Opinión

La sociedad del panóptico

En una sociedad completamente digitalizada, la vigilancia ya no se ejerce, sino que se vive cada día de forma voluntaria. Las redes sociales son el panóptico del mundo: un punto central que todo lo ilumina (y del que nada queda a salvo).

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18
enero
2023

Toda ideología genera censura y autocensura, ya que representa un poder que domina al ciudadano desde su mismo interior, inoculando su percepción, pensamiento, lenguaje y valores. La ideología es una construcción simbólica que en muchos casos es totalmente contraria a la verdad. Esto se debe al hecho de que representa una herramienta del poder, que sirve a los intereses de este, de ahí que el arte y el humor sean enemigos viscerales de la misma. Como dice Foucault en su clásico Vigilar y castigar: «El arte de castigar, por tanto, debe apoyarse en una completa tecnología de la representación». El francés, de hecho, también explica que «el discurso se convertirá en el vehículo de la ley»; es decir, que la ley será, pues, internalizada por el discurso.

Servan, uno de los ideólogos franceses originales del siglo XVIII, afirma algo similar. «Cuando hayas formado una cadena de ideas en la mente de los ciudadanos, podrás dar por hecho que eres su guía y maestro. Un déspota estúpido puede forzar a sus esclavos por medio de cadenas de hierro, pero un verdadero político los amarra incluso con más fuerza por medio de la cadena de sus propias ideas; es en el estable punto de la razón donde se cierra la cadena misma. Este eslabón es más fuerte en tanto que no sabemos de qué está hecho y creemos que es fruto de nuestra propia voluntad; la desesperación y el tiempo carcomen las ataduras de hierro y acero, pero son impotentes ante la vinculación habitual entre ideas, pues tan solo pueden reforzar estas aún más, y es sobre las fibras más blandas del cerebro que se asienta el consistente fundamento del más sólido de los imperios». De este modo, la ideología, desde sus mismos orígenes, era una forma de someter y dominar a la ciudadanía por el más sutil de los mecanismos sociales.

Hoy existe un Estado que castiga, pero hay también una ideología que extiende sus tentáculos para castigar a aquellos a quienes no alcanza la propia ley: esto se consigue por vía de cancelaciones, boicots, censuras, autocensuras e intervenciones diversas para ajustar el discurso ajeno a los patrones ideológicos dominantes. El patrón penal se distribuye, de este modo, a través del espacio social. Foucault se adentra aún más en esta perspectiva: «Un poder para castigar que cubriese la totalidad de la sociedad operaría en cada uno de sus puntos y, finalmente, ya no sería percibido como un poder de ciertos individuos sobre otros, sino como una reacción inmediata del todo en relación con el individuo». «El alma» estaría aquí sometida por una serie de «representaciones manipuladas».

«​Hoy existe un Estado que castiga, pero también una ideología que extiende sus tentáculos para castigar a aquellos a quienes no alcanza la propia ley»

En este sentido surge la idea del panóptico –cuya raíz etimológica proviene del griego «verlo todo» (pan-opticon)– de Jeremy Bentham, autor utilitarista de la misma época que los ideólogos franceses, un edificio circular diseñado para que el poder pudiese contemplar y vigilar a las personas presas en una institución penitenciaria. Desde el centro del edificio, así, era posible tener acceso visual a las celdas dispuestas circularmente en torno a una torre central de vigilancia. Tanto la Cárcel Modelo de Barcelona como la prisión madrileña de Carabanchel seguían este principio, al igual que otras tantas prisiones del mundo. Según Foucault, el panóptico representa una arquitectura que permite «un control interno, articulado y detallado para hacer visible a aquellos que están en su interior». En términos generales, señala, «se trataría de una arquitectura que operaría para transformar a los individuos: para actuar sobre aquellos que acoge y proporcionar un control sobre su conducta, para traer a ellos los efectos del poder, para hacer posible el conocerlos, para alterarlos». La sociedad digital de las redes sociales en la que hoy vivimos es precisamente eso: una sociedadpanóptico, tanto en términos literales como figurados.

 ¿No somos, acaso, casi totalmente visibles como miembros de la sociedad digital que todo lo ve y de la que participamos activamente? Foucault señalaba a este respecto que «el aparato disciplinario perfecto permitiría verlo todo constantemente con una simple mirada». Por tanto, ¿qué mejor modo de vigilar a otros que tener acceso a ellos por medio de Instagram, Twitter o Facebook? «Un punto central sería tanto la fuente de luz que todo lo iluminaría y el lugar donde convergería todo aquello ha de saberse: un ojo perfecto al que nada escaparía y un centro hacia el cual se dirigirían todas las miradas», explicaba hace años el filósofo francés.

«La sociedad de redes en la que hoy vivimos es una sociedad-panóptico, tanto en términos literales como figurados»

Ese centro, naturalmente, sería propiedad de los dueños y gestores de las referidas redes sociales (o de observación) –es decir, figuras como Zuckerberg o Elon Musk–, que tienen acceso a nuestros datos, nuestras vidas y nuestras conductas. Las redes sociales sirven para hacernos visibles, pero tal como ya señalara Foucault, «la visibilidad es una trampa». El panóptico induce en aquel que vive en su seno «un estado de conciencia y permanente visibilidad que asegura poder automático […], el funcionamiento del poder».

De este modo, según afirma, la normalización de las conductas y los discursos por medio de la visibilidad se convierten en uno de los grandes instrumentos de poder al final de la época clásica; un poder hoy exacerbado por vía de internet y los dispositivos tecnológicos vinculados a la misma. «En cierto sentido, el poder de normalizar impone homogeneidad»: Foucault establece que el pantopticismo opera con particular virulencia durante toda plaga o pandemia, algo que nos recuerda al caso vivido hace poco con la crisis del covid-19 y los cierres y prohibiciones acontecidas durante el periodo de mayor peligro e intensidad. En este tipo de crisis, la vigilancia total opera a pleno rendimiento. Así, todas las medidas para corregir una pandemia suponen un «modelo compacto de mecanismo disciplinario».

No obstante, la reglamentación forzada por el Estado crea claras desavenencias y rechazo explícito por parte de la ciudadanía. La rebeldía de muchos ciudadanos se hace palpable, como hemos comprobado en los últimos dos años y medio.  Es por ello que la ideología es más sutil y eficaz, conformando la propia percepción del mundo que posee el sujeto, entendiéndola este, además, como manifestación de su propia voluntad y deseo. Así, «no es necesario usar la fuerza para forzar una buena conducta en el preso». El ciudadano activo en redes es mucho más fácilmente dirigible. De nuevo, en palabras de Foucault, «aquel que se somete a un campo de visibilidad y lo sabe, asume la responsabilidad de los constreñimientos del poder; hace que jueguen espontáneamente sobre sí mismo».

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