Siglo XXI

«Entre experiencia y realidad siempre hay una brecha»

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14
abril
2023

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La identidad como espejismo creada por el big data; la estadística que construye avatares que terminan por condicionarnos, cuando no por someternos; un sistema, el capitalismo, que ha existido desde siempre y que pervivirá por lo siglos de los siglos; la brecha insalvable entre la teoría y la práctica, esa brecha que nos hace humanos; un mundo virtual con consecuencias reales; la tiranía del algoritmo; o la intimidad, la libertad y el margen de ambas que aún podemos ejercer son algunas de las cuestiones que aborda Agustín Fernández Mallo (A Coruña, 1967) en su último ensayo, ‘La forma de la multitud. Capitalismo, religión e identidad’ (Galaxia Gutenberg), que recibió el primer Premio de Ensayo Eugenio Trías


¿Hay que fiarse de la multitud o sospechar de ella, como Ortega y Gasset hace de las masas?

Siempre hay que sospechar, absolutamente siempre. La multitud ha sido manejada por todos los poderes habidos y por haber, lo que no quiere decir que la masa conlleve necesariamente comportamientos negativos o perniciosos, pero hay que sospechar de ella, y más hoy día que impera este mecanismo que produce identidades estadísticas y obtiene datos de las masas a través de un proceso muy contradictorio, aunque real: extraer individualidades a partir de datos estadísticos de las masas. Eso es el big data. Sí, hay que desconfiar, no solo de las masas sino de esos individuos supuestamente individuales que emergen de esas masas, desconfiar de esos yoes estadísticos que circulan por redes y por todas partes.

Hace poco escuché decir a la poeta María Negroni que no creía en la identidad…

Esa afirmación demuestra que es una persona inteligente. El tema de la identidad lo abordé en La mirada imposible. Creo que la identidad es una alucinación del ego; en cualquier caso, siempre es un pacto entre lo que uno cree que es y lo que mundo dice que es. Una negociación, en definitiva, de ahí que no sea posible crear individualidades, porque el mundo ha de refrendarla y modelarla… Por eso se ha tardado tanto en hablar de identidades sexuales, porque el mundo determina al sujeto jurídico y de derecho. Esto se aplica incluso con las identidades colectivas como los pueblos, las nacionalidades, que a la postre es el mundo el que debe decir qué son.

Ya que menciona la identidad sexual, ¿qué opinión le merece la reciente Ley trans?

Es un tema que no tengo muy estudiado, así que lo que podría decir serían cosas superficiales, pero sí tengo claro que la subjetividad nunca puede ser un derecho absoluto; hay que tenerla en cuenta, pero no puede condicionar el hecho jurídico hasta sus últimas consecuencias. Consensuar que esa subjetividad es pertinente, pero no es suficiente criterio de autoridad para definir un hecho jurídico, de otro modo te cargas el principio jurídico en sí mismo. ¿Quién va a juzgar una subjetividad? Uno realiza un acto, neutro, malo, bueno, y eso se juzga. Pero es modo en que alguien se sienta, ¿cómo va a ser juzgado?

¿En qué ha cambiado el concepto de «identidad», de «subjetividad» con el advenimiento de la postmodernidad?

Con el término de postmodernidad, que viene de los años 80 del siglo pasado, aludimos, entre otras cosas, a un sistema pensamiento que funciona a través de casos particulares, es una corriente que trajo una liberación de los cánones y de los grandes relatos e imposiciones jerárquicas, así que no se puede pensar el mundo sin la postmodernidad o el pensamiento postmoderno, tanto en lo que se refiere a la parte más teórica, representada por autores como Deleuze, Lyotard, Guattari, Derrida, Foucault, como a la posición más débil y comercial. En mi ensayo Teoría general de la basura argumento que toda materialización de algo viene precedida de una teoría, dicho al revés: toda teoría tarda unas décadas en ponerse en práctica. La teoría postmoderna estamos llevándola a la práctica ahora, por supuesto transmutada, porque una teoría nunca puede llevarse a la práctica totalmente. En cualquier caso, la postmodernidad ha ayudado a que las identidades sean más flexibles y se adapten a una opción personal menos jerárquica.

«No puede hacer nada el ser humano sin imaginación»

En su ensayo habla de un punto imaginario, el «Centro de Masas», una especie de Gran Hermano del que irradian tanto las identidades como los procesos que construyen nuestra contemporaneidad analógica y digital. ¿Hay manera de dinamitarlo y empezar de nuevo?  

Quizás una forma de dinamitarlo sería no prestarle tanta atención, tratar de vivir al margen de sus dictados. Al fin y al cabo ese «Centro de Masas» es un punto imaginario y jerárquico, así que podríamos centrarnos en los objetos individuales, particulares. Una de las tesis fundamentales de mi libro, y llevo años dándole vueltas, es la idea de que entre lo teorizado y lo que lleva a la experiencia hay un agujero, un gap insalvable. Nunca lo pensado se corresponde con lo experiencial. Es la misma distancia entre inducción y deducción, esa misma diferencia. La experiencia es mucho más rica que cualquier teoría. Digamos que el «Centro de Masas» es la teoría y cada uno de nosotros experiencia. Siempre aparece algo azaroso en la experiencia, un elemento imprevisto, no contemplado. La teoría, cuanto más la afinas, más se agota. En ese gap entre una cosa y otra, entre teoría y práctica se va todo, a causa de ese agujero, de ese gap, odiamos, amamos, hacemos políticas, creamos religiones… Por ahí se nos va la vida, pero es lo que nos hace humanos. Así que la única manera de dinamitar, por utilizar tu verbo, ese «Centro de Masas» que nos controla es saber que no existe, que es un punto imaginario que extrae nuestros datos, pero que no puede atender a la riqueza de nuestra experiencia, y atender a las particularidades de cada objeto, cada sujeto, y no a un ente abstracto que los reúna a todos.

Uno de los grandes problemas de nuestra época ¿es la falta de imaginación para proponer alternativas?

No tengo muy claro que se esté dejando fuera la imaginación, porque la imaginación siempre hace falta. No puede hacer el ser humano nada sin imaginación; otra cosa es que haya ciertas imaginaciones que nos perjudiquen. La imaginación está detrás de lo que llamo «capitalismo antropológico», esa idea de que el ser humano está siempre intercambiando cosas con su entorno, cosas materiales o simbólicas, porque, tal como lo veo, al ser humano le falta algo, siempre le falta algo, tiene una falta que no podemos nunca llenar y que no sabemos cuál es. Un árbol, una hormiga usan lenguajes perfectos, unívocos, que se adaptan a un ecosistema; un hombre no, un hombre precisa rellenar eso que nos falta. Por eso hablo del «capitalismo antropológico», porque el hombre está negociando constantemente con su entorno. Tampoco sacia el propio lenguaje, que resulta imperfecto porque quiere ir por delante de sí mismo; una hormiga con su lenguaje rudimentario dice lo que dice, ni más ni menos. El hombre requiere de un mundo simbólico y del lenguaje metafórico para intentar rellenar ese hueco, y eso, a su vez, demanda imaginación.

Eso me recuerda a aquello que decía Lacan de que «nunca nos falte la falta».

Claro… Lacan ha sido muy importante en este ensayo, por su afirmación de que la relación sexual es imposible; también Agamben, que en su libro El capitalismo como religión. Uno de los momentos de arranque en mi cabeza de este libro fue esa idea, que remite a que al ser humano le falta algo, y que ninguna relación puede ser exacta o simétrica, tampoco la sexual, porque es el goce de uno para uno, no sabes cómo ni cuánto goza el otro. Voltaire, viendo cómo un caballo montaba a una yegua, afirmó que la estrictamente biológica era una unión sexual perfecta; en el momento en el que irrumpe el lenguaje, todo se complica. Lacan lo particulariza en la relación sexual, y yo lo aplico a todo.

«No sé de dónde vengo ni a donde voy, ni siento que venga de un lugar en concreto; de ahí mi antinacionalismo»

¿Somos tan previsibles que hasta este sofisticado capitalismo puede predecirnos?

Eso es interesante porque creeríamos que no, pero paradójicamente sí lo somos, es como una profecía autocumplida, si vemos que nuestros yoes estadísticos y los de las redes empiezan a mostrarnos cosas de nosotros mismos que no conocíamos porque son construcciones del big data empezamos a comportarnos como ellos predicen. A mí nunca se me ha ocurrido ir de viaje a Cancún, pero si de pronto me sugieren que me encantaría, que es un lugar perfecto para mí, igual empiezo a pensar «por qué no». Ese avatar estadístico puede llegar a domarnos, porque el capitalismo actúa con un tiempo infinitesimal, opera en nano segundos, en una escala de tiempo tan pequeña que se nos escapa, gracias a un bot o un algoritmo, funcionan a escala tan pequeña que no controlamos ni la vemos, pero que tiene consecuencias en el mundo físico. Es lo que denomino «democapitalismo»: el mercado y los poderes se han dado cuenta de que ya no sirve el vigilar y castigar de Foucault, sino que es mucho más fácil controlarnos, basta darnos todo lo que nuestras emociones nos pidan, el mercado nos satisface nuestros deseos, pero saca algo a cambio, poder, ventas, etc. A través de las emociones se controla a una población.

La identidad que nos proporcionan los algoritmos, ¿nos es tan indispensable como la mirada del otro?

Sí, absolutamente, la prueba está en el amor estadístico, esa idea de que la gente nos enamoramos o encontramos amistades a través de plataformas de contactos. Hay que entender la metáfora de Facebook cuando nos propone amigos, no son amigos físicos, sino estadísticos, lo que sabes de ellos es lo que el algoritmo te muestra, ni siquiera lo que el otro quiere mostrar, sino lo que el algoritmo te muestra. Ambas miradas, la física y la algorítmica, funcionan a plano rendimiento. Y esa mirada de algoritmo tiene consecuencias matéricas, reales, las redes sociales son la vida real, te puede echar del trabajo por algo que vean ahí, esto que estamos hablando se podrá leer en China, etc.

¿Cuánto de la identidad de cada cual es genuina y qué porcentaje viene inducido por el sistema (vía publicidad)?

Niego un poco la mayor, no creo que existe nada genuino, ni en el ser humano, ni en un pueblo, ni en una cultura, etc. Desde que he desarrollado mi pensamiento, rechazo la idea de que el haya un origen para las cosas. Descreo del concepto de la existencia de un punto original del que parte una esencia, una cultura, una persona, son construcciones para controlar o que se da uno mismo para estar tranquilo. No sé de dónde vengo ni a donde voy, ni siento que venga de un lugar en concreto. De ahí mi antinacionalismo, porque me resulta mesiánica esta idea de un pueblo y su origen común. Tengo un carácter o una personalidad conformada por miles cosas y cuestiones que irán cambiando. Acepto, acaso, el origen de bacterias, hace miles de millones de años. Los de origen son discursos, por lo general, peligrosos, esencialistas, a vece son inocuos y otras veces, racistas. Lo que hace de tu polígrafo, con el que estás tomando notas, un bolígrafo, es el contexto. Si me atragantase y tuvieras que hacerme una traqueotomía con él, en vez de bolígrafo sería una cánula. Es aquello que decía Wittgenstein de que el significado es el uso.

¿Es posible (y deseable) reivindicar la intimidad en tiempos de la vigilancia gran hermano generalizado?

Es posible, pero no es tan fácil, desde luego es fundamental, el día que la intimidad se pierda del todo dejaremos de ser personas. Permíteme un paréntesis: me dan miedo esos discursos que reclaman que todo tiene que ser público, una sociedad que ha perdido la idea del secreto y de lo íntimo, no puede ser sino totalitaria. Derrida explica esto muy bien. Si todo es público, se crea un sistema orwelliano. Desde luego, los poderes públicos han de someterse a escrutinio, ser observados, pero la vida de las personas, no. Por eso me escandaliza cada vez que se hacen públicos mensajes privados de teléfono, al margen de lo muy canalla o gilipollas que sea quien los ha escrito. Me pregunto por qué existe una sociedad que lo demanda y a la que no le escandaliza estas prácticas. Esa baratización del secreto y de la intimidad me aterra. Hay un enorme control sobre nosotros a partir de los datos que gustosamente cedemos a cada instante, datos que se codifican y quedan guardados. Susan Sontang decía que «toda fotografía tiene la vocación de ser vista». Esto, que parece una tontería, nos recuerda que, en algún momento, nuestros datos almacenados en la nube, serán vistos. Mi intimidad no es importante como para que alguien la revise en el futuro, pero alguien con mala fe puede hacerlo y hacerme una putada.

«Sentir algo no significa tener la razón, pero la opinión pública se fundamenta cada vez más en sensaciones en vez de en hechos»

El hecho de que al capitalismo le quede larga vida (usted lo califica de «indefinidamente expansivo»), ¿es terrorífico, deseable, irremediable?

Depende de las ideologías y de la sentimentalidad de cada cual; irremediable y deseable en algunos casos. Mi ensayo expone una dinámica, no juzga, porque no me veo capacitado. No puedo decir que el capitalismo sea el mal absoluto, porque llevo y uso una tarjeta de crédito; tampoco puedo decir que lo sea el comunismo, porque me beneficio de derechos sociales conseguidos a través de él. Hay que tener cuidado con ser maximalista. Creo que todas las utopías que ha creado el ser humano (cristianismo, comunismo, capitalismo hiperliberal –y su idea de que el mercado se autoregula–) no son más que momentos del capitalismo, oponentes que necesitaba para seguir creciendo y reafirmarse, incluso en lugares donde parecía imposible, como China o India. El capitalismo, a diferencia de las utopías conocidas,  no parte de un punto para llegar a una tierra prometida, él mismo es la tierra prometida.

Las paparruchas, noticias falsas o fake news, ¿son tan nocivas como la radioactividad?

Claro que sí, las noticias no contrastadas, falsas, son nocivas en tanto que nos hacen creer algo que no es. Lo curioso es que ha llegado un punto en que las fakes news divierten, y muchos creen creérselas. Aparecen dentro de la religión del capitalismo, que también exige fe en cosas que no se ven, como el dinero. Otra religión es la opinión pública, no puedes ir en contra de ella, si decide que la tierra es plana, será plana, y si rechistas te conviertes en apestado y te expulsan o te dilapidan. La sentimentalidad, la opinión como argumento de autoridad es algo que nunca había ocurrido.

Pero eso nos lleva a que la víctima tiene, por defecto, razón, y se erige como juez. 

Y estás perdido. Sentir algo no significa tener la razón, pero la opinión pública se fundamenta cada vez más en sensaciones en vez de en hechos. Lo curioso es que las noticias falsas, y esta es una curiosidad mía, se hayan introducido más en el mundo anglosajón, calvinista y protestante, en donde no está permitida la mentira, que en terrenos católicos, tan dados a vivir sobre mentiras, porque uno se confiesa y la culpa se pone a cero. El mundo de Fellini frente al de Bergman, el puritanismo del norte frente a los desmanes del sur. Requiere un análisis más refinado, pero es algo que tengo en la cabeza.

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