Internacional

La (silenciosa) expansión de la compañía Wagner en África

El motín frustrado ha llevado a los titulares a la compañía Wagner, clave para los avances rusos en Ucrania. Sin embargo, su teatro de operaciones no se limita al este de Europa.

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Corbeau News Centrafrique/Wikimedia
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29
junio
2023

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El intento de motín por parte de la compañía mercenaria Wagner ha catapultado el nombre de esta empresa a las cabeceras de todos los telediarios. Sin embargo, la adrenalina del momento ha hecho que muchos se olviden de dos factores importantes a la hora de analizar las acciones de esta compañía. El primero es su origen. El segundo es que su teatro de operaciones alcanza muchos más países que Ucrania.

La Wagner nació como compañía durante el convulso mes de mayo del 2014, cuando las fuerzas especiales ligadas a la Inteligencia rusa tomaron Crimea en una operación sorpresiva y poco sangrienta. Fue entonces cuando se decidió ensayar la creación de un cuerpo que estuviera mejor entrenado que la infantería rasa pero que pudiera ser enviado a la muerte con más facilidad que las valiosas tropas del FSB (la antigua KGB) o el GRU (la Inteligencia Militar). La ventaja principal, no obstante, sería la de poder influir sobre los territorios prorrusos del oriente ucraniano –mediante una combinación de guerrillas y propaganda, la llamada «guerra híbrida»–  sin que existiera una vinculación legal con el Kremlin, que quedaría así libre de toda responsabilidad.

Sería precisamente la GRU la que apadrinara a la compañía. Una célula del GRU en Rostov fue trasladada ese mismo mes a Lugansk, en zona prorrusa, tras ser fusionada con la unidad Karpaty, compuesta de saboteadores cosacos que hasta entonces no habían cosechado demasiados éxitos. Pronto, la efectividad de sus acciones guerrilleras llevó a que el número de operativos pasara de un centenar aproximado en 2014 a 5000 para el año siguiente, cuando la Wagner recibió la orden de participar en la guerra como lo haría un cuerpo regular.

La Wagner nació como compañía durante el convulso mes de mayo del 2014, cuando las fuerzas especiales ligadas a la Inteligencia rusa tomaron Crimea

Mientras tanto, la GRU seguiría entrenando a sus miembros desde la base de la 10ª Brigada de Fuerzas Especiales del GRU, situada en la población rusa de Molkino, en Krasnodar. La relación con el resto del Ejército era más bien dudosa –el jefe de la Wagner, el oligarca Prigozhin, desarrollaría una tensa relación con el Ministro de Defensa Sergei Shoigu, que poseía a su vez una compañía mercenaria propia– pero la Wagner contaría siempre con el respaldo de la Inteligencia Militar, a lo que se añadía el apoyo constante de la Fuerza Aérea.

La Wagner, por tanto, no era una compañía mercenaria como otras: a pesar de que tenía autorización para aceptar contratos privados, debía estar siempre a punto para desplazarse a los escenarios que se le indicaran desde Moscú. Asimismo, no era una empresa como tal sino un conglomerado algo oscuro de negocios tapadera y de nombres propios ligados a instituciones del Estado, empresas controladas por antiguos camaradas del presidente Vladimir Putin y otras compañías mercenarias (como el Moran Security Group o los ya difuntos Cuerpos Eslavos), cuya misión era similar a la suya, aunque su tamaño fuese considerablemente menor.

Los éxitos militares y propagandísticos de la Wagner llevaron a que el Kremlin se decidiera a emplearla en Siria, donde llevaba experimentando con el uso de mercenarios adictos desde el comienzo de la guerra civil. A cambio, la compañía se aseguró el control de un porcentaje de los campos petrolíferos que capturara desde 2016. Sin embargo, las ambiciones de Moscú no iban a quedarse ahí, y la Wagner estaba a punto de convertirse en la vanguardia de la que iba a ser el área de expansión rusa durante la segunda mitad de la década de los 2010: el continente africano.

El modus operandi sería similar en todos los casos: se escogerían naciones con gobiernos débiles y corruptos (o se facilitaría directamente un cambio de régimen), se lanzarían campañas de propaganda agresiva para deslegitimar a las fuerzas de paz extranjeras en caso de que las hubiera, se firmarían acuerdos con el gobierno afín y se enviaría allí a los mercenarios de la Wagner. Finalmente, y esto era crucial, se extraerían los recursos minerales del país para amortiguar el impacto de las sanciones internacionales contra Rusia. La Wagner haría las veces de compañía minera, y se aseguraría, de paso, un porcentaje jugoso de los beneficios en el proceso.

De esta forma, la Wagner pasó de operar en cuatro países en 2015 a 27 para 2021, incluida una docena de países africanos. Podía trabajar para gobiernos o facciones no-estatales de manera indistinta: en Libia, por ejemplo, apoyó al brioso mariscal Khalifa Hafter cuando este se levantó en armas contra el gobierno post-Gaddafi, y los mercenarios no tardaron en ser vistos custodiando la infraestructura petrolífera y gasística de la costa.

La compañía Wagner pasó de operar en cuatro países en 2015 a 27 para 2021, incluida una docena de países africanos

La lista de países es larga, pero el patrón es fácilmente detectable. En Sudán, la Wagner llegó en 2017, y a cambio recibió concesiones de extracción de oro en un acuerdo firmado con la empresa M-Invest, propiedad de Prigozhin, el jefe de la compañía. En la República Centroafricana, posiblemente uno de los mayores bastiones de influencia rusa en el continente, la Wagner envió en 2018 a más de un millar de soldados, y acabaría dirigiendo las operaciones del ejército local en su lucha contra los rebeldes musulmanes Seleka, que por otra parte no tardaron en empezar a matarse entre sí cuando la etnia Fulangi se enfrentó a los Gula y los Runga. La base de la compañía se encontraba en las ruinas del palacio del antiguo dictador Bokassa, a poca distancia de la frondosa capital, Bangui, y su recompensa llegó cuando el gobierno le cedió el control de la mina de oro de Ndassima, así como concesiones madereras sin restricción alguna.

En Malí, no obstante, la Wagner no logró hacerse aparentemente con las concesiones mineras habituales, aunque el marcado incremento del gasto por parte de la Seguridad del Estado maliense podía indicar que sus salarios vinieran en parte de las arcas estatales. Esta nación africana había implosionado desde hacía una década, cuando los nómadas tuareg se rebelaron en 2012, los yihadistas se unieron a la causa (y acabaron enfrentándose a los propios tuareg) y el gobierno se deshizo en una riada de golpes de Estado. La Wagner se encargó primero de inundar la zona con propaganda agresiva para debilitar la posición de las fuerzas de paz francesas que habían sido enviadas allí. Luego, en 2020, un nuevo golpe de Estado facilitó la instauración de un gobierno afín a los rusos, y París hubo de retirar sus tropas. Desde entonces, serían los mercenarios de la Wagner los que protegieran a los mandatarios nacionales y los que lucharían contra la Yihad al lado del ejército. Su base estaba adosada al Aeropuerto Internacional Presidente Modibo Keita, y la aviación de la que se servían los mercenarios pertenecía claramente a la Fuerza Aérea rusa.

La intervención de la compañía Wagner ha sido generalmente exitosa, aunque no siempre ha funcionado como debiera. En Mozambique, sus unidades entraron en 2019 para combatir a los fundamentalistas que se habían hecho con la provincia de Cabo Delgado: fueron vapuleados a los pocos meses. La Wagner volvió con refuerzos al año siguiente, pero el gobierno local prefirió contratar mercenarios de signo muy distinto, con la compañía sudafricana Dyck Advisory Group.

Resulta indudable, también, que en varios de los países en que interviene, la Wagner comete crímenes de guerra con frecuencia (como ocurrió con las 500 personas que fueron asesinadas en la aldea maliense de Moura), del mismo modo que participó en las masacres de civiles ocurridas en poblaciones ucranianas. Su ansia por apoderarse de los recursos locales le llevó, por ejemplo, a participar en brutales incursiones junto al ejército de República Centroafricana, donde, durante varios meses de 2017, acribilló indiscriminadamente a los mineros de las aldeas de las que deseaba apoderarse tras presentarse por sorpresa en motocicletas y camionetas artilladas. Esta propensión a la violencia contra la población civil, por otra parte, no suponía un gran problema para las autoridades (que, no lo olvidemos, participan de la misma) y, de hecho, es considerada una ventaja por no pocos gobiernos locales respecto de las rígidas restricciones que tienden a imponer las fuerzas de paz internacionales a las que la Wagner aspira a sustituir.

El teatro de operaciones de la Wagner no se limita exclusivamente a África, por otra parte. En Venezuela, hace las veces de guardia pretoriana del presidente Nicolás Maduro desde 2019, cuando la posibilidad de un golpe militar aumentó notablemente. Y en los Balcanes, es habitual encontrar compañías mercenarias rusas ligadas al Kremlin adoctrinando y entrenando a las juventudes del lugar.

El principal foco de lucha de la Wagner, sin embargo, nunca dejó de ser Ucrania. Allí contaba con unos 50.000 hombres desplegados en el frente (una cantidad ingente de tropas, comparado con otros países y otros grupos similares) y se hizo célebre por desarrollar un costoso método para frenar la contraofensiva de Kiev. Esta consistía en la llamada «picadora de carne», en la que se enviaba una oleada masiva de convictos, reclutados de las cárceles rusas, en ataques suicidas que sondeaban los puntos débiles de la línea enemiga. Esos puntos eran atacados después por los comandos mercenarios más especializados. Fueron precisamente los éxitos cosechados por esta técnica desesperada los que engordarían la reputación y el ego de Prigozhin hasta hacerle creer que podía enfrentarse con éxito al resto del establishment ruso.

En todo caso, el experimento ha dado resultado: la simbiosis entre compañía mercenaria y unidad irregular de fuerzas especiales ha sido una combinación que le ha permitido al Kremlin cosechar innumerables éxitos en la arena internacional y, sobre todo, hacerlo con discreción, al contrario de lo que ocurrió con los Estados Unidos de George Bush y Dick Cheney en el 2003. Todo esto a pesar del detalle, algo irónico, de que la Constitución de la Federación Rusa prohíba terminantemente la formación de compañías mercenarias bajo el Artículo 14.5. Quizás en Ucrania los ímpetus mercenarios se hayan visto frenados, tanto por el motín de la Wagner como por la propia resistencia de los defensores. Pero en África, el poder y la influencia de estas compañías se han convertido en la nueva punta de lanza rusa del siglo XXI.

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