trabajadoras sexuales, en tu novela he visto una voluntad por sacar a mucha gente de los márgenes, por renegar de esa expresión. ¿Era un homenaje a toda esa gente a la que se sigue marginalizando?

Cuando se condena a una persona a los márgenes es porque alguien está ocupando un centro que no le corresponde. Hay una reivindicación y un homenaje generacional a mujeres trans que trabajaban en la calle en los 60/70… que son mujeres maltratadísimas, social y políticamente. Se llevaron la peor parte de lo de la Ley de Peligrosidad Social, y aún así muchas han sobrevivido y son unas tías divertidísimas, sabias, pacientes, unas supervivientes. Hay que hacer mucha literatura con esto aún. Creo que en España se lo debemos, que nuestra cultura no está completa sin ellas, ni el feminismo está completo, ni la historia de las mujeres de este país está completa sin que ellas formen parte de nuestra cultura.

«Si algo he descubierto es que las conquistas feministas son muy frágiles, y es algo de lo que no era tan consciente antes»

Mencionabas el lado político. ¿Crees que hay cierta complacencia con temas como la prostitución?

Hay mucho paternalismo, como un complejo de salvadoras. La trata es esclavitud, pero las trabajadoras sexuales es algo muy distinto, son mujeres que están trabajando y que piden derechos. Ellas quieren estar ahí tanto como quiere estar una señora fregando escaleras, como cualquier otra trabajadora… Es ofensivo que les estén diciendo lo que deben hacer con sus vidas, sin escucharlas. Esto se entiende con cualquier otro tipo de ocupación, pero con ellas parece imposible. Existe toda una corriente, que es más intelectual que material, que ha decidido que esas mujeres no saben lo que hacen y carecen de voluntad propia. A mí me gustaría que los políticos se callasen y escuchasen lo que estas mujeres tienen que decir, lo que están reclamando, y que se les facilite la vida según sus coordenadas, no según las de otros.

¿Consideras que se ha escuchado más en otras legislaciones como la Ley Trans?

Gran parte de esa ley ha sido consultada con muchas asociaciones y personas trans, creo que ha habido menos paternalismo. Aun así, con toda la polémica absurda y criminal que se ha formado alrededor, ha llegado una ley muy mejorable. Es un buen primer paso, pero debe mejorar. Personalmente he vivido con mucho dolor y mucha incomprensión todo el discurso horroroso que ha permeado en la calle, nos ha dificultado mucho la vida. No he acabado de entender todavía que haya gente empeñada en deshumanizar a otros de forma tan violenta, espero que el tiempo ponga las cosas en su lugar.

¿Cómo ves el presente y sobre todo el futuro político y social?

Políticamente estamos viviendo un momento que me parece muy peligroso. Me parece que estamos justo en la cuerda floja y veo mucha fragilidad. Hay un retroceso evidente, y se ve cuando volvemos a poner conversaciones encima de la mesa que ya estaban apagadas. Si algo he descubierto es que las conquistas feministas son muy frágiles, y es algo de lo que no era tan consciente antes. Pero no me gustan los discursos pesimistas, prefiero mantener la esperanza y luchar para que sigamos avanzando en derechos y lo reaccionario no nos gane la partida.

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