Ucrania

Perspectivas históricas y políticas de la guerra en Ucrania

Aunque las autoridades rusas mantengan que la razón de la invasión responde a la seguridad de su propio país, lo cierto es que los análisis revelan que nada podría estar más lejos de la realidad: la personalización del poder, la caída de la Unión Soviética o el imperialismo latente en Rusia son algunas de las verdaderas causas.

Artículo

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
16
mayo
2023

Artículo

Se me pide examinar los orígenes de la guerra en Ucrania y proponer una lectura histórica y política del conflicto. La cuestión de los orígenes de la guerra no es solamente un asunto de historia, sobre el que los historiadores habrán de pronunciarse un día: se trata de una clave de análisis útil y necesaria para la prospectiva. Cualquier reflexión relativa a la evolución de esta guerra –que empezó en 2014–, al futuro de la seguridad europea o al de las relaciones con Rusia debe tomarse en consideración.

Tenemos una idea bastante clara sobre los objetivos originales de la guerra. Sabemos que los planes operativos iniciales preveían una decapitación del poder ucraniano y la instalación de un gobierno afín al régimen ruso en Kiev. Pero aún se ignora en gran medida cuál era el estado final deseado. ¿Una Ucrania neutralizada, sometida o una anexionada a Rusia?

Numerosos analistas dan por supuesto que los objetivos de guerra fijados por el presidente ruso en su alocución del 24 de febrero de 2022 –esto es, la desmilitarización y la «desnazificación» de Ucrania– eran los objetivos reales de la intervención y que estos objetivos declarados eran definitivos, no medios para alcanzar otro fin. Yo sería más prudente. No lo sabemos y, por tanto, nos vemos obligados a formular y evaluar ciertas hipótesis:

  • ¿Pretendía simplemente la invasión forzar un cambio de régimen en Ucrania y recordar por la fuerza hasta dónde llegaba la esfera de influencia rusa?
  • ¿Se trataba de enfrentarse a la OTAN y de imponer una revisión completa del orden internacional, así como una reconstrucción de la arquitectura de seguridad en Europa?
  • Además de la voluntad de controlar militarmente Ucrania y someterla políticamente a vasallaje, ¿había también un proyecto para absorberla a corto o largo plazo, ya fuera por anexión –como Crimea o los territorios conquistados– o por ampliación de la Unión estatal de Rusia y Bielorrusia?

 

Examinar los orígenes de la guerra es una forma entre otras de interrogarse sobre la configuración final que se buscaba. Y esta es una cuestión crucial para entender los objetivos actuales de la guerra. Para identificar las identificaciones de los actores en juego, es imperativo tomarse en serio sus discursos, comprender sus representaciones del mundo, del espacio y de la historia, además de su manera de concebir y entender las nociones de «fuerza», «seguridad» y «destino manifiesto». Conviene también explicitar las percepciones engañosas, detectar los malentendidos y denunciar las falsedades que se presentan como verdades.

Es con este ánimo y desde una perspectiva histórica que me propongo examinar, primero, las cuestiones de seguridad; segundo, las consideraciones identitarias; y tercero, las razones políticas de la guerra en Ucrania.

Razones de seguridad

Para empezar, hay que recordar que los dirigentes rusos han invocado razones de seguridad para justificar la guerra. 

En diciembre de 2021, presentaron una serie de exigencias que suponían la revisión del orden de seguridad y que sabían inaceptables. No pretendían solamente obtener garantías escritas sobre la no-entrada de Ucrania y de Georgia en la OTAN, la interrupción de toda cooperación militar de países miembros de la OTAN con Ucrania y la terminación de ejercicios y maniobras de la OTAN cerca de las fronteras rusas, particularmente en el Mar Negro. A través de una alambicada fórmula no exenta de ambigüedad, exigían también el retorno de la OTAN a sus fronteras de 1997; es decir, la reversión de las ampliaciones posteriores a países que habían pertenecido al Pacto de Varsovia.

Los dirigentes rusos invocaron razones de seguridad para justificar la guerra: en 2021, presentaron unas exigencias que suponían la revisión del orden de seguridad y que sabían inaceptables

Estas exigencias dan a entender que entraron en guerra por motivos de seguridad y que en el origen del conflicto hay un dilema de seguridad mal gestionado. Se denomina «dilema de seguridad» al proceso por el cual un Estado inquieto por su seguridad aumenta su potencia militar, algo que es percibido como una amenaza por el Estado contra el que el primero pretendía protegerse, generando una espiral de tensión creciente entre ambos.

Es cierto que tanto los medios políticos como la comunidad estratégica rusa tenían una percepción muy hostil del entorno de seguridad de Rusia, así como la convicción de que los países occidentales no han cesado de intentar perjudicar sus intereses y su seguridad. Estas percepciones tienen al menos tanto que ver con la cultura política y estratégica de los actores políticos rusos, como con las acciones de la OTAN. Pero tales percepciones no dejan de revelar una insatisfacción constante y profunda sobre el orden de seguridad europeo establecido al término de la Guerra Fría, y sobre el papel asumido por los Estados Unidos y por Rusia en esos acuerdos de seguridad. 

Por esta razón, me parece útil examinar el punto de vista de los dirigentes rusos sobre estas cuestiones. Antes de la guerra, éstos formulaban fundamentalmente cuatro reproches a Occidente.

A) El funcionamiento del orden internacional

En la década de 1990, una Rusia debilitada en todos los frentes era incapaz de evitar las intervenciones occidentales; en particular, los bombardeos de la OTAN contra posiciones serbias en Kosovo en marzo de 1999. Esta campaña militar, que se desarrolló al margen de cualquier marco de Naciones Unidas, fue vivida en Moscú como una humillación –tal como señala Arbatov– y supone un primer enfriamiento de las relaciones entre Rusia y los Estados Unidos.

Las élites políticas rusas tienen la impresión, equivocada o no, de que Rusia no ha sido reintegrada al concierto internacional

A partir de esta época, se articula en Rusia una crítica al unilateralismo norteamericano y occidental. Las élites políticas rusas tienen la impresión, equivocada o no, de que Rusia no ha sido reintegrada al concierto internacional, y se ha visto forzada a aceptar las directrices de los vencedores de la guerra fría. Esta insatisfacción se agrava tras la retirada unilateral estadounidense en 2002 del Tratado ABM (de misiles antibalísticos), que había marcado el inicio del deshielo en 1972, y lo hará aún más tras la intervención militar en Irak de 2003. 

El primer aviso se produce en febrero de 2007. El presidente Putin, que concluye entonces su segundo mandato presidencial, pronuncia su famoso discurso de Múnich. En él, imputa las disfunciones del sistema internacional a la «unipolaridad del mundo» y realiza una acerba crítica de los Estados Unidos, de los que denuncia sobre todo «el desdén por los principios básicos del derecho internacional» y «un abuso casi irrefrenable de la fuerza». Respecto a Europa, Putin ataca vivamente el proyecto de extensión del sistema europeo antimisiles, señalando que «se constata que la OTAN despliega sus fuerzas de primera línea en las fronteras» rusas.

B) La ampliación de la OTAN

En este mismo discurso de Múnich, Putin afirma que «la expansión de la OTAN no tiene ninguna relación con […] el hecho de asegurar la seguridad en Europa», sino que más bien representa «una grave provocación, que disminuye los niveles de confianza mutua». Expresa así su irritación ante las ampliaciones sucesivas de la Unión Europea (UE) y de la OTAN en la antigua zona de influencia de Moscú. En el momento del discurso, en 2007, la OTAN ya cuenta entre sus miembros con todos los antiguos aliados de la Unión Soviética del Pacto de Varsovia.

A posteriori, los rusos habrían querido que la OTAN desapareciera al mismo tiempo que la amenaza soviética. Se dicen convencidos de que Gorbachov recibió garantías orales sobre la renuncia a ampliar la OTAN hacia el este. Es históricamente falso, tal como ya señalara Kramer, pero ello no les impide creer en su mistificación histórica. 

En su obra Not One Inch, la historiadora Mary-Elise Sarotte muestra, al término de una investigación minuciosa y exhaustiva de diferentes fondos de archivo, que la reflexión sobre la posible ampliación de la OTAN a los países de Europa central y oriental se inicia antes incluso de la disolución del Pacto de Varsovia en julio de 1991: ya desde 1990, altos responsables norteamericanos establecen contacto a tal fin con los nuevos dirigentes de esos países.

C) El acercamiento de Ucrania y Georgia a los países occidentales y a la OTAN

Cuando Putin pronuncia el discurso de Múnich, la OTAN había establecido Planes de Acción Individual para la Asociación (IPAP, por sus siglas en inglés) con Georgia en 2003, con Azerbayán y Armenia en 2005, y con Moldavia en 2006. Asimismo, la organización atlántica había puesto en marcha un «diálogo reforzado» con Ucrania en 2005, así como había reforzado las relaciones con Georgia en 2006.

Se dicen convencidos de que Gorbachov recibió garantías orales sobre la renuncia a ampliar la OTAN hacia el este, pero es históricamente falso

En la cumbre de la OTAN de Bucarest de abril de 2008, Washington propuso –bajo el impulso del presidente Bush, pero contra la posición de los servicios de inteligencia norteamericanos, tal como explica Walt en un análisis– ofrecer un Plan de Acción para la Adhesión (MAP, por sus siglas en inglés) a Georgia y Ucrania. Anticipando las indeseables implicaciones que podía acarrear tal iniciativa norteamericana, tanto París como Londres opusieron su veto; ello condujo a Londres a negociar una solución intermedia. Ciertamente, el MAP no fue aprobado, pero los países miembros de la organización atlántica acordaron en su lugar abrir discusiones de adhesión con Ucrania y Georgia. En particular, el punto 23 de la declaración final de la cumbre especifica: «Hoy decidimos que estos países [Georgia y Ucrania] se convertirán en miembros de la OTAN. […] Declaramos hoy que apoyamos la candidatura de estos países al MAP».

Se puede considerar que, desde el punto de vista ruso, el punto de ruptura se alcanzó en este momento. Examinándolo retrospectivamente, es difícil sustraerse a la impresión de que esta solución de compromiso resultó nefasta, porque en realidad aumentó la inseguridad a la que se veían expuestos ambos países, sin compensar esta inseguridad con garantías reales ni plazos firmes para la adhesión.

En paralelo a este proceso, el Consejo Europeo abordaba dos meses más tarde, y por primera vez, el proyecto de «Asociación Oriental», que se dirige a todos los antiguos países soviéticos situados en la vecindad europea más inmediata —Bielorrusia, Ucrania, Moldavia, Georgia, Azerbayán y Armenia—, salvo Rusia. Este proyecto de «Asociación Oriental» fue elaborado a iniciativa del ministro polaco de Asuntos Exteriores, con el apoyo de su homólogo sueco. Constituía una nueva etapa en la Política Europea de Vecindad (PEV) formulada en 2003, en previsión de las ampliaciones orientales de la Unión, y lanzada en 2004. La «Asociación Oriental» pretende promover en los países a los que se dirige los valores del Estado de Derecho, la democracia y la buena gobernanza. Rusia, sin embargo, percibe un riesgo político e interpreta la «Asociación Oriental» en clave de luchas de influencia de otra época.

El segundo aviso por parte rusa se produce en agosto de 2008. La guerra de Georgia, corta y mortífera, supone la ocupación por parte de Rusia de toda la región de Osetia del Sur. Moscú reconoce su independencia, así como la de la región de Abjasia, siendo ambos territorios georgianos en términos de derecho internacional. Rusia reacciona así a la proclamación unilateral de independencia de Kosovo, que se produce el 17 de febrero de 2008, y que tanto Rusia como Serbia condenan vivamente.

Esta guerra interrumpe el acercamiento entre Ucrania y Georgia con la OTAN, pero refuerza en los dirigentes europeos la voluntad de ofrecer una alternativa a los países post-soviéticos. Las pugnas se agudizan entonces en el espacio post-soviético, en el que también irrumpen China y Turquía.

Una nueva crisis se declara cuando, en 2013, el presidente ucraniano Víctor Yanukóvich renuncia en el último momento a firmar el Acuerdo de asociación entre Ucrania y la UE

De una cosa a otra, una nueva crisis se declara cuando, en noviembre de 2013, el presidente ucraniano Víctor Yanukóvich renuncia, en el último momento, a firmar el Acuerdo de asociación entre Ucrania y la Unión Europea. Tras años de dilaciones y titubeos, Yanukóvich cedía así a las exigencias de Vladímir Putin, tras reunirse con él en secreto en el aeropuerto de Vnoukovo (Moscú).

La juventud y la sociedad civil ucraniana no aceptan este desenlace, tal como señala Shukan, y organizan una movilización en el Maidán para salvar el Acuerdo de asociación, que perciben como una promesa de reformas, una garantía de mejor gobernanza y una oportunidad para romper con el pasado soviético y la oligarquía post-soviética. La movilización, excepcional, se prolonga durante tres meses y se mantiene pese a las gélidas temperaturas –20 grados bajo cero durante dos semanas–; su persistencia inquieta a Vladímir Putin, que había hecho frente a un fuerte movimiento de contestación en Rusia el año antes. Los dirigentes rusos, provenientes en su mayor parte del KGB, no creen ni en la espontaneidad de las movilizaciones sociales ni en la agencia de las sociedades: están convencidos de que estos movimientos están dirigidos desde el extranjero para perjudicar a los intereses rusos.

Ante la represión gubernamental, el conflicto adopta un cariz insurreccional y Víctor Yanukóvich huye de la capital. En respuesta, el régimen ruso anexiona Crimea sin disparar un tiro, y envía a comandos a desestabilizar la región del Dombás, como ha reconocido Igor Strelkov, el coronel del FSB (el servicio federal de seguridad ruso) al mando de la operación, que hoy se cuenta entre los blogueros militares de ultraderecha con más seguimiento en redes. Desde entonces, la guerra en el Dombás no ha cesado.

D) La no-aplicación de los acuerdos de Minsk

Los acuerdos de Minsk II fueron firmados en febrero de 2015, en condiciones muy desfavorables para Ucrania, inmediatamente después de su derrota en Debaltseve (entre Donetsk y Lugansk, al este de Ucrania). El objetivo de los acuerdos era interrumpir el avance del Ejército ruso, que disponía de ventaja sobre el terreno.

Los acuerdos no han sido nunca aplicados, ya que siempre ha persistido un desacuerdo sobre el orden de aplicación de sus cláusulas: los rusos exigían que las cláusulas políticas, en particular la federalización de Ucrania (punto 11) y la amnistía de los separatistas (punto 5), fueran implementados primero; asimismo, exigían que los dirigentes separatistas fueran asociados a las negociaciones y, por tanto, reconocidos en sus funciones. Los ucranianos, que hacían frente a un movimiento secesionista enteramente controlado por Moscú, rechazaban estas demandas e insistían para que las cláusulas de seguridad, sobre todo las relativas al restablecimiento del control de fronteras, se implementaran de forma prioritaria.

Las autoridades rusas reprochan vivamente a París y a Berlín que no ejercieran suficiente presión sobre Kiev para aplicar estos acuerdos. En mi opinión, se trata de un falso debate: ni franceses ni alemanes disponían de los medios para ejercer tal presión. Y más allá de esto, ¿en virtud de qué habría habido que forzar a Kiev a someterse a la presión militar y a la subversión política ejercidas por Moscú?

Una concepción problemática de la seguridad

Llego al segundo punto de mi exposición. Detrás de las implicaciones de seguridad, hay cuestiones de rango y una concepción problemática de la seguridad.

Para los halcones rusos, la seguridad pasa por el control de la vecindad más inmediata, y el poder se ejerce a través de la dominación

Ciertos analistas deducen de las consideraciones anteriores que la OTAN y los Estados Unidos tienen una grave responsabilidad en la guerra en Ucrania, en la medida en que las ampliaciones de la OTAN han contribuido a reforzar el síndrome de la fortaleza asediada en Rusia, así como su complejo de desclasamiento geopolítico. Consideran que la guerra podría haber sido evitada si estas acciones de ampliación atlántica no hubieran tenido lugar.

Nuestros socios y aliados centroeuropeos contestan vigorosamente contra esta interpretación: nos recuerdan otras realidades históricas y se sitúan en otra temporalidad, la del tiempo histórico largo. Todos los países del antiguo bloque del Este que habían pertenecido al Pacto de Varsovia han querido desde principios de los años noventa sumarse a la OTAN, una alianza militar defensiva. ¿Por qué estos países han buscado garantías de seguridad en la organización atlántica?

  • Para protegerse de la voluntad de dominación de Rusia
  • Para resguardarse de cualquier rebrote de imperialismo ruso
  • Porque han sufrido, durante los 45 años precedentes, la ocupación soviética
  • Porque han experimentado durante siglos la violencia política rusa
  • Porque se temían lo que finalmente ha ocurrido en Ucrania

 

Hay que recordar que a principios de la Primera Guerra Mundial, los países bálticos, Finlandia y Polonia formaban parte –total o parcialmente– del imperio ruso. En esa condición, sus poblaciones sufrieron políticas recurrentes de rusificación y de conversión forzosas.

Cabe recordar también que en 1939, a principios de la Segunda Guerra Mundial, en virtud de los protocolos secretos del pacto Ribbentrop-Molotov, la Unión Soviética anexionó la parte oriental de la Polonia independiente; que en la primavera siguiente, en marzo de 1940, el NKVD [policía secreta soviética, antecesora del KGB] ejecutó a 22.000 miembros de la élite polaca, entre ellos, 8.000 oficiales prisioneros de guerra y otros tantos miembros de la intelligentsia, en el bosque de Katyń (óblast de Smolensk, Rusia); y que dos meses más tarde, se procedió a la ejecución y a la deportación de todas las élites de los países bálticos. Se podría hablar también de la guerra de invierno contra Finlandia (noviembre de 1939-marzo de 1940).

Por último, cabe recordar que en países como Hungría, Chequia o Polonia, los tanques del Pacto de Varsovia sofocaron las aspiraciones al cambio político en 1956, 1967 y 1981. En Polonia, las últimas tropas rusas sólo abandonaron el país en 1993, como recientemente recordaba el presidente Andrzej Duda en una entrevista en el diario francés Le Figaro. Para los rusos, esta realidad es difícil de aceptar por al menos dos tipos de razones.

En primer lugar se encuentran las razones históricas: las autoridades rusas consideran que su país –es decir, la Unión Soviética– pagó un peaje sumamente elevado para liberar Europa de la locura de exterminación nazi, y que esta victoria, alcanzada a tan alto precio, les concede derechos que llegan hasta hoy. Se olvidan de que a la ocupación nazi sucedió otra ocupación [soviética], deportaciones de población y migraciones rusas importantes –la técnica comunista de ingeniería social por excelencia–, una combinación que, en países muy pequeños, ha generado serias inquietudes identitarias y miedo a la absorción.

Esta realidad es también difícil de aceptar por razones políticas: los dirigentes rusos actuales simplemente no tienen la misma noción de seguridad que nosotros. No comparten la noción de seguridad de la que surge el proyecto de construcción europea, es decir, la idea –encarnada por los padres fundadores de la Unión Europea– de que para superar la espiral de venganzas sucesivas, la cooperación es deseable y necesaria.

En lo relativo a la seguridad europea, hay dos visiones que se enfrentan en Rusia. Los partidarios de la visión más moderada, hoy marginados del debate, insistían sobre el concepto de «indivisibilidad de la seguridad» y abogaban por mecanismos de concertación y, en general, de un estatus neutral al menos provisional para los países intermedios (es decir, los países post-soviéticos). Los otros, los halcones que dominan hoy la escena política rusa, son favorables a las esferas de influencia y recusan el principio de igualdad soberana de los Estados. Exponen sin complejos que corresponde a las grandes potencias tomar las grandes decisiones, y que a los Estados pequeños no les queda más que someterse y obedecer. Se niegan a considerar a los países post-soviéticos como países plenamente soberanos y capaces de decidir sobre su sistema político y sus alianzas militares, algo que recuerda singularmente a la doctrina de la soberanía limitada de Leonid Brézhnev. Para ellos, la seguridad pasa por el control de la vecindad más inmediata, y el poder se ejerce a través de la dominación.

Consideraciones identitarias y deriva autoritaria

Llego a mi último punto: las consideraciones identitarias y la deriva autoritaria. Detrás de la guerra en Ucrania hay claramente una voluntad, si no de confrontación abierta con Occidente, al menos de recusar su modelo y su hegemonía, y de acelerar así el desmantelamiento del orden internacional. Estos son objetivos plenamente normalizados en el discurso político ruso, que los expertos rusos más escuchados retoman constantemente. Cabe evocar, por ejemplo, la larga declaración conjunta que Rusia y China publicaron en este sentido, a principios de febrero de 2022. 

En mi opinión, la agresión rusa contra Ucrania pretendía demostrar la fragilidad de la OTAN y obtener una revancha simbólica sobre Occidente. Y en esta guerra que ya han perdido una vez, ninguna otra derrota está permitida.

Bajo este conflicto en Ucrania subyace también la dificultad o la imposibilidad, en particular para sus élites, de pensar Rusia como un Estado-nación, y no como un imperio. Históricamente, Rusia se ha construido como un imperio, ya fuera en la época zarista o en la época soviética, es decir, en un movimiento continuo de violencia, de absorción y de subyugación. Se ha configurado como potencia dominante y conquistadora al menos desde las grandes conquistas del zar Pedro el Grande (1672-1725), algo que tiende a minimizarse en Europa occidental, por desinterés o ignorancia de la larga historia de esta región del mundo.

Rusia es el país más extenso del mundo, con una octava parte del territorio global (con una distribución de 11 husos horarios): el equivalente a 31 veces Francia o 34 veces España. Tras la desintegración de la Unión Soviética, la Federación Rusa heredó el 75% de su territorio y su arsenal nuclear. Para sus élites, sin embargo, se trata de una amputación: es menos que en las épocas imperial-zarista y soviética.

Bajo este conflicto en Ucrania, subyace también la dificultad o la imposibilidad, en particular para sus élites, de pensar Rusia como un Estado-nación, y no como un imperio

Las élites rusas sufren de un fuerte complejo de desclasamiento geopolítico que está directamente relacionado con la historia, pero que se expresa fundamentalmente en la relación con el espacio. Según autores como Yurchak, el derrumbe de la Unión Soviética supuso la pérdida de un sistema de valores que se presentaba como eterno, el fin del sentimiento de excepcionalismo, la dislocación de todo un mapa mental y la necesidad de un nuevo posicionamiento internacional. Supuso, por tanto, una conmoción identitaria.

Detrás del conflicto en Ucrania, se encuentra también la negativa explícita del presidente ruso, de nuevo plenamente asumida, a reconocer el derecho de Ucrania a existir en tanto que país soberano e independiente. Esta negativa se apoya en la convicción, expresada en numerosas ocasiones, de que la nación ucraniana no existe, y de que el Estado ucraniano es una invención reciente y ficticia.

El presidente ruso tiene una concepción esencialista de la nación, según la cual ésta es inmutable en el tiempo y reposa únicamente sobre la lengua, la religión y la cultura. Ello pese a que, tal y como explica el antropólogo Benedict Anderson, toda nación es una «comunidad política imaginada» fundada sobre un contrato social que se encarna en la voluntad de construir nación juntos.

La cuestión de Ucrania afecta al núcleo de la identidad rusa porque en Ucrania se encuentra la cuna de la llamada Rus de Kiev y el lugar de origen de la ortodoxia eslava y de bautismo y conversión al cristianismo del gran príncipe Vladímir (980-1015). Leyendo y escuchando las intervenciones de Vladímir Putin, es fácil pensar que ha querido pasar a la historia como el líder que reunió a rusos y ucranianos, que forman, según él, «un solo y único pueblo», y que fueron separados por culpa de los extravíos de Lenin, la negligencia de Stalin y la debilidad de Gorbachov.

Por último, detrás de la guerra en Ucrania se encuentra la culminación de una deriva autocrática y de una personalización extrema del poder en Rusia. No me extiendo sobre este punto, aunque es crucial; es evidente que esta deriva forma el sustrato político sin el que las demás evoluciones, así como la fatídica decisión de invadir militarmente Ucrania, no habrían podido tener lugar.

Cabe señalar que, en paralelo a la guerra sin cuartel que se lleva a cabo en Ucrania, el régimen ruso libra otra batalla en el frente interior, en la propia Rusia, contra la sociedad civil, contra las libertades públicas y contra el Estado de Derecho. Para ello, el régimen recurre a la represión y a la intimidación, pero también a una propaganda desenfrenada que hace apología de la muerte. El verbo como arma, la deshumanización del enemigo, tachado de nazi, ¿acaso no es una herencia de la violencia bolchevique?

Conclusión

Nada expresa mejor, en mi opinión, el entrelazamiento de las cuestiones identitarias y geopolíticas en este asunto que el simbolismo de las fechas: la pugna dio comienzo en diciembre de 2021, en el 30 aniversario de la disolución de la Unión Soviética, e inmediatamente después del tricentenario de la fundación del imperio por el zar Pedro el Grande, celebrado con gran pompa en noviembre de 2021. La invasión de Ucrania, por su parte, dio comienzo en febrero de 2022, quince años después del famoso discurso de Múnich, pronunciado en febrero de 2007. Y quizá, la previsión era que ésta concluyera antes de diciembre de 2022, a tiempo del centenario de la fundación de la Unión Soviética, el 30 de diciembre de 1922.

Para concluir, volvamos al punto de partida de nuestra reflexión. En mi opinión, el objetivo final no era exclusivamente la desmilitarización de Ucrania, sino consolidar una Rusia dominante, que se hubiera tomado su revancha sobre Occidente y hubiera retomado sus derechos ancestrales sobre territorios que considera históricamente suyos.

Sería un error considerar que las motivaciones del presidente ruso son exclusivamente de orden securitario y que, si obtuviera concesiones territoriales y garantías de seguridad, se conformaría con ellas. Nos enfrentamos a un problema de otra complejidad: a un revanchismo asumido, a un imperialismo indisimulado, a una propaganda desenfrenada, a una matanza. Y a un dirigente que tiene a su disposición un arma nuclear, atrapado en su realidad, que ha quemado los puentes, y que no puede dar marcha atrás.


Céline Marangé es investigadora sénior del Instituto de Estudios Estratégicos de la Escuela Militar (IRSEM) del Ministerio francés de Defensa, así como del Centro de Eslavística de la Universidad de París 1 Panthéon-Sorbonne.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME