Internacional
¿Quién quiere defender a Putin?
Más de un año después del inicio de la guerra en Ucrania, siguen existiendo voces que desde Occidente defienden la postura rusa y las decisiones del líder del país, Vladímir Putin. Pero ¿qué es lo que alimenta esa disidencia frente a la posición mayoritaria? Adentrarse en qué defienden, cómo y por qué ayuda a entender qué ha llevado a que la extrema izquierda y la extrema derecha se toquen en su vindicación de la estrategia rusa.
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COLABORA2023
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El discurso que rodea la invasión de Rusia a Ucrania parece haber creado extraños compañeros de cama. Mientras que en la propia Rusia no son pocos los artículos que muestran, sin ningún tipo de complejo, que el país es un imperio militar, que así ha sido –y será siempre–, que no hay que avergonzarse de ello y que no es necesario recurrir a ningún eufemismo ni reemplazarlo con otros términos, ciertos analistas occidentales –entre los que también hay españoles– desean mostrar a Rusia como la víctima, la atacada en el conflicto.
Aunque la mayoría de los ciudadanos españoles, así como los líderes de los principales partidos políticos, han brindado su apoyo a Ucrania, existen ciertas personas –ideológicamente situadas en la extrema izquierda o la extrema derecha– que, haciendo uso de sus respectivos y recurrentes argumentos (desconfianza en la política exterior de los Estados Unidos, por ejemplo), defienden la actuación del presidente ruso Vladímir Putin, llegando incluso a instar a las autoridades españolas a no intervenir en defensa de Ucrania. Pese a sus diferencias dialécticas, lo más significativo que de común parecen evidenciar los discursos de ambos lados es un victimismo al que acompaña un sentido de profunda autocompasión. Pareciera que ambas posiciones tienen la convicción de estar siendo permanentemente «marginadas», «dominadas» o «amenazadas» por un establishment aparentemente omnipotente. Un ejemplo de ello lo encontramos en la posición que parecen defender dos personas públicas, en principio alejadas ideológicamente.
La primera de ellas es el exteniente Luis Gonzalo Segura, que, como recoge su propia web, en junio de 2015 fue expulsado de las fuerzas armadas españolas por denunciar públicamente corrupción, abusos, acosos y privilegios anacrónicos, una postura que recuerda a la de Edward Snowden. En ambos casos, sus protagonistas consideraron que, por ética personal, tenían que hacer públicos los datos que habían adquirido en la actividad profesional desempeñada en virtud de un previo compromiso con su propio país.
Pese a sus diferencias, lo más significativo que parecen evidenciar los discursos de ambos lados es un victimismo y un sentido de profunda autocompasión
Gonzalo Segura es un referente militar de la izquierda antisistema. Resulta llamativo que no solo ponga en duda cualquier cuestión que pueda perjudicar a Rusia, sino que, por el contrario, siga su misma estrategia comunicacional. Ejemplo de ello son los artículos que ha publicado en RT (antes Russia Today) reproduciendo exactamente las mismas ideas que viene aventando Rusia desde el comienzo del conflicto; desde las que señalan que los ucranianos son nazis o que la OTAN se comprometió a no expandirse al este a aquellas que critican el envío de armas a Ucrania o las que señalan que la Unión Europea o España serán las verdaderas perjudicadas del conflicto. Aunque la posición de Gonzalo Segura parece más que evidente –gracias a la publicación de artículos en RT o participando en eventos y congresos anti-OTAN, habitualmente organizados por plataformas que no parecen ocultar su simpatía al régimen de Putin–, quizá una de sus manifestaciones más interesantes fueron las realizadas una semana antes de la invasión, y en las que, siguiendo la versión oficial rusa, criticaba en tono jocoso (recogiendo las declaraciones de Maria Zajarova, portavoz del Ministerio de Exteriores ruso) las alertas de los servicios de inteligencia de Estados Unidos y el Reino Unido: «Cuesta creer que finalmente se vaya a producir esa tan temida invasión, yo creo que se trata de un juego político que va para largo a pesar del pico de tensión que podemos tener ahora».
Por su parte, en el otro lado del espectro ideológico-político encontramos a Juan Antonio Aguilar, fundador en los años ochenta de Bases Autónomas, militante entre 1996 y 1998 de Falange Española, candidato en el año 2000 por España 2000, fundador en 2005 de la organización neofascista UST (Unión Sindical de Trabajadores), dirigente hasta finales de 2006 del ultraderechista MSR (Movimiento Social Revolucionario) y director del medio El espía digital, una web de análisis internacional que, en la práctica, funciona como un elemento más del engranaje mediático ruso. Aguilar, que ha sido entrevistado en RT y en Sputnik News en numerosas ocasiones divulgando narrativas favorables a Rusia, fue uno de los promotores españoles de la manifestación prorrusa del 8 de mayo de 2022. Si examinamos alguno de los artículos publicados en El espía digital con posterioridad a la invasión, observamos que, también aquí, se critica el suministro de armas a Ucrania por parte de España, a la OTAN por su supuesta expansión o las narrativas que señalan que la UE y España serán las más perjudicadas por apoyar a Ucrania, entre otros argumentos.
Análogamente, si analizamos las narrativas difundidas por Aguilar antes de la invasión de Ucrania, observaremos la coincidencia con los contenidos divulgados por los medios oficiales rusos, que sostenían que la prensa occidental estaba exagerando y Rusia no iba a invadir su país vecino, llegando incluso a señalar que «la inminente invasión rusa de Ucrania será la mayor noticia falsa de 2022 en los medios occidentales».
Entre los principales argumentos que ambos esgrimen para defender su postura prorrusa está el que sostiene que en Europa –y en España– no existe una verdadera libertad de expresión; sin señalar al mismo tiempo que, durante 2022, se promulgaron en Rusia leyes en las que se criminaliza a aquellos que difunden «información falsa» sobre el ejército o las operaciones rusas con cuantiosas multas y penas de prisión de hasta 15 años y obviando que estas normas han obligado a muchos medios independientes –o mínimamente críticos con el Kremlin– a limitar su labor informativa o, en el caso de los periodistas extranjeros, a abandonar el país. Un apunte más: estas dos personas han sido invitadas a participar en medios oficiales pertenecientes a otras dictaduras, como el medio iraní HispanTV.
Estos perfiles suelen colaborar con proxies de la Federación Rusa; medios que, no reconociendo su financiación o vinculación política con Rusia, funcionan como su altavoz, tratándose, por lo general, de plataformas dirigidas a un público de fuerte polarización ideológica. Ambos son solo una pequeña muestra que forma parte –consciente o inconscientemente– del bien diseñado y engrasado engranaje propagandístico y desinformativo del ecosistema comunicacional de Rusia, que evidencia claramente cómo determinadas narrativas pueden llegar a propagarse por distintos actores, al margen de la ideología política o personal de sus defensores.
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